viernes, 24 de febrero de 2012

Y 4ª entrega del libro de Checkland

Con esta 4ª entrega terminamos la publicación del capítulo 6 del libro de Checkland.

Hay dos noticias que queremos resaltar ocurridas en esta semana.
El robo de raíles del ferrocarril de Tharsis, en el tramo de San Bartolomé. La noticia no informa del punto kilométrico, pero este robo puede ser la puntilla para el tren turístico. Esperemos que el Ayuntamiento aclare cuanto afecta esto a su proyecto.
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La otra noticia hace referencia a la apertura de información pública sobre la constitución del nuevo municipio de Tharsis. Cualquier persona física o jurídica podrá examinar el expediente, pero, dirigiendo previamente un escrito a la Consejería de Gobernación. Ya podrían dejar una copia en Tharsis y Alosno.
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4ª entrega
en cortas, y construir dos hornos de fundición. Siguieron dos años de rápido crecimiento. Se construyeron talleres y viviendas, utilizando los pingües beneficios que Duclerc había conseguido. La mano de obra aumentó significativamente, suponiendo en 1856 unos 1.500 trabajadores. A éste se suma un gran número de arrieros y carreteros. En resumen, volvía a surgir en Tharsis, desde la época romana, un asentamiento minero en aquellas estribaciones.

Todavía quedarán muchas dificultades por solventar. Con el objetivo de asegurar el futuro de las cuatro cortas de Tharsis, se compraron al municipio de Alosno los terrenos en que se encontraban; esto se consiguió en 1857, no sin protestas. Por 783 has., la compañía pagó 86.656 francos. El cobre producido mediante el proceso de cementación y los hornos, tuvo que ser transportado en bestias y carros hasta un paraje en el Odiel, entre Gibraleón y Huelva, llamado El Charco, desde el que sería llevado rio abajo en balandras hacia Huelva. Se tuvo que dedicar una importante cantidad de dinero en mejorar esta ruta, especialmente en la construcción y reparación de puentes. La compañía sufrió duramente los robos de cobre que se producían a lo largo de la ruta.

Se hizo necesario adquirir el área de El Charco donde se instalaron los almacenes, con el fin de salvaguardar las instalaciones y su mantenimiento.

La compañía averiguó que el terreno pertenecía al cura de Gibraleón; pero lo tenía en usufructo. El sacerdote no podía venderlo bajo ninguna circunstancia, pero lo que sí podía hacer era permutarlo por otro. El terreno alternativo necesario se compró, el cambio se efectuó, y el cura empezó a cultivar su nueva posesión. Pero la transacción no había finalizado legalmente. En este momento, uno de los contratistas del transporte, originario de Alosno, entra en la historia. La compañía rechazó renovar su contrato con él, por ser sospechoso de robos de importancia. Esta situación fue presentada ante el juez de Alosno por el propio contratista, que con motivo de esta afrenta, había acudido al cura, y también se había asegurado un oportuno derecho sobre terrenos en la zona de El Charco.

Más serio fueron las malas cosechas de 1857, que produjeron una gran subida de los precios de los alimentos. Pero el asunto que casi lleva a la segunda compañía a la ruina partió de los contratos que surgieron de venta de mineral de pirita para su distribución en 1858. Deligny, por una vez, fue práctico. Apuntó que tales contratos eran extremadamente peligrosos, especialmente cuando el método “Cornish Assey” [“de ensayo córnico”] usado para determinar el contenido de cobre del mineral, y basado en el “método seco”, no era apropiado para las piritas españolas. Pero los directores estaban muy ansiosos con comenzar las ventas. Esto hizo muy difícil la firma de contratos y decepcionante la cantidad recibida por el cobre.

Entre todas estas dificultades y aparentes problemas de gestión, los directores decidieron prescindir de Duclerc. En 1859 se retira como director gerente. Había sido el apoyo y protector de Deligny; con esta destitución, Deligny, después de largos y amargos rifirrafes, se iría también. Victor Mercier será el sucesor de Duclerc.

Los cargos en contra de Deligny eran incuestionables. Su insistencia en los trabajos en los túneles de drenaje, que resultarían muy costosos, retrasó seriamente cualquier otra nueva inversión. Pero para empeorar más la situación, sus cálculos resultaron erróneos, haciendo que el túnel discurriera por bajo de la base de las masas piríticas del Filón Sur, por lo que éste terminaría colmatándose. También se criticaron sus hornos por diseño inapropiado. Se le achacó la responsabilidad tanto del no aprovechamiento de las aguas mineralizadas como de construir unas instalaciones de cementación a escala colosal. También estaba el asunto del dique que había construido; en lugar de servir para retener el agua de lluvia para ser usada en las zonas de calcinación, reventó y terminó inundándolos.

La tragedia de Deligny fue haber sido modelado por los ideales de Flachat y tratar de aplicarlos en Tharsis y La Zarza. Flachat trabajó como ingeniero civil. Construyó sus magníficos ferrocarriles, muelles y edificaciones, utilizando el hierro, de poca tradición para la construcción en Francia, dejando cada uno de sus logros como recordatorio de su éxito.

Deligny, en el caso de Tharsis, lo pensó y planeo todo a la misma escala; con el estimulo de los inspectores de mina españoles, no buscó sino la rehabilitación de los trabajos a la medida de los de época romana. Prestó poca atención a la actitud de los accionistas. Se implicó cada vez más en los innumerables problemas tanto de la explotación minera como de su posterior tratamiento metalúrgico. La construcción del ferrocarril hasta el puerto de Huelva, en que puso toda su experiencia práctica, no pudo ser llevada a cabo hasta que no se produjo rentabilidad en las minas. El pobre Deligny estaba atrapado en un pozo del que no pudo escapar. Flachat, absorbido por sus propios proyectos y comprometido con sus jóvenes promesas, no pudo rescatarlo de su atolladero español, si bien sería capaz de ayudarlo de una manera un tanto curiosa algo más tarde. El propio Duclerc que debería haber controlado a Deligny, fue un desastre como director.

Pero frente a un final deshonroso en su relación con Tharsis, Deligny consiguió cumplir el gran objetivo que soñara sólo seis años antes. Las minas volvían a funcionar de nuevo. La faja pirítica pronto iba a jugar, una vez más, un papel importante en la minería europea.

Fue un erudito y un romántico. Ayudado por los clásicos con los que había aprendido tanto sobre ciencia y tecnología en el Ecole Centrale, se dio cuenta del gran drama del nombre Tharsis en este lugar remoto y quedó fascinado de la manera en el que la Roma imperial había explotado los filones piríticos. Reflexionó mucho sobre los métodos y la vida de los hombres de la antigüedad que habían abandonado su trabajo hacía ya tanto tiempo. Admiró y respetó a sus mineros andaluces, manteniendo con ellos gran amistad, tanta que no podía creer que la misma tarea que realizaban, fuera hecha por esclavos en la antigüedad.

Deligny nunca volvió a trabajar como ingeniero. Publicó sus reflexiones del proyecto del ferrocarril transalpino de Flachat, pero no volvió a ser requerido para el trabajo activo. Al menos obtuvo algunos beneficios que, si bien procedentes de su incursión en el mundo de la pirita, le supondrían una renta personal hasta sus últimos días. Mantuvo intereses en la mina “Lagunazo” y en la portuguesa de “Santo Domingo”.

Deligny volvió a Francia en 1860, dedicándose al cultivo de la vid en la región de la Gironde. En 1870 fue dueño y editor en Burdeos de un periódico, La Tribune. Una vez terminado el periodo de terror durante la Comuna, volvió a París. Será conocido como el Marqués de Alosno. Este título, tras ser reclamado por él, le sería otorgado por el rey de España, en reconocimiento a su explotación pionera de la faja pirítica de Huelva. Él habría preferido haberse convertido en el Conde de Tharsis. Pero la compañía que le había despedido, al enterarse por los periódicos que Deligny estaba buscando tal distinción, protestó con éxito a las Cortes españolas. Interesado en el desarrollo urbano, fue elegido para el Consejo municipal de París y para el Consejo general del Sena, organismos a los que dedicará sus últimos veinte años de vida.

Se convirtió en una especie de ingeniero, pero de la política, publicando un sinfín de estudios sobre Paris y el Sena; ya fueran sobre el tráfico rodado, el abastecimiento de aguas, el nivel fluvial, las aguas residuales, o las nuevas líneas del servicio de tranvías. Volvió sus miras, tal y como aprendiera de Flachat, a un plan urbanístico de París a gran escala, incluyendo un tren “Metropolitano” de carácter periférico. Pero hombres más pragmáticos que él, siguieron, como de costumbre, actuaciones de menor envergadura. Siempre tuvo una gran capacidad de trabajo; pero ahora, la indiferente acogida de su plan de transporte, terminaría por quebrando su salud.

