miércoles, 14 de abril de 2021

Libro de Checkland

Hasta la fecha no hay acuerdo para la traducción del libro: “The Mines of Tharsis. Roman, French and British Enterprise in Spain”. Gracias a la aportación de un amante de nuestra historia, seguidor de nuestra página, vamos a publicar en varias entregas el capítulo 1 del prólogo. Publicado en 1967, el autor expone que gran parte del trabajo inicial lo realizó en el Instituto de estudios avanzados de Princeton. La investigación, que le llevó unos años, bien pudo iniciarla en el domicilio de la compañía, en West George Street de Glasgow, pues con la compra de un paquete de acciones por parte de Antoine Velge en 1963 y pasar la mayoría de capital a manos belgas, la documentación generada desde 1866 acabó depositada en su Universidad de Glasgow. Antoine nombraría a Günter Strauss director general y a su hijo Frederic director auxiliar, trasladando de sede la sociedad. Checkland dispuso de cuánta información necesitaba para su libro, no solo en forma de cartas, informes, fotos; también de opiniones cualificadas entrevistándose con directivos que regresaron a Glasgow, como William Rutherford. En Glasgow estaban al corriente de todos los pormenores que se daban en los tres Centros mineros. El canal de comunicación con la sede se centralizaba en Tharsis, de donde partían todas las propuestas que tenían que ser refrendadas para ejecutarse. El eficiente canal de comunicación del que disponía la empresa, como el telégrafo, fue puesto a disposición de las Diputaciones provinciales para la transmisión de datos electorales. Este trasvase de información era continuo. Todos los grandes acontecimientos o situaciones preocupantes y conflictivas vividas en los poblados, o habían obtenido el visto bueno en la sede, o informada al detalle. No solo se aprobaba la construcción de viviendas y de nuevos mercados, también se daba el visto bueno al primer casino minero en 1880. A la fundación en 1890 de la cooperativa de consumo la Igualdad. A financiar la primera Velada en 1898. Pero otra información que se envía desde Tharsis era preocupante, y quedaban a la espera que Glasgow marcará las directrices. En 1888 se cita al director Alexander Allan, para que comparezca en Alosno ante el juez Francisco Limón Rebollo, como responsable de los daños que causan los humos sulfurosos de las calcinaciones. O las directrices a seguir para garantizar las exportaciones durante las dos guerras mundiales. O el detalle de los acontecimientos vividos en la guerra civil española. Checkland tuvo a su disposición toda la información de la empresa, así lo reconoce en el prólogo: “Los mandos de la Tharsis Company me han dado acceso a toda la información disponible y me han ayudado de todas las maneras posibles, tanto aquí como en España” Pero este agradecimiento no le impide exponer sus conclusiones, aunque no sean compartidas por altos cargos directivos que le piden, en justa correspondencia, que lo haga público en el libro: “Aunque la Compañía me ha dado permiso para su publicación, se me ha insistido en que aclare que no comparte todos los puntos de vista y conclusiones que aquí expongo”. Esta traducción del capítulo 1 del prólogo, constituye solo una parte importante del libro, pero mejor que nada, porque acuerdo para que el libro salga a la luz en español me parece tan fácil, que es increíble que llevemos años sin que a los que creo interesados en su publicación se pongan de acuerdo. ¿Tan difícil es que Tharsis, La Zarza y Corrales acuerden pedir la traducción del libro? ¿Tan difícil es que ingenieros y facultativos de minas acordaran su publicación? ¿Tan difícil es que la Diputación Provincial, la Universidad de Huelva, y el Ayuntamiento de la capital se pusieran de acuerdo en que este libro forma parte de la historia de la provincia? Y es de justicia que los ciudadanos de esta provincia y de España podamos leerlo en el idioma que hablamos, el español. Pues muy a mi pesar, parece ser que sí, que es muy difícil, pero que lo expliquen. José Gómez Ponce. Abril 2021 ************************************************** Capítulo 1: La historia a grandes rasgos “Muchas minas son cosas transitorias; los hombres las agotan tanto como lo permitan las técnicas disponibles; mueren, dejando cavidades que son olvidadas e irregularidades en la superficie que para todos, salvo para aquellos bien informados, son características naturales del paisaje. Pero algunas tienen más de una vida, repetidamente