Comenzó la
renovación de las casas existentes, reconstruyó más de la mitad con un costo
de 24 libras cada una. El alquiler de estas nuevas casas representó el 8 por
ciento del coste de su construcción. Al mismo tiempo la Compañía racionalizó el
diseño urbanístico del pueblo. Las casas de los mineros fueron construidas en
filas, sobre un plano rectilíneo, con una plaza de mercado cerca del centro.
Cada fila presentaba su parte trasera a otra fila; entre ellas estaba el
cobertizo y los lavabos.
La dieta fue
sencilla. La comida de mediodía consistía de una tajada de melón, una naranja,
o una cebolla, junto con pan, el elemento principal. Por la noche había guiso
de vegetales y tocino, o arroz y pescado, junto con una cantidad moderada de
vino.
Muchos
trabajadores criaron cerdos, y el gran aumento del número de los mismos provocó
lógicos problemas, pero suministraron la mayor parte de la carne de los
aldeanos, además de las cabras. Los cerdos hicieron posible la salchicha de ajo
o la manteca de cerdo. Pero mucha de la comida se importaba.
Cada mañana
a las cuatro, la plaza se llenaba con gentes del campo que habían traído sus
productos (naranjas, uvas, melones, tomates, pimientos, etcétera), desde
considerables distancias, en caballos, mulos o burros. El pan venía incluso de
mayor distancia, traído junto con otros alimentos a los pueblos, en el
ferrocarril de la Compañía.
En su
vestimenta el minero andaluz mostró una fuerte individualidad. Su vestimenta
solía consistir en una manta (manto de colores brillantes), un pañuelo
alrededor de su cabeza, o un sombrero de penachos; zapatos de lona con suelas y
cordones de esparto; calzones de tela ancha hasta la rodilla, un cinturón o
faja sujetando su cuchillo, tabaco y dinero. En domingo podían vestir una
chaqueta de buena apariencia. En días de descanso se jugaba mucho a las cartas
y a juegos al aire libre.
En los días
de pago había baile, cante y música. Normalmente se bebía “alcohol de patata
ardiente", aguardiente” si esto ocurría, había grescas e incluso
puñaladas. El suministro de este alcohol a los trabajadores del sur fue el
comercio más lucrativo en las minas. Las compañías hicieron lo que podían para
controlarlo y evitar sus efectos, pero tuvieron grandes dificultades. Este
exceso de borracheras es, por supuesto, relativo. Esto ocurría igualmente por
esa época en Gran Bretaña, en las áreas de minería como en otras partes.
En Tharsis
estos problemas fueron mucho menos serios que en RioTinto. Puesto que en
Tharsis casi todo el terreno adyacente a las minas eran propiedad de la
Compañía, fue posible la expulsión de indeseables, el control de los clubes de
trabajadores, y una general supervisión social. En RioTinto, con una fuerza
laboral mucho mayor (Había 9.000 trabajadores por 1889) y una mucho menor
posesión de los terrenos, esto no fue posible. En cierto tiempo en RioTinto
hubo una gran plaza de toros que se convirtió en foco de toda clase de
trifulcas. A pesar del hecho de que parte del personal británico fueron de los
principales promotores de las corridas de toro, la Compañía adquirió finalmente
la propiedad de la plaza y la destruyó. Hasta llegaron a contabilizarse siete
asesinatos cometidos en RíoTinto en el plazo de seis semanas.
A mediados
de los ochenta, el complejo urbanístico general de Tharsis había tomado su
forma característica sobre el terreno. La explotación de los filones y los
problemas técnicos de acceso, fueron el principal factor determinante de la
ubicación de las viviendas. Si además todo el mineral de la zona ya había sido
extraído, entonces el motivo era muy lógico. Pero la calcinación, y el lavado
de cerca de un tercio del mineral, fue la principal circunstancia que dio forma
al desarrollo del poblado.
Para estas
tareas se necesitó mucha agua. Las operaciones se realizaban en la cuenca de un
río donde podía establecerse la captación.
La
combustión del mineral liberaba el azufre, provocando una gran contaminación
atmosférica; con los predominantes vientos del noroeste y del sudeste, el
poblado de trabajadores estaba mejor situado más al occidente del Filón Norte.
El “Pueblo Nuevo", donde la dirección vivió desde poco después de
los ochenta, estaba también al oeste del área de calcinación, pero más al sur,
en la hendidura entre el Monte Tharsis y la colina adyacente, no lejos del
cementerio Romano.
Los
poblados, las minas, los cabezos, y el área de calcinación, causaban una gran
impresión al visitante, imaginándose como ante el paisaje de un "Paraíso
Perdido". Las enormes excavaciones a cielo abierto, los sistemas de
túneles y pozos, las trogloditas condiciones de trabajo, el ruido, los humos,
las escorias vertidas de los hornos, el verde, azul y rojo de los arroyos
contaminados, provocaban un poderoso impacto.
Por encima
de todo flotaba una gran nube azufrosa, alimentada por la llama vacilante y
azul de la cima de las teleras, que provocaban densas columnas de humo blanco
que se fusionaban en una masa enorme, puesta en movimiento por la acción del
viento.
La misma
secuencia general de asentamiento tan deficiente, que había sido experimentado
en Tharsis, fue repetida en La Zarza. El problema de no disponer de un plan de
viviendas fue estudiado hacia la primera década.
Fue
necesario reclutar más trabajadores para la explotación a cielo abierto y para
la construcción del ferrocarril. En todo caso, en la terminación del
ferrocarril, hubo una dispersión considerable, unos 1.500 hombres marcharon de
los pueblos, especialmente de La Zarza. No obstante, la población excedía
enormemente en relación a las viviendas. En 1892 había 3.600 personas en La
Zarza, en 463 casas. El hecho de que la mayoría de las casas tenían todavía dos
cuartos, llevó a una mala situación. Los hombres casados no podían traer a sus
familias a la mina. Una vez más, se hizo necesario un programa de edificación
de viviendas, especialmente en las casas de dos cuartos, costando cerca de 30
libras cada una.
La mayoría
de la fuerza laboral, tanto en Tharsis como en La Zarza, fue empleada en la
explotación a cielo abierto. En verano el trabajo podía ser muy duro, con el
sol reflejado en las paredes de las rocas, y el aire, en el interior de las
excavaciones, que el viento no movía. En invierno, la estación de las duras
lluvias, el trabajo podía ser interrumpido o se hacía peligroso por las tormentas. El esfuerzo
muscular era frecuentemente muy grande, siendo las fracturas una causa
común de lesiones.
Alrededor
del estómago y el bajo vientre, los hombres llevaron puestas, aún en días de
mucho calor, apretadas fajas. Dentro de ellas portaban cuchillos de usos
múltiples, que se plegaban dentro de su mango (navajas), y que podían, quizás,
ser utilizados si una discusión o un agravio se elevaban de tono. Estos fajines
fue una parte tradicional del atuendo de los hombres, intentado proteger las
partes esenciales del cuerpo contra el frío en el invierno, y contra los
repentinos cambios de temperatura el resto del año. Fueron la principal defensa
contra el enfriamiento y el lumbago. El invierno también trajo problemas de
reumatismo, que se combatía, preferentemente, con pulseras de bronce.
Hombres y
mujeres trabajaron juntos. En las visitas efectuadas por la dirección, quedaban
admirados de la capacidad de las mujeres para transportar sobre sus cabezas.
Sus ingresos significaron que las mujeres más jóvenes gozaran de un salario y
contribuyeran a la economía familiar. Pero estas ayudas podrían ser
irregulares, aunque las mujeres fueron utilizadas tanto en los trabajos de los
nuevos filones como en toda la minería de la pirita, la gran demanda real de
sus servicios surgía cuando se acometía el descubrimiento de una nueva zona de
mineral.
La dinamita
fue usada cuando el trabajo a realizar era demasiado duro o para las zonas de
mineral. Los hombres con sus marrillas y rodos desmenuzaban las piedras o el
mineral, llenaban las cajas y las alzaban a las cabezas de las mujeres (y, al
principio, de los niños también), quienes las llevaban rampas arriba para
llenar el vagón de los mulos de tiro. Los hombres llevaban delantales de cuero
divididos en dos, atado debajo de cada rodilla, como los zahones de un cowboy
de Tejas. Las mujeres vestían según la tradición, con faldas voluminosas y unos
largos y más bien estrechos delantales rectangulares.
La
explotación a cielo abierto dio origen al funcionamiento de una gran fuerza
laboral de escasa experiencia, que trabajó en unas condiciones que difícilmente
aportaba un beneficio social. A lo largo de una gran parte del año el agua fue
escasa, haciendo muy difícil limpiarse el polvo y el sudor de ropas y cuerpos.
A pesar de todo, estos inexperimentados trabajadores ganaban dos chelines y
seis peniques poco después de los años sesenta de este siglo XIX. Esto
posibilitó unos ingresos que fueron atractivos comparados con otras
posibilidades de trabajo disponibles.
El verdadero
minero, realizando las galerías, o trabajando bajo tierra el sistema de hacer
cámaras e ir sosteniéndolas con columnas, recibía desde 3 chelines y 1 penique
a 3 chelines y 6 peniques por día. En general, en comparación a los mineros del
carbón en Gran Bretaña, los salarios eran un 20% menor. Un acuerdo de trabajo a
destajo se realizaba cuando un minero pactaba mover una determinada cantidad de
estéril o mineral, en unos términos acordados previamente.
Continuará...