En el decimoquinto aniversario de la Societè des Ingeniers Civils en 1898 recibiría, junto con otros miembros fundadores aún vivos, una placa de plata: cuando admiraba el monumento dedicado a su maestro Flachat, con sus bajorrelieves alusivos a sus grandes gestas, Deligny, que contaba con 79 años, estaba ya a escasos cinco meses de su muerte. En Huelva su nombre aún sobrevive en la calle “Ernesto Deligny”; no es necesario señalar que pocos son ya los ciudadanos que conocen el por qué de este nombre.

Notas aclaratorias:
(2): (Página 4). Se entiende por mareas muertas aquellas en la que la diferencia de altura entre la alta y la baja es la menor posible. Por el contrario, mareas vivas son aquellas en las que la diferencia de altura entre la alta y la baja es la más extrema.

(1): (Página 2). Nombre con el que la historiografía suele designar el periodo histórico que se desarrolló en Francia de 1830 a 1848.

S.G. Checkland
"The mines of Tharsis: Roman, French and British enterprise in Spain"           *****
Capítulo traducido por José Alberto Fernández. Enero de 2012

viernes, 17 de febrero de 2012

3ª Entrega del libro de Checkland

Para explotar todo lo que había sido reclamado para el joven Decazes, sus socios y para sí mismo, era necesario formar una compañía que suministrara al menos el capital inicial. Decazes aceptó la visión optimista de Deligny y buscó apoyos importantes. La primera compañía tuvo en su nómina de directores, además del joven marqués, a un antiguo Ministro de Finanzas de Francia y a tres miembros de la Comptoir d’Escompte  de París, una de las casas financieras líderes. Estos hombres inicialmente no deseaban invertir grandes sumas en un proyecto aún por definir: así que era esencial, para mantener su confianza, trabajar de tal manera que se consiguieran beneficios tan pronto como fuera posible, y sólo entonces se empezaría a suministrar el capital adicional necesario.
Deligny parece que había prestado poca atención a esta necesidad. Se puso a diseñar un programa de desarrollo bastante ambicioso que por supuesto habría sido realidad a largo plazo, pero que necesitaría ingentes cantidades de capital mientras tanto. Tomó  la determinación de resolver el problema de achicar las aguas que inundaban Tharsis y La Zarza, la gran barrera a la reapertura de las minas desde época romana. Encargó tres máquinas de vapor para el bombeo y para la ventilación en Tharsis; para que éstas pudieran funcionar tuvo que buscar operarios con la necesaria formación técnica. Emprendió la tarea de despejar el gran túnel de desagüe de época romana, conocido como El Algaida en la Zarza. Más costoso resultó el proceso en Tharsis al no encontrarlo, por lo que tuvo que abrir él mismo uno nuevo través del Filón Sur, usando para ello maquinaria de mano y pólvora. Un desembolso menor en Filón Sur hubiera supuesto una vuelta al tajo mucho más rápida.
La actividad a tal escala estaba obligada a dar que hablar: el resultado fue un cierto auge, con unos 250 nuevos denuncios mineros emplazados en la provincia en 1853. Pero Deligny se había asegurado la mayor parte de los mejores.
Deligny no estaría preparado para extraer mineral de Tharsis  hasta el verano de 1854, y además a pequeña escala. Por entonces ya había sufrido una serie de calamidades. Hubo desfalcos de fondos por parte de sus socios. El cólera azotó Andalucía, aislando  los pueblos del interior y provocando la huida de sus operarios de máquinas. El importante proyecto de drenaje de las instalaciones tuvo que quedar en suspenso. La Corona de España rechazó la petición que pedía la resolución de las reivindicaciones; la rebelión estalló, y Sevilla se unió también. La provincia de Huelva fue mucho  más beligerante. La insurrección se hizo revolución en 1854. La Bolsa de Madrid, aterrorizada con la idea de una guerra civil, se hundió, causando serias pérdidas a los socios del Duque. La compañía se disolvió y su capital se esfumó. Parecía que los cautelosos banqueros españoles, que habían rechazado los planes de Escobar, habían estado en lo cierto.
Pero Deligny y Decazes no perdieron la esperanza. Deligny continuó el trabajo, usando sus propios y limitados recursos, y Decazes luchó para formar una nueva compañía. Tanto patrón como trabajadores de las minas, apoyaron a Deligny en sus esfuerzos. Y el pueblo de Alosno y su gente, conscientes de la importancia de la mina para su futuro, ayudaron también todo lo que pudieron.
