jueves, 2 de septiembre de 2021

1853. EL INICIO DE UNA COMUNIDAD. 3ª Parte

Resumen de lo publicado.

Felipe estaba disponible para cualquier tarea que le encargaban los capataces, pero a raíz del cólera, que castigó sobremanera la provincia de Huelva, regresó a La Puebla.

Mientras, la sociedad auspiciada por Deligny vivía momentos de crisis. Al reiniciarse los trabajos, se acrecentó su espíritu minero y decidió convertirse en barrenero.

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Tras el cese casi total de la actividad por el abandono de los trabajos que el miedo al cólera había provocado en los mineros, estos comenzaron a regresar al trabajo. Del Alosno y de la Puebla principalmente, pero también de otros lugares. El tránsito de mercancías se fue restableciendo, no solo con la capital, también comenzaron a llegar las importaciones del material que se había solicitado.

Un hecho importante tuvo esta paralización momentánea de la actividad y el regreso de muchos trabajadores a sus pueblos por el miedo a la enfermedad, y es que corría de boca en boca la magnitud del trabajo en el que se habían implicado con los franceses. Y más que eso, el optimismo que sus dirigentes, Deligny el primero, ponían en la importancia de estos trabajos como fuente de prosperidad, que repercutiría en los pueblos de los alrededores. Quién por el miedo a la enfermedad había regresado a su pueblo, pudo informar a sus vecinos de la grandiosidad de los trabajos que se estaban acometiendo. Del futuro que estos trabajos podían proporcionar a la juventud. De la posibilidad que ofrecía a los “buscavidas” de establecerse en una nueva comunidad que partía de cero en recursos para vivir permanentemente.

Este futuro verosímil que brindaba trabajar en las minas, corrió de un extremo a otro de la provincia, y cruzó al reino de Portugal. No solo era proporcionar trabajo a cientos de hombres condicionados exclusivamente al clima para que los trabajos agrícolas le proporcionaran sustento, es que muchos vieron la oportunidad de cambiar a un oficio, