miércoles, 7 de julio de 2021

1853. EL INICIO DE UNA COMUNIDAD. 2ª Parte

RESUMEN DE LO PUBLICADO. Felipe, el cabrero que acompañó a Deligny en su visita a los escoriales de la Huerta Grande, decide trabajar para los franceses. Acude al Ayuntamiento de Alosno para inscribirse y allí se reencuentra con el francés. Al regreso a la Puebla y ante el interés despertado en los pueblos cercanos por la puesta en explotación de las minas, le interrogan sobre estos trabajos mineros. Pero al año siguiente, una epidemia está a punto de acabar con el proyecto de Deligny y que se olvide el nombre de Tarsis. ======================================================================= A finales de 1853 se disponía de fondos para el trabajo de exploración y extracción. Ha transcurrido más de un año y el trabajo en la mina Tarsis continúa atrayendo mano de obra. Si la sociedad creada por Deligny y Decazes se definió como empresa de exploración, los socios fundadores contribuyeron con su aporte de capital al necesario respaldo económico. Al que se sumó después un préstamo de 400.000 francos negociados con la casa Rothschild de París. Se continuó con más determinación la limpieza de los denuncios y concesiones. La maleza, que lo cubría todo, impedía llegar a los pozos y socavones abandonados durante siglos. Se adecentaron todos los caminos para llegar a esos antiguos tajos. Deligny, que tenía un compromiso de visitar Asturias donde estaba prevista la ampliación del ferrocarril, tuvo que ausentarse unos días de la febril actividad minera para viajar a Asturias y reunirse a finales de septiembre con Claudio Gil. En sus descansos, Felipe volvía a la Puebla y se convirtió sin quererlo, en el pregonero al que acudían los vecinos para informarse de las posibilidades de trabajo en la mina. A su casa, o en su búsqueda, se llegaban a verle quiénes tenían pensado cambiar su trabajo por otro a más de dos leguas de distancia. También quiénes tenían algún tipo de negocio y querían saber si encajaría con el trabajo que se hacía en la mina. En la Puebla, donde había tantos arrieros como en el Alosno, también se interesaban en poner sus animales y ellos mismo al servicio de los franceses. Y no es que les faltara trabajo a quiénes se dedicaban a llevar y traer mercancías con los pueblos cercanos y al contrabando, es que se había divulgado que la empresa minera podía dar trabajo a todos los vecinos. Se decía que había un proyecto de crear un pueblo junto a la mina, donde pudiera establecerse las familia que lo quisieran, y que para ello la empresa les facilitaría una vivienda. El tío Pedro. Un día le visitó en su casa el tío Pedro, un arriero con cierta edad y curtido en su trabajo, que bien podía ser considerado el recadero más importante de todo el Andévalo. Tío Pedro se decía mayor para no aventurarse a cambios de aires y abandonar a tantos “clientes” que recurrían a él y a su hijo. El hijo, un muchacho avispado, era su ayudante, y si acudía a Felipe era pensando más que el cambio de aires que para él no quería, lo mismo le vendría bien al hijo. (*Los muchachos eran admitidos para trabajar en las minas: a cielo abierto, en contramina y posteriormente, cuando llegó el momento, en los talleres. Era el departamento que más muchachos incorporaban; seguramente era donde recibían la enseñanza práctica que desarrollarían después como adultos*). Como era muy querido por los vecinos, nunca le faltaban recados y encargos de lo más diversos que llevar a cabo. Desde dar noticias: el nacimiento de una nieta a unos abuelos que vivían en el Almendro; la pronta llegada de unos soldados que habían embarcado para llegar a Cádiz licenciados del servicio militar; o el tabardillo que tenía postrado al párroco del pueblo. Tío Pedro servia muy diligente a sus clientes. Era muy conocido también fuera de la Puebla, y es que ejercía de valijero sin serlo, qué unido a su trabajo de trajinero, hacía llegar las noticias a las familias antes que a través del Correo. Llevaba noticias y mercancías desde Castillejos hasta Santa Bárbara. Aunque la estafeta de Correos funcionaba dos días por semana, se despachaba desde Gibraleón vía Castillejos, él llevaba la información mucho más rápido y directamente al interesado. Raro es que alguna familia no hubiera necesitado sus servicios. Un adorno para una casamentera que había que traer de otro pueblo; una manta; un encaje. Esos encargos eran parte de su especialidad. Y aunque en la Puebla el nombre de Pedro fuera habitual, tío Pedro solo había uno y poco importaba si su apellido fuera de los más extendidos; un Ponce, Monterde, o Fernández. Solo en el Ayuntamiento y en la iglesia de la Santa Cruz estaba registrado. Quiénes acudían a él para un encargo, también le pedían consejos de mil cosas. Les relataba su experiencia de andar de un sitio para otro, a veces solo o en compañía de su hijo. Donde se le presentaban muchos retos, pero la pericia adquirida le ayudaba para salir airoso. Felipe, que le tenía mucha confianza, le preguntaba cómo conseguía contentar a tantas personas. Tío Pedro le decía que él no contentaba a todos, solo a quienes se lo merecen. Aplicaba unas normas a su trabajo, desconocida por quiénes solicitaban su servicio, que mantenía rentable su negocio de traer y llevar mercancías. Le explicó, que quienes acudían a su casa