A comienzos de 1855, las expectativas parecían desoladoras. Deligny continuó abriendo su túnel  en el que ya tanto había gastado, esperanzado en que podría terminarse y la empresa asumirlo en toda su magnitud. Al final, alcanzó los 591 metros. Los inversores eran muy cautos a la hora de facilitar capital para una empresa minera que hasta la fecha había tenido poco o ningún resultado en lo relativo a minerales, además de otros problemas añadidos,  sin mencionar los relativos a su procesamiento. Las deudas del Duque en la filial parisina de la Casa Rothchild, contraídas para subvencionar el proyecto minero, obligó a los Rothchild al envío de un ingeniero que informara acerca de las posibilidades  en Tharsis. M. Benoit, ex­-profesor de la Escuela de Minas “Saint Etienne”, les informó en términos muy negativos. Sin embargo, en contra de Benoit, los ingenieros de Rio Tinto apoyaron la visión de futuro defendida por Deligny. Éste, lejos de abandonar las piritas ibéricas, compró los denuncios de otras cinco minas en Portugal, incluyendo la de Santo Domingo, de un antiguo patrón.
Con gran esfuerzo, Decazes consiguió interesar al financiero Eugène Duclerc, y cerrar un pacto con él. Duclerc fundará una nueva compañía, la Cie des Mines de Cuvrie d´Huelva, registrada en Paris el 23 de junio de 1885, con un capital inicial de seis millones de francos. La compañía  pagaría a Decazes la suma de 640.000 francos en concepto de gastos por él efectuados derivados de la exploración  y los trabajos preliminares ya realizados. Deligny, que tenía un 10% en la antigua compañía, vería reducido su participación al 3%. Duclerc recibiría un salario anual de 24.000 francos. Finalmente, el grupo de directivos formaría un Comité de Vigilancia, que dotado intencionalmente  de grandes poderes para intervenir,  iba a tener a Deligny bajo control. Sus miembros, hombres sin conocimientos específicos en minería, pero versados en la teoría y el asesoramiento, serán tanto un freno como una afrenta para Deligny.
Duclerc era el director general, con Deligny como ingeniero. La compañía adquirió de la sociedad originaria, el Duque Glücksberg (Decazes) y Messiers Gosse y Hasselden, todas las concesiones que poseía en la provincia de Huelva, incluyendo 50 en Tharsis y 10 en La Zarza. También se hizo poseedora de más de la mitad de las acciones de otro consorcio que se creó aparte para la explotación de la mina de San Telmo, uno de los primeros denuncios de Deligny.
Es posible que los Pereire estuvieran detrás de la nueva compañía. Durante la Segunda República, Emile Pereire había tomado la iniciativa de fundar la Comptoir d´Escompte; tres de sus directores habían sido miembros de la primera sociedad de Deligny. Cuando Luis Napoleón, con su golpe de estado del 2 de diciembre de 1852, se autoproclama Emperador de Francia, los Pereire lo apoyaron. El mismo año, los Pereire, habiendo roto con los Rothchild, y a la espera de financiar ferrocarriles y otros proyectos suyos, formaron la Societé Gènèrale de Crédit  Mobilier. Sería en 1855, cuando finalmente consigan la autorización del Gobierno español para crear su filial española, la Sociedad General de Crédito Mobiliario Español. De ésta, Duclerc era vicepresidente. Rápidamente, se haría muy activa en el desarrollo industrial español. Entre uno de sus muchos proyectos, construiría la red de gas de Madrid.
Messiers Gosse y Hasselden, directores e ingenieros de los trabajos de esta red de gas, habían sido accionistas de la primera de las compañías de Deligny. Hasselden, como Duclerc, era el director de varias sociedades mineras.
Los miembros de la Junta de Vigilancia mantenían a Deligny con poco margen de maniobra; por supuesto bloquearon los trabajos de su ambicioso túnel y lo destinaron a las minas menores de San Telmo y Poyatos, donde, para su mayor fastidio, iba a dirigir ensayos sobre cementación, una materia que personalmente consideraba ya suficientemente investigada. Incluso confinado de esta manera, llevó a cabo muchas de sus ideas; sus infraestructuras resultaron grandiosas, incurriendo de esta forma en grandes gastos.
La Junta envió a M. Garnier Pages a Tharsis para velar por sus intereses. Deligny le instó a autorizar nuevos trabajos para prolongar los túneles de Tharsis y La Zarza, comenzar el trabajo
Continuará...