resucitadas cuando el control técnico del hombre avanza y sus necesidades crecen. El resultado es una historia en la que están involucrados dos héroes: los yacimientos y los hombres que aceptan su desafío. La lucha es en cierto modo discontinua puesto que puede haber largos periodos en los que es abandonada. En otro sentido, sin embargo, no cesa, ya que en los intervalos en los que los yacimientos permanecen imperturbables, el hombre está continuamente rehaciendo su sociedad para que tanto técnica como económicamente los filones puedan ser relevantes para sus necesidades una vez más. Tal es la historia de algunos de los grandes yacimientos de pirita de Europa. Los del sur de España, que se encuentran en las pizarras al sur de Sierra Morena y al norte de la llanura de Andalucía, son los más grandes yacimientos de sulfuros masivos del mundo. Han sido la fuente más grande de cobre de Europa tanto en la antigüedad como en tiempos modernos. Ningún otro ámbito mineral ha jugado un papel tan importante en dos épocas, sustentando tanto el Imperio romano como el Imperio británico en el apogeo de su riqueza y poder. El potencial de las vetas aún no está agotado; la esquina suroeste de España es todavía una zona minera con futuro. Los hombres que la han explotado abarcan desde los legendarios tartesios, pasando por los romanos, hasta los de épocas modernas – primero españoles, franceses, después escoceses e ingleses. Cada grupo sucesivamente, motivado por las necesidades de mineral de su tiempo, se adentraba en los cerros para ponerse a prueba con los yacimientos. Allí cada uno desplegaba conocimientos mineros contemporáneos a su máxima capacidad técnica. Reunieron alrededor de ellos una numerosa mano de obra de hombres y mujeres; dirección y mineros juntos formaron comunidades en la sierra. En grandes centros de negocios, tanto en épocas antiguas como en modernas, otros hombres hacían frente a los problemas de finanzas y de comercialización. Algunos de estos han sido hombres ricos y poderosos, cuyos intereses en la pirita formaban parte de una preocupación más general con las posibilidades de inversión de la época. Los oscuros inicios de la explotación recaen en el pueblo de Tartessos, celebrado por autores bíblicos y griegos. Los tartesios buscaron oro, plata y cobre. Su desaparecida capital es uno de los grandes enigmas históricos, de la cual los antiguos hablaban maravillas, y de la que se piensa, según algunos, que dio lugar a la leyenda de la Utopía de la Atlántida, sumergida en el mar occidental. De la fuerza de la entrada romana en el ámbito de la pirita española no hay ninguna duda, pues allí, en su búsqueda de metales para sustentar un gran imperio, sus actividades mineras y metalúrgicas superaron con creces en técnica y en grandiosidad todo lo que habían hecho en otros lugares. Cuando el Imperio cayó, las empresas mineras de Rio Tinto y Tharsis eran demasiado complejas para que la nueva Europa o necesitara o pudiera continuarlas. Las múltiples norias de agua permanecieron inmóviles, la vegetación invadió los enormes escoriales, y los pozos y las galerías estaban callados de no ser por el sonido del agua que goteaba y de la roca que caía. Durante más de mil años las explotaciones estuvieron inactivas. En este largo intervalo, los Moros invadieron España, la conquistaron y la dominaron, y fueron expulsados. Colón zarpó desde Palos sobre aguas a las que el desagüe ácido de las vetas de pirita contribuía. Felipe II presidió la magnificencia de la España Imperial, fomentando el interés por la minería española, especialmente de la plata, provocando un ligero resurgimiento de los yacimientos de pirita. Había visitantes esporádicos que se maravillaban ante las antiguas explotaciones, que aprendían sobre las cualidades medicinales de los arroyos de la zona que llevaban azufre y cobre, y les fascinaba su poder de convertir en cobre trozos de hierro abandonados en ellos. La grandeza de España entró en su largo declive. No lejos de la desembocadura compartida de los ríos Odiel y Tinto, Nelson murió en Trafalgar. Napoleón ocupó la Península, hizo a su hermano José rey de los españoles, y fue expulsado por la furia patriótica de partisanos españoles y portugueses, y por el Ejército Británico de Wellington. El proceso de industrialización se aceleraba rápidamente en el mundo postnapoleónico. Se necesitaban mayores y más baratos suministros de dos elementos principales, los cuales podían