Resumen de lo publicado.
Felipe estaba disponible para cualquier tarea que le encargaban
los capataces, pero a raíz del cólera, que castigó sobremanera la
provincia de Huelva, regresó a La Puebla.
Mientras, la sociedad auspiciada por Deligny vivía momentos de
crisis. Al reiniciarse los trabajos, se acrecentó su espíritu
minero y decidió convertirse en barrenero.
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Tras el cese casi total de la actividad por el abandono de los
trabajos que el miedo al cólera había provocado en los mineros,
estos comenzaron a regresar al trabajo. Del Alosno y de la Puebla
principalmente, pero también de otros lugares. El tránsito de
mercancías se fue restableciendo, no solo con la capital, también
comenzaron a llegar las importaciones del material que se había
solicitado.
Un hecho importante tuvo esta paralización momentánea de la
actividad y el regreso de muchos trabajadores a sus pueblos por el
miedo a la enfermedad, y es que corría de boca en boca la magnitud
del trabajo en el que se habían implicado con los franceses. Y más
que eso, el optimismo que sus dirigentes, Deligny el primero, ponían
en la importancia de estos trabajos como fuente de prosperidad, que
repercutiría en los pueblos de los alrededores. Quién por el miedo
a la enfermedad había regresado a su pueblo, pudo informar a sus
vecinos de la grandiosidad de los trabajos que se estaban
acometiendo. Del futuro que estos trabajos podían proporcionar a la
juventud. De la posibilidad que ofrecía a los “buscavidas”
de establecerse en una nueva comunidad que partía de cero en
recursos para vivir permanentemente.
Este futuro verosímil que brindaba trabajar en las minas, corrió
de un extremo a otro de la provincia, y cruzó al reino de Portugal.
No solo era proporcionar trabajo a cientos de hombres condicionados
exclusivamente al clima para que los trabajos agrícolas le
proporcionaran sustento, es que muchos vieron la oportunidad de
cambiar a un oficio, aunque peligroso, pero que no dependían de
estar constantemente pendiente de que lloviera, o no, en la primavera
y el otoño.
En la Puebla, en Alosno, en el Almendro, en Encinasola y en otros
muchos pueblos, solo se hablaba de probar fortuna en las minas de
Tarsis.
Así acudió mucha mano de obra; por que un pariente, un primo, un
hermano, o un padre trabajaba para los franceses; y se les unieron
familias enteras.
Pero la empresa, que ya había pasado por una crisis financiera,
dejando de pagar regularmente los salarios, estuvo a punto de acabar
con el proyecto de explotación de las minas del término de Alosno.
En 1855, Deligny, que ya había traído a Huelva a su mujer y a
sus tres hijos, regresó a París para defender ante los accionistas
su proyecto. Allí se encontró con un fuerte rechazo. La casa
Rothschild había enviado a Tarsis y Calañas a un experto ex-profesor
de la escuela de minas de Saint-Etienne. Este presentó a los
accionistas el informe que había elaborado en su visita, dónde
concluía que en Tarsis y Calañas "solo se
encontrarían muchos azufrones y alguna que otra veta de mineral".
Este rebate a su proyecto le supuso un duro golpe a Deligny.
-¿De qué me serviría explicarle a los accionistas que en mi
proyecto confían los directores de Río Tinto, con Martínez Alcibar
a la cabeza, con mucha más experiencia sobre el terreno que la
visita y el informe del señor Benoit? -se decía.
Pero este revés, más que desmotivarle le persuadió para seguir
adelante. Y esta confianza que tenía en el proyecto la compartía
también su amigo Decazes. Una vez más, el duque volvió a confiar
en él, como había hecho cuatro años antes enviándole a reconocer
algunas minas del sur de España. Decazes, que “tenía fe en la
lealtad e inteligencia de Deligny”, le presentó a posibles
nuevos socios: Eugene Duclerc, Hippolyte G. Biesta, y Alphose Pinard.
Todos hombres de negocios, ligados a los hermanos Pereire y por ello
a la Societé Generale de Credité Mobilier. Y lo que parecía que
iba a acabar en derrota, acabó en una importante batalla ganada
para la supervivencia de Tarsis; la creación de una nueva empresa
mucho más importante.
El 23 de junio de 1855 se constituyó en París la sociedad
Compañía de minas de cobre de Huelva, con un capital de
6.000.000 de francos, con Eugene Duclerc como gerente y Deligny como
ingeniero jefe.
Siendo su cuñado, Henry Sergant, que se había instalado a vivir
en Alosno, el responsable de la actividad minera en Tarsis.
Felipe había participado en cuántos trabajos le proponían los
capataces de los franceses, el último, en la construcción de
chozos. Pero él, cuando remitió la epidemia de cólera, regresó a
su choza de la Huerta Grande. Como había adquirido destreza en las
muchas tareas que le proponían, acabó aceptando trabajos a destajo,
a veces para él solo, pero otras muchas para hacerlo en cuadrilla.
Hacia 1856 se le presentó un nuevo cometido, trabajar en la
galería Sabina. Informado por los capataces del proyecto para cavar
un túnel que atravesara la sierra de Santo Domingo en el sitio de
las Cantareras de la Reina, solicitó formar parte del grupo de
mineros para hacer el trabajo. Lo que sí le dijeron es que tenían
que usar pólvora, por la dureza de la roca. Aunque usar pólvora
conllevaba mucho peligro, era de los trabajos mejor retribuidos.
