A su marcha del pueblo le
sustituyó D. Juan José Lucas Escobar, Sacerdote ejemplar que además tenía la carrera de médico. Era todo bondad,
humildad, espiritualidad y amor al prójimo. Vivía solo y precariamente en una
casa de la Plaza San
Benito, con solo una cama, unas sillas, una mesa y pocos cacharros de cocina.
Recuerdo una ocasión en la que un
pobre hombre enfermo y desconocido, le pidió ayuda. Le dejó su casa y su cama al pobre, y marchó D. Juan José a dormir a la
posada de Juana. El enfermo se puso bien en unos días, pero estaría tan a gusto
en la casa del Cura, que tardó más de un mes en dejarla libre. Nunca, en ese
tiempo, se quejó ni comentó nada D. Juan José.
En otra ocasión, un día antes de la visita del Obispo a Tharsis, vino a nuestra casa para pedirnos prestada una bandejita y un pañito, “por si el Sr. Obispo quería tomarse un vaso de agua”.
D. Juan José Lucas sigue con vida
en su ancianidad, acogido en el Asilo de Ancianos de Huelva.
También durante 10 años fui el
Médico en la
Federación Andaluza , del Club Atlético de Tharsis; siempre
estuvimos en 2ª Regional, pero el equipo nos dio muchas satisfacciones deportivas. El jefe de
Talleres, D. Juan Timony, de carácter
campechano y afable, fue durante mucho tiempo el factotum del club, no recuerdo
si como Presidente, asesor técnico, entrenador, o algo de todo ello.
Uno de sus buenos jugadores,
Isabelo, ha sido años más tarde entrenador del Recreativo de Huelva, y tuvo un
comercio de deportes cerca de mi domicilio, por lo que nos seguíamos viendo;
ahora menos, desde que cerró su tienda hace años.
Pasemos a relatar cómo
funcionaban en aquel decenio los servicios médicos en el Hospital minero de la Compañía y en el pueblo.
El antiguo HOSPITAL, (propiedad
de la Compañía ,
como todos los edificios y viviendas del pueblo, estaba destinado exclusivamente
a la asistencia del personal lesionado en el trabajo, y a todo lo referente a
la prevención de Enfermedades Profesionales y Accidentes de Trabajo.
Los accidentados graves eran
enviados a la capital en ambulancia o en coche, según los casos, y cuando
volvían de Huelva por terminar el tiempo de hospitalización en la clínica,
seguían siendo asistidos en nuestra consulta del hospital hasta una última visita al Dr. Vázquez Limón,
que autorizaba o disponía el Alta laboral.
(Fue decisivo en mi futuro
profesional, el Informe escrito que
emitió D. Francisco, cuando vivía yo en Huelva, alabando mi profesionalidad,
documento o aval que me exigían para la solicitud del título de Traumatólogo,
que conseguí en Mayo de 1967). Poco
después desempeñé esa especialidad en el Ambulatorio Virgen de la Cinta en Huelva, hasta que me jubilé a los 70 años.
Las misiones preventivas de los
Servicios Médicos de Empresa, muy controladas con inspecciones periódicas
frecuentes e imprevistas, procedentes de la Organización nacional
en Madrid (OSME), ocupaban una gran parte de nuestro tiempo de trabajo, tanto
del médico como del ATS, en el hospital o en visitas preventivas a los locales
de trabajo.
Muy importante era el tema de los
Reconocimientos Médicos en sus distintas variantes: Reconocimientos Previos al
ingreso de los trabajadores en la
Empresa para comprobar su aptitud. Reconocimiento Periódicos
anuales a toda la plantilla. Reconocimiento Periódicos especiales a los
trabajadores con riesgo de Enfermedad Profesional, (principalmente Silicosis).
Reconocimientos ocasionales tras ausencias laborales prolongadas por
enfermedad, accidente, u otras circunstancias.
Todos los reconocimientos médicos
quedaban detallados en una Ficha Médica personal de varias hojas muy grandes,
que se archivaban en su correspondiente
y abultado sobre individual. Cada
Reconocimiento suponía una entrevista
con antecedentes personales de salud, estado actual, exploración física de los
distintos órganos y aparatos del
trabajador, radioscopia o radiografía, más análisis de sangre y orina.
Los Jefes de las plantas de
trabajo nos iban enviando al hospital a los operarios en pequeños grupos,
previamente acordados horarios y número de trabajadores.
El trabajo burocrático era tal,
que ocasionalmente durante semanas,
varias veces al año, nos enviaban de las oficinas de la empresa a un
funcionario, mi estimado amigo y colaborador, Santiago Osorno, al que no he
visto desde hace 48 años, aunque supe de él alguna vez a través de la prensa de
Huelva.
En el primer trimestre de cada
año teníamos que enviar a la OSME ,
una “Memoria Anual Reglamentaria” del año anterior, con datos y resultados
clínicos y estadísticos de nuestro trabajo, además de un completo estudio
escrito de cada uno de los accidentes graves de trabajo.
La incomparable y primorosa Miss Phillis Trace Grey, era
Jamás intervino por curiosidad ni
otro interés, en los entresijos y privacidad de los datos médicos de los
trabajadores, que preservábamos como secreto profesional.
Las “hospitaleras” Candelaria,
Agustina, y Sampedro, escrupulosas,
exquisitas y discretas; especialmente dotadas para todas las funciones
de ayuda sanitaria, fueron merecedoras juntamente con Miss Phillis, del afecto
de todos nosotros, los sanitarios, y jamás se comentó ninguna queja por parte
del resto del personal de la
Compañía ; tan solo alabanzas durante muchos años. De igual prestigio y respeto gozaban entre
las gentes del pueblo.
