martes, 28 de junio de 2022

EL PINO DE SAN JUAN ALEGRE

Aunque lo publiqué hace unos años, no está de más recordar lo que muchos de nosotros vivimos: El pino de San Juan alegre, San Benito, las pandorgas, la guillarda, los bolindros, y muchas otras fiestas y entretenimientos.
José Gómez Ponce

Junio 2022 

jueves, 9 de junio de 2022

LAS PANDORGAS VUELAN EN VERANO

Comentaba hace unos días sobre un antiguo edificio que existía en Tharsis, pero desaparecido hace años. El antiguo hospital. El que estaba en la curva del malacate. Mi descubrimiento cuando niño de edificios y lugares del pueblo, era el resultado de las exploraciones que hacíamos con la natural curiosidad. Con el tiempo descubrimos que en ese hospital se practicaban las autopsias de quiénes fallecían en la mina. Allí llevaban a los accidentados y los obreros se concentraban en su entorno. Lo cierto es que como hospital no creo que lo recuerde hoy día nadie. Estos paseos y exploraciones por el pueblo se solían hacer los fines de semana, ya que entre la Escuela Grande y las clases particulares teníamos los días ocupados. Aunque en verano, con las tardes tan largas, nos daba tiempo para que al salir de clase organizar un paseo a los sitios que considerábamos de interés. El verano era la mejor época para volar pandorgas, y ese es el motivo que nos llevaba a visitar las ruinas del antiguo hospital, porque en sus alrededores crecían unos frondosos aromos.

Acercarnos solos por la corta, o por las instalaciones de la mina, no estaba bien visto por nuestros padres, aunque era mi madre la que primero se enteraba de nuestro plan, porque la vecina acudía a casa para avisarle.

-Pasión, que tu hijo y el mio quieren ir al malacate.

Ahora tenías que explicarle que tú ya habías estado allí, que no habías visto ningún peligro y que el motivo de ir hasta allí no era el malacate sino al antiguo hospital porque lo que buscábamos era la resina de los aromos. Contando con la aprobación de mi madre, aunque no muy convencida, salíamos de casa por el callejón de Arroyo. Pasando por el edificio que hoy es museo, el llano del Paseo y por la calle San Ernesto y San David, llegábamos a la Plaza de España. En la esquina de la calle San Luis parece que hubo una fábrica de gaseosas y pasar por delante de la puerta me despertaba la curiosidad de mirar al interior y ver tantos artilugios. Dejando atrás el Casino Viejo subíamos por el puente Romano, para llegar a nuestra parada obligatoria cada vez que andábamos por allí, el Pilón de Sierra Bullones. Dónde practicamos el ritual que habíamos visto a tantos otros; meter las manos en el agua, o extendiéndolas para que nos cayera en forma de cascada desde la estructura, que como una pirámide coronaba la “piscina” de piedras.

También era característico el ruido del agua y el del cuarto de compresores que estaba por debajo. Entre la sombra de los pinos y el airecillo que llegaba cuando aflojaba la canícula, permanecíamos un rato disfrutando de vistas y ruidos. Nuestra meta estaba cerca, porque entre los restos que aún se conservaban del hospital, sobresalía unos impresionantes aromos que tenían lo que andábamos buscando, la resina para hacer pegamento. Si estaba a cierta altura intentamos subir por las ramas, pero cuando no, nos aupábamos unos a otros hasta alcanzar el preciado botín, que metíamos en una lata o envolvíamos en papel hasta llegar a casa.

Pero tener el pegamento era solo una parte. Había que buscar los gamones y el papel. El papel de envolver era el mejor, y el de los sacos de cemento también. Los gamones no aguantaba mucho por lo que lo sustituimos por tiras de cañas, que conseguíamos del mango de una vieja escoba. En Tharsis había verdaderos expertos fabricando pandorgas y barriletes.

Una vez construida había que probarla. Nuestra pista de vuelo era el cabezo de la Posada "La Posá". Cuando se levantaba un poco de brisa al caer la tarde, el lugar estaba muy concurrido. Otras veces la íbamos a volar al cabezo de los Chinos. También las vimos por la Era. Los percances más frecuentes es que estando a máxima altura se rompiera la cuerda, o se te escapara de las manos al pasársela a un colega. Una en la que puse mucho empeño y con la ayuda de mi padre, me quedo perfecta: La triangulación de los amarres superiores con el centro de las cañas; la longitud de la cola que se conseguía probando una y otra vez, añadiendo o quitando trapo; el decorado con unas imágenes de películas, de las octavillas que se repartían por Tharsis anunciando los estrenos. Cuando le solté todo el hilo que había conseguido de las mangueras de agua, se movía majestuosamente allá en lo alto, por encima de las casas de Casas Nuevas. La ligera brisa y la maestría adquirida en su construcción, hacía que bailara graciosamente. Si la cabeza se movía a la izquierda, trasladaba el movimiento al extremo de la cola que se movía a la derecha, y así vuelta a empezar, ahora a derecha y la cola a izquierda. Este movimiento nos cautivaba. Qué poco se necesitaba para divertirnos.

Pero a la hora de recogerla surgió la tragedia. Un ligero viento, cuando estaba cerca del suelo, la enganchó en los cables del tendido eléctrico. Tirando del hilo y la cola, no hice más que enredarla.

Acudí en busca de mi padre para que me ayudara a rescatarla, pero fue imposible. Al día siguiente fui testigo del final de mi pandorga, acabar abrasada. Un obrero de la Compañía, provisto de una vara, especie de hisopo gigante, prendía la punta impregnada en gasolina, que acercándola a nuestra pandorga se consumió al instante. Regresé triste a casa, pero decidido a hacer otra.


José Gómez Ponce

Junio 2022