Antes de decidirse, aprovechó un día de descanso que regresó a la
Puebla, para hablar con un armero, vecino suyo, que reparaba
escopetas y sabía de manejarse con la pólvora. El armero le habló
de la pólvora negra y su fabricación. Del deterioro que causaba en
las armas por el humo y residuos que producía, por lo que era muy
importante su limpieza y mantenimiento. Que los sistemas de percusión
daban muchos problemas y por eso estaba cambiando muchas escopetas de
rueda a otras de pistón, mucho más fiable. Que era un trabajo
meticuloso que hay que hacerlo bien. Pero lo único que sacó en
claro es que utilizara una mecha larga y despejara antes el camino
por donde salir corriendo.
A esta nueva tarea se apuntaron muchos alosneros, pues el
recorrido para quiénes vivían en Alosno era menor. Así, antes de
empezar a remover tierra y piedras se dedicaron a construirse chozos
en las inmediaciones, lo que iría
fomentando la tendencia de quedarse a vivir cerca de las minas antes
de ir y volver todos los días a sus casas. (Estas
primitivas chozas, con el tiempo, se convirtieron en casas, y
albergaron una pequeña comunidad durante el siglo XX).
Felipe formó parte de una cuadrilla que pactaban con el capataz
el tajo que tenía que acabar en la jornada, esto le permitía
aprovechar la luz solar para trabajar muchos días en su pequeño
huerto que tenía junto a su choza.
Deligny, y su cuñado Sergant, participaron personalmente en el
planeamiento de esta galería. Primero se decidió cavar una
trinchera para bajar el nivel de la entrada al túnel. Había que
aplanar el terreno para que el estéril, que se iría sacando en
pequeñas vagonetas montada sobre raíles, se pudiera trasladar a la
escombrera a cierta distancia. (Las aguas ácidas que fluían del
túnel se aprovecharon en esta explanada, y al final del terraplén,
disponiendo tanques de cementación, “los canaleos”. Muy
operativos en la época británica).
Felipe asistió allí a la primera clase práctica de barrenero.
Al encontrarse en el camino trazado de la trinchera rocas de gran
dureza, el capataz había decidido utilizar pólvora negra,
(compuesto explosivo formado al 75% de potasio, al 15% de carbón,
y al 10% de azufre. Estas proporciones se fueron mejorando hasta el
uso definitivo de la dinamita a finales de siglo XIX) y convocó
a 12 trabajadores del turno de mañana para que vieran y aprendieran
sobre su uso.
El día anterior habían cavado a base de punterolas y mazas, un
pequeño orificio en la roca a explosionar. El capataz introdujo la
pólvora negra hasta rebosar por el borde del orificio. Después
metió una varilla que llegaba hasta el fondo. Vertió tierra fina
sobre la pólvora retacandolo todo. Sacó con mucho cuidado la
varilla, y el hueco dejado lo rellenó con pólvora de grano fino
hasta la boca del barreno. Después le puso una mecha. (cuerda de
algodón o cáñamo retorcida impregnada de brea, o con pólvora en su
interior).
Todos vieron de lo más fácil el trabajo de barrenero, pero lo
que no sabían es que el capataz, con mucha experiencia en detonar
barrenos, les había preparado una sorpresa. Le pidió a un ayudante
que le acercara el candil que tenía encendido para prender la mecha,
y que todos corrieran a esconderse lo más lejos posible.
-¡Mecha encendida! -gritó- y salió corriendo.
Esperaron y esperaron, pero no se escuchó ninguna explosión. Los
que estaban agazapados se levantaron al escuchar que llamaba a los
barreneros. Felipe, que se había inscrito como voluntario, tuvo que
levantarse y preguntarle al capataz qué había que hacer. El capataz
le gritó desde la distancia, que tenía que averiguar por qué no
había explotado la pólvora. Felipe, que hubiera querido en ese
momento que lo tragara la tierra, o irse con sus cabras que no tenían
ningún peligro; temblaba. Lo que no quería es morir por una
explosión y lejos de su familia. Cuando el capataz vio que se
levantó para dirigirse a inspeccionar el barreno, dijo que no se
preocupara nadie que el barreno no podía explotar, que él se había
encargado para que no explotara.
-Esto es lo más importante a tener en cuenta, que cuando arméis
un barreno, lo tenéis que hacer perfectamente para que explote,
porque si no explota y tenéis que averiguar por qué no ha
explotado, corréis un grave peligro. Esta es la lección más
importante -les dijo.
Después les descubrió algo que ellos no habían visto, que el
final de la mecha lo había tapado con tierra y cubierto con una
piedra, por lo tanto no pudo darse la ignición.
El segundo intento resultó un éxito. Se escuchó un enorme
trueno. Una manta de humo lo cubrió todo. La roca había quedado muy
debilitada, y se podía destruir más fácilmente.
Terminada la trinchera, el trabajo continuó bajo tierra a través
de un hueco abierto, de poco más de la altura de un hombre, de ancho
y de alto.
En unos meses, trabajando a destajo y en turnos, llegaron a 60
metros. Felipe se había responsabilizado de varias explosiones más,
y el capataz y sus compañeros lo consideraron apto como barrenero.
Con la ayuda de su hijo mayor, que ahora trabajaban juntos,
acondicionaron tan bien la choza que ya parecía una vivienda.
Pensaron que su madre y hermano podían trasladarse a vivir con ellos
a la mina de Tarsis. Pero un escrito del Ayuntamiento de la Puebla,
que le había traído un paisano, iba a trastocarle los planes.
Continuará...
José Gómez Ponce.
Septiembre 2021