sábado, 11 de febrero de 2012

2ª Entrega del libro de Checkland

El día de ayer en Corrales muy bien. Expusimos fotos en color de varias locomotoras de vapor, que algunos de los allí presentes recordaban haber trabajado en ellas. También intercambiamos impresiones con otros jubilados de la “Compañía”. Después de la proyección del documental, que terminó con un aplauso del público, vinieron a felicitarnos varias personas. Sugirieron que lo podíamos haber organizado en el “Cinema Corrales”. Incluso  nos han ofrecido hacernos llegar algún documento, alguna foto, dicen, que interesante.
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Continuamos con otra entrega del Capítulo 6 de Checkland: Ernesto Deligny. El redescubridor olvidado.
 
construcción del ferrocarril Paris-Saint Germain. Era una línea férrea de corta distancia, pero que sirvió como escuela a los nuevos ingenieros ferroviarios franceses. Flachat empleó con entusiasmo a los jóvenes y prometedores graduados de la Ecole Centrale, incluyendo a Deligny.
Flachat tuvo una poderosa influencia sobre Deligny. Nacido en 1802, Flachat alcanzó la madurez en los años siguientes a la derrota definitiva de Napoleón en 1815. Ingeniero autodidacta, había visitado Gran Bretaña para conocer a los grandes pioneros de la construcción, incluyendo a Stephenson y Brunel. El entusiasmo y la visión que ellos habían demostrado en este nuevo campo que desafiaba al hombre, y en el que el aprendizaje formal al estilo tradicional ya no tenía sentido, le inspiraron. Volvió a Francia para abrir una oficina de ingeniería. En el plazo de 10 años, ya había renovado la industria francesa del hierro y del acero, haciendo uso de las prácticas británicas, y había iniciado toda una revolución en los transportes en Francia, basada especialmente en los ferrocarriles.
En 1834, conoció a Emile Pereire, el conocido financiero, y se inició una alianza entre ellos que sólo terminaría a su muerte. Los hermanos Pereire, Emile e Isaac, provenientes del mundo del periodismo, estaban entre aquellos que habían visto el potencial de los nuevos ferrocarriles, especialmente en sus aspectos financieros. Una asociación con los hermanos Pereire era, para Flachat, algo natural. Era brillante, intuitivo, entusiasta de las nuevas soluciones y enemigo de aquellos a los que les ahogaba la prudencia. Flachat era adorado fervientemente por sus jóvenes colegas que, como Deligny, lo tenían como espejo en el que mirarse.
El tren de Saint Germain, planificado por los Pereire, fue financiado por los Rothchild y construido por Flachat. Gracias a éste, Flachat contrata a Deligny. En el proyecto se encontraron  con acusadas pendientes al ir acercándose a Saint Germain. Flachat adoptó, gracias a una ayuda estatal, el “sistema atmosférico de tracción”. Fue un triunfo para la ingeniería, pero al igual que en el caso del tren construido por Brunel al sur de Devon, fue una catástrofe financiera. Este sistema tuvo que ser reemplazado por otro más ortodoxo. De todas formas, esta línea sería la primera en Francia de transporte ordinario de vapor.
En 1848, durante la revolución que llevó a Luis Napoleón al poder en Francia como Presidente de la Segunda República, el puente sobre el Siena en Asnières fue destruido. Deligny y Flachat colaboraron  en su restauración. El joven organizó la reconstrucción provisional del viejo puente, teniéndolo abierto durante dos semanas. Flachat reemplazó el viejo de madera por otro de hierro, introduciendo de esta manera en Francia, la construcción de puentes de hierro.
En torno a 1850, a causa de un parón en la construcción del ferrocarril que siguió al auge ferroviario de 1847, Flachat no pudo contratar a todos sus jóvenes trabajadores. Deligny acudió a la llamada del joven Decazes, quizás bajo la recomendación de Flachat. Fue enviado a España  donde, en la comarca minera de Asturias, cerca de Langreo, construiría un tren minero. Es posible que la familia Decazes tuviera intereses allí, ya que tanto el director general de Langreo como los obreros franceses especializados fueron enviados desde la propia Decazesville. Además, los hermanos Pereire estuvieron luchando por conseguir concesiones de un tipo u otro, para invertir en construcción de ferrocarriles y otros negocios en España; es posible que hubieran existido conexiones entre los Decazes y los Pereire.