Estaba situado el edificio del
HOSPITAL en una colina próxima a la zona residencial de la jefatura y las
oficinas de la Compañía ,
en Pueblo Nuevo, en dirección opuesta al
pueblo de Tharsis. Nuestro Hospital era muy bonito, pulcro y confortable, como
ya hemos dicho, con las instalaciones médico-quirúrgicas necesarias para la
asistencia a lesionados del trabajo y para todas las funciones preventivas del
Servicio Médico de Empresa.
¡Qué pena haya desaparecido! Según me enteré años después, se sustituyó
por el que fue, durante mis 10 años en Tharsis, el domicilio habitual de mi
familia, con muchísimas menos posibilidades asistenciales, por su tamaño y
construcción. Tal vez entonces, todo debido a la paulatina decadencia de la Compañía , fuera
suficiente su nueva ubicación. Mi
antigua casa ha pasado finalmente a ser Museo Minero, actualmente cerrado,
según me informaron.
Tras este inciso de
añoranzas, pasemos a recordar la
mecánica diaria de nuestro trabajo: Los
avisos domiciliarios de los enfermos o lesionados eran llevados por un
familiar en las primeras horas de la
mañana, a la oficina de los Guardas, situada en los locales de Sierra Bullones.
El Guarda, Sr. José Romero
Correa, y poco después su sucesor, Sr. Antonio Zamorano, nos llevaban la lista
de los avisos a nuestro domicilio. Si no había visitas urgentes en el pueblo,
me iba temprano a Sierra Bullones, donde me esperaba el Sr. Cartaya y
posteriormente, mi también buen amigo, Antonio Durán, para llevarme en el coche
de la empresa a las visitas de los
enfermos de extrarradio: Barrio
Pino, Vista Hermosa, la
Estación etc. Y finalmente a Pueblo Nuevo, para visitar a los
familiares enfermos de los jefes y a los pacientes del Cuartel de la Guardia Civil (a cuyo mando estaba el Sargento Sr. Cadenas).
Como último destino, la consulta del Hospital, donde al
terminarla, me recogería de nuevo el coche de la Empresa , para llevarme al
pueblo. Mi jornada laboral diaria concluía con la visita a los domicilios de
los enfermos, y con la siempre nutrida
consulta de la antigua casa Ambulatorio.
Emociones anímicamente muy
fuertes, en la asistencia a los lesionados gravemente en el trabajo, y no
digamos la impotencia y el dolor que nos embargaba cuando nos comunicaban la
muerte de un trabajador en Contramina, Filón Norte, o cualquier otro lugar de
la empresa. Con la angustia en espera de la llegada del Juez del Alosno, D. Juan Jiménez
Orta, que no se demoraba mucho para el
levantamiento del cadáver y restantes trámites, siempre acompañando en su dolor
a los familiares hasta el final.
Aunque no había consigna alguna
al respecto, cuando ocurría el accidente mortal, que solía ser fulminante o
inmediato, sus compañeros trasladaban al fallecido a nuestro hospital, siempre
en la creencia o ignorancia de si solo estaba inconsciente o mal herido, pero
creo que también lo harían con la consciencia de su muerte, para evitar una
triste y fría espera en el desolado lugar del trabajo. Creo que tanto el Juez
como la familia, los compañeros y nosotros, todos agradecíamos que la espera fuese en el
hospital.
Así se hizo en los nueve accidentes mortales que me tocó
sufrir en 10 años, excepto en el siguiente e impresionante caso que voy a
comentar: El sonido intempestivo, agudo y persistente de la sirena en Sierra
Bullones, como en otras ocasiones análogas,
anunciaba algo terrible. Cuando llegué a la carrera a su oficina, me
comunicaron la muerte de un trabajador, atropellado por una vagoneta en el piso
14 de la contramina.
Bajé al lugar del accidente y me
encontré al fallecido irreconocible, pues el aplastamiento por las ruedas fue
sobre su cabeza. No quiero entrar en más detalles, que continúan claros y vívidos en mi memoria y sentimientos
después de tantos años. Sus compañeros me indicaron que era un minero veterano,
a quién cariñosamente apodaban “Pan y Cuchara”, y al que yo conocía.
No podíamos justificar el
traslado de los restos al hospital, dado el estado de los mismos. No recuerdo
si a la llegada del Juez, bajó a contramina para el levantamiento del cadáver o
fue suficiente mi informe verbal.
Otros fallecidos en accidente
laboral fueron: Uno con gravísimas heridas torácico-abdominales, por descarrilamiento del ferrocarril de Tharsis–Corrales, muy cerca ya de nuestra
estación.
Otro resultó electrocutado, a
cielo abierto, cuando manipulaba unos cables para explosionar una tanda de
barrenos en la Corta
de Sierra Bullones.
Un cuarto accidente mortal
fue por vuelco de una excavadora, también en la Corta , con fallecimiento inmediato del conductor por
aplastamiento.
Otro minero murió de forma
instantánea por un traumatismo craneal, ocasionado por el desprendimiento de un
tablón del ensamblado que revestía las paredes del hueco del montacargas en
Sierra Bullones. Cayó sobre su cabeza desde muchos metros de altura y murió
fulminado, cuando entraba o salía del montacargas.
La causa de la muerte de los
cuatro mineros restantes, lo fueron en Sierra Bullones o en Filón Norte,
por desprendimiento inesperado de
grandes planchas de mineral, cuando los zafreros saneaban techos y paredes tras
la explosión de los barrenos. O cuando el barrenero hacía el orificio con la
perforadora, previo a la colocación de un barreno, y chocaba con un resto o
culote, de otro barreno antiguo que, por desprendimiento de una capa de
mineral, había quedado taponado sin explosionar. Con tantos años transcurridos,
he olvidado los nombres de los fallecidos.
Continuará…