ser proporcionados por los filones de pirita: cobre y azufre. Gran Bretaña, usando menas de Cornualles que eran fundidas en Gales del Sur, había dominado el mundo del cobre, pero ya no lo podía hacer por más tiempo. Los recursos británicos se estaban agotando; y mucho más importante, la demanda mundial de cobre aumentaba a un ritmo extraordinario. Chile, una república del Nuevo Mundo nacida del Imperio Español a principios del siglo diecinueve, proporcionó el primer alivio. A partir de 1830 la producción de cobre allí se intensificó tan rápido que el precio cotizado por las “barras de chile” pronto se convirtió en el estándar de referencia en el mercado del cobre de Londres. Pero el cobre chileno tenía que soportar altos costes de transporte: una fuente competidora dentro de los límites tradicionales de Europa, especialmente si pudiera ser explotada con mano de obra campesina barata, tendría grandes ventajas. Era el momento para que las minas de Tharsis se reactivaran. Los franceses habían tenido desde hacía tiempo gran interés en el potencial mineral de España: un aristócrata francés, el Duque de Glücksberg, con grandes intereses financieros e importantes contactos, entre ellos los Rothchilds de París, contrató a un joven compatriota, Ernest Deligny, alumno de una gran escuela francesa de ciencias, para que buscara una posibilidad en el campo de la pirita. Fue en primer lugar a las Minas Reales de Rio Tinto. Allí vio un nuevo procedimiento de extracción del cobre en funcionamiento, pero la empresa, carente de capital y asfixiada por la burocracia de Madrid, no pudo responder a su oportunidad. Deligny se trasladó a unas 30 millas (48 kilómetros) hacia el oeste, donde las escorias de la antigüedad yacían, imperturbables, en Tharsis. El entusiasmo de Deligny, como el de tantos prospectores, era ilimitado. El Duque y otros socios, no del todo convencidos, y con otros compromisos financieros, encontraron un mínimo de capital, y Deligny empezó su programa de explotación en 1853. Luchó contra enormes dificultades, pero no tuvo éxito. La vacilante Compañía, sumida en peleas a las que el temperamento de Deligny contribuía, estaba al borde del fracaso. La reorganización fue encomendada a un hombre de negocios, Víctor Mercier. Deligny se fue, y llegó un meticuloso sistema de control de la contabilidad y de explotación planificada. Mercier tuvo éxito dentro de los límites de su situación. Las crecientes pérdidas se frenaron y se generó un rendimiento de la inversión. Pero fue tan pequeño que no se pudo conseguir nuevo capital. Por falta de este, Mercier no pudo dar el gran paso adelante que realmente pondría a prueba la viabilidad económica de las minas: la construcción de un ferrocarril y de un muelle-embarcadero. Deligny y luego Mercier habían luchado durante trece años cuando, en 1866, apareció una nueva posibilidad. Esta oportunidad provenía del otro elemento importante en la pirita, en concreto el azufre. En el proceso de cementación de producción de cobre usado en Rio Tinto, y seguido por Deligny en Tharsis, el azufre simplemente se quemaba al aire libre, y de esta manera se perdía. El crecimiento de la industria química pesada en Gran Bretaña, con el azufre como uno de sus principales materiales, había provocado una búsqueda de nuevas fuentes, justo como había sucedido con el cobre. La pirita ibérica proporcionaba los dos. Si se pudiera formar una compañía que fuera capaz de explotar ambos, entonces el éxito de las minas de Tharsis estaría garantizado. Los fabricantes británicos de álcali, quienes prácticamente componían la industria química pesada, habían sufrido un sobresalto en 1838 cuando su gran fuente de azufre, el sulfuro siciliano, había sido puesta por el Rey de Nápoles en manos de monopolistas que enseguida subieron el precio. Deseaban ansiosamente una fuente de suministro que estuviera bajo su propio control. La pirita se había convertido en el objeto de ilusionante experimentación: hacia 1866, no solamente había un método eficaz de extracción de azufre disponible, sino que un posterior proceso para la recuperación del cobre del residuo había sido desarrollado por el químico de Glasgow, William Henderson. Una figura destacada entre los productores británicos de álcali, Charles Tennant, dueño de la gran fábrica de St Rollox (1) en Glasgow, vio claramente las posibilidades de la nueva situación. Los productores de álcali debían formar un consorcio, conseguir capital, adquirir