El tren se terminó,  Deligny se vio de nuevo inmerso en otro parón. Decazes le mandó al sur de España. Y será a partir de aquí, cuando empezará a curtirse como ingeniero. Deligny leyó artículos tanto de Alcíbar como de Figueroa y Ezquerra en la Revista Minera. En febrero de 1853, emprendió el viaje. Pidió información al staff de Rio Tinto. Estaba deseando, si fuera posible, hacer nuevos descubrimientos y ahorrarle a su patrón, el duque, los gastos de compra de denuncios a terceros. No le disuadia que ello conllevara riesgos e incertidumbres. Todo lo que hasta el momento había escuchado sobre Tharsis le convenció que allí podría empezarse algo nuevo, a una escala digna de la romana, que posibilitara usar económicamente la nueva ciencia y la tecnología del s.XIX, especialmente la máquina de vapor, y posiblemente el ferrocarril.
A medida que se acercaba al Monte Tharsis por los caminos escarpados que discurren desde la Puebla de Guzmán, apenas podía contener su impaciencia. El cabrero que le servía de guía, molesto de que un forastero presumiera  de conocer los secretos ocultos en aquellos montes más que él mismo, refunfuñaba: “Lo que va a ver son minas abandonadas. Ya nada queda en ellas”. Pasaron los imponentes riscos  en los que se asienta la ermita de la Virgen de la Peña. Deligny describió su entusiasmo al ver grandes masas rojizas  en los montes, las monteras ferruginosas o gossan de los filones de pirita, en claro contraste con el monótono verde del monte bajo. Finalmente, allí aparecieron a la vista las acumulaciones blanquecinas de escorias romanas.
Deligny apretó el paso con gran excitación hasta los afloramientos y vertederos, sorprendido y eufórico por su extensión, y observando las potentes mineralizaciones de los drenajes. Pensó acertadamente, que los antiguos, debido a sus limitaciones de bombeo, no pudieron haber penetrado muy profundamente en la zona de enriquecimiento secundario. Sabía también que, en términos generales, los romanos no podían hacer rentables los trabajos con minerales con una ley inferior al 4%  en cobre, por lo que sólo las menas más ricas habrían sido explotadas. Se imaginó, surgiendo de aquellos montes, un asentamiento densamente poblado y unido por tren a Huelva, que dejaría de ser un modesto y tranquilo pueblo de pescadores para convertirse ahora en un floreciente puerto marítimo.
El terreno estaba libre: Deligny interpuso una veintena de denuncios en nombre de Decazes, del suyo propio, y de algunos socios. Fue consciente desde el principio que sería necesaria una gran inversión inicial. Y la mejor manera de obtenerla sería captando el interés de terceros a partir del reparto de acciones.
Cuando comenzó a tomar mediciones y puntos de referencia, le preguntó a su guía por el nombre del monte. Éste le dijo que se llamaba la Sierra Tharse. A su imaginación le vino el legendario Tharsis. Rememoró las numerosas referencias bíblicas, como esa en la que Jonás partió para huir a Tharsish, la que habla sobre cómo Salomón comerciaba con él o como aquella en que el profeta Isaías pronunció su augurio contra Tiro: “Lloren, naves de Tharsish, porque ha sido destruido su puerto”. Concluyó que había redescubierto el centro de la cultura antigua. Bautizó al área minera como “Tharsis”.
Habiendo realizado los denuncios, junto con otros en distintas zonas de la faja pirítica, en la oficina minera de Huelva, realizó sondeos en el estuario. Encontró los calados adecuados para barcos de vapor, 18 pies en marea muerta y 22 en marea viva (2).
Aunque ocupado en las prospecciones de Tharsis, Deligny no limitó sus denuncios a éste. Un poco más tarde,  estudió también para su patrón, las grandes masas de mineral de La Zarza, al noreste del cercano pueblo de Calañas; aquí también adquirió concesiones.
Continuará…

viernes, 3 de febrero de 2012

“El TREN MINERO DE THARSIS”, en Corrales


Esta semana estamos algo atareados con el acto que vamos celebrar el próximo viernes en Corrales. Aparte del documental: El tren minero de Tharsis, vamos a exponer algunas fotos de locomotoras a vapor.
Hemos enviados invitación a muchos de vosotros. De quienes no tenemos dirección daros por invitados. Nos volveremos a ver el viernes.