solicitándole un encargo, sabían cómo tenían que proceder. En su casa, o en las fondas donde se hospedaba cuando el recorrido lo exigía, pedía a sus "clientes" que dejaran su encargo por escrito. Allí llegaban uno con un papel para que le trajera un sombrero del Almendro. Otro quería una estameña de Paymogo, una pieza de lienzo o de encajes. A solas con su hijo, se quitaba su sombrero de ala ancha y lanzaba unos sombrerazos de aire sobre los papeles. El que no tenía un contrapeso de las monedas dejadas a cuenta por el cliente, salían volando. Recogía los que quedaban en la mesa, y al recogerlos le decía a su hijo. -Esto son los que se vienen con nosotros-. Pero de irse a trabajar a la mina de los franceses el tío Pedro no tenía una opinión formada, solo le recomendó a Felipe que si él tenía confianza en sí mismo, siguiera adelante. Los arrieros de la Puebla, que al igual que los de Alosno compartían el monopolio de los servicios de mensajería y transporte con todos los pueblos de alrededores, vieron el beneficio que para su trabajo les podía reportar poner la recua de mulos y asnos al servicio de unos transportes garantizados para todo el año. Ello le supondría, según le comentaban otros puebleños que habían entrado en contacto con los arrieros alosneros, que los franceses necesitaban toda la caballería disponible. Que las tareas requeridas no eran solo las de limpieza y adecentamiento de los caminos y tajos mineros, también las que preveían en un futuro cercano del transporte hasta la capital para llevar y traer mercancías. Y ese futuro, donde se ocuparían todos los dueños de recuas de los alrededores, no se acababa de vislumbrar. Lo que ocurrió en agosto de 1854 daría la razón a quienes no lanzaron las campanas al vuelo. Otro hecho interesante que se estaba produciendo es que se hablaba mucho de los escoriales de la Huerta Grande, que pocos habían visitado hasta entonces. De la mina en la que trabajaba Felipe y otros puebleños, y esa mina de los franceses la llamaban Tarsis. En agosto y septiembre de 1854 una epidemia pudo acabar con el proyecto de Deligny. La creación de ese poblado que imaginó con trenes, talleres, y un pueblo laborioso trabajando. A raíz del brote de cólera detectado en Europa se imponen restricciones al comercio marítimo, no solo proveniente de Europa también de Marruecos y Portugal. Los gobernadores civiles dictan medidas que obligan a las Juntas de Sanidad de los puertos a ejercer mayor vigilancia. -Que los barcos pesqueros no pasen más de una noche en alta mar, ni tengan roces con otros buques retenidos. -Que no se permita la estancia de los cadáveres en casas por más de 12 horas, depositándolos en los cementerios. Vigilar la venta de pescado. La limpieza de los lavaderos públicos. Y prohibir la cría de cerdos en la población. En Cádiz se acuerda establecer lazaretos provisionales para que los pasajeros que arriben al puerto sean sometidos a cuarentenas antes de transitar por la provincia. El cólera se extendió por la provincia de Huelva. Los trabajos mineros se paralizan. Los obreros, al igual que Felipe, regresan a sus casas. Los pedidos de material a Inglaterra solicitados por Deligny, bombas de achique y maquinas de vapor para el arranque, no podían llegar a la mina por el cierre de las aduanas. Cundió el pánico. Se habla de hacer intervenir a la Milicia Nacional. Isla Cristina suspende las elecciones municipales por el mal estado sanitario del municipio. El pueblo de Aljaraque, censado en la capital para las elecciones, piden segregarse de Huelva para no acudir a votar por miedo a la enfermedad reinante, y agregarlo al de Cartaya. El 14 de septiembre de 1854, el gobierno civil de Huelva dirige escrito a la Casa Real solicitando cambiar las elecciones previstas del 4 de octubre a diputados en las Cortes Constituyentes, por: “*Teniendo en consideración el mal estado sanitario de algunos pueblos de esta provincia y las incomunicaciones que con tal motivo se hallan unos pueblos con otros*”. El 15 de agosto, el ayuntamiento de Huelva aprueba la contratación urgente de 4 plazas de sepulturero hasta fin de año. El 16 de septiembre de 1854 el gobierno civil de Huelva moviliza la Milicia Nacional. (*Cuerpo formado por ciudadanos armados obligados a servir en la milicia. Aunque se había regulado por primera vez con la Constitución de Cádiz de 1812, esta milicia era independiente del ejército regular. Su número se fijó en 30 ciudadanos por cada 1300 habitantes. Su cometido era mantener el orden público. Sus miembros tenían que ser mayores de 30 años y menores de 50, y se les concedía la potestad de elegir entre ellos a sus mandos y jefes de milicia*). Deligny diría después: (“*El cólera que castigó tanto a las ciudades de esta Andalucía, infundió el terror en los pueblos. Y tan estrechas fueron las incomunicaciones que el tránsito y las relaciones se hicieron casi imposibles. En aquellos difíciles momentos, una fe absoluta y firme en el gran porvenir de Tarsis nos sostuvo. Esta fe la infundía en el rededor mío, y encontré en el pueblo del Alosno un apoyo simpático y efectivo inesperado*”). Pero nuevos retos aparecían en el horizonte que podían acabar con la “revolución industrial” iniciada. Continuará... José Gómez Ponce. Julio 2021

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