los derechos de patente de Henderson, y explotar una importante mina de pirita española. Tennant y Mercier se reunieron, y se llegó a un acuerdo. La nueva Tharsis Company se formó y adquirió las minas, primero en forma de regalías, y después, habiendo integrado a la Compañía francesa, como propietarios. Se construyeron el ferrocarril y el muelle-embarcadero. La producción de cobre por cementación continuó en las minas, pero pronto fue acompañada de grandes exportaciones de pirita bruta a Gran Bretaña. Allí, la mena se entregaba a los fabricantes de álcali, que extraían el azufre; luego las cenizas se enviaban a las siete fábricas de metales de la Compañía, situadas en todas las principales zonas metalúrgicas, donde se extraía el cobre. Pronto, incluso las utilidades de metales preciosos menores también se recuperaron. Quedaba el residuo de hierro, alrededor de un 70% del peso de la pirita. A este también, después de muchos experimentos, se le dio utilidad en los altos hornos. Con ello, cada componente de la pirita hacía su contribución a los ingresos.  De esta manera se sentaron las bases de la gran prosperidad de la Compañía. Hasta 1909 Tharsis fue la mina de cobre más rentable del mundo. Tan grande fue su logro que en 1873 se fundó en Londres una Compañía incluso más grande, con respaldo financiero internacional, para adquirir las minas de Rio Tinto al Gobierno español y volverlas a explotar según el modelo demostrado en Tharsis. La competencia entre Tharsis y Rio Tinto redujo a la mitad el precio del azufre para la industria de productos químicos. Juntas hicieron que los yacimientos de pirita españoles fueran la principal fuente mundial de cobre. Esta situación se mantuvo durante algo más de una década, desde los primeros años setenta hasta los últimos años ochenta. Cuando se produjeron los enormes avances del cobre del Oeste americano, el sur de España continuaba siendo una de las grandes zonas de suministro. Hasta al menos los años noventa, la producción de Tharsis de cobre y azufre tenía que ser tenida en cuenta por cualquiera que calculara los suministros mundiales y que evaluara las tendencias futuras de los precios. La Compañía ocupó un lugar de cierta importancia en los mundos tecnológicos de los métodos de  minería, de la química, y de la metalurgia. Había miembros en su dirección que fueron de los primeros que experimentaron con nuevos métodos mineros. Sus excavaciones a cielo abierto eran conocidas en todo el mundo de la minería. Pronto recurrió al método de ‘corte y relleno’ a profundidades mayores. Las invenciones de Henderson fueron más allá de la extracción de cobre: en el intento de utilizar los residuos de hierro de la pirita, de la mena morada o del ‘blue billy’ (‘billy azul’), se convirtió en un pionero del ferro-manganeso. Mucho más que esto, fueron los esfuerzos de los directivos de Tharsis conjuntamente con Siemens, luchando con el tentador problema de los residuos de hierro de la pirita de Tharsis, lo que introdujo la producción de acero a gran escala en Escocia. El francés Claudet, alentado por el desafío de los metales preciosos en la pirita ibérica, perfeccionó su proceso de extracción de plata, el cual fue integrado en el método del cobre de Henderson para elaborar un conjunto continuo de operaciones. La extracción de plata condujo a la extracción de oro: fue un químico de la Tharsis Company, John Stewart MacArthur, quien, con los hermanos Forrest, desarrolló el famoso proceso de extracción de oro con cianuro, haciendo posible un enorme aporte al suministro mundial de oro a través del aprovechamiento de menas de baja calidad. La Compañía era muy conocida en las Bolsas de Glasgow y Londres. Sus beneficios oscilaban con el rumbo errático de los precios del cobre. Era muy sensible a rumores como a las reservas de mena y a las producciones de cobre. Como sucede con muchas compañías del momento, resultaba imposible, especialmente en los años ochenta, disuadir a los accionistas de entrar en pleitos contra la empresa. La prensa económica tanto en Gran Bretaña como en Francia rápidamente se refería a alguno o a todos estos asuntos delicados. El resultado era vulnerabilidad ante la actividad a la baja, de la cual los mismos directivos a veces eran acusados. Los cánones de conducta correcta para directivos en tal situación, entonces todavía una cuestión novedosa, era un tema de agria disputa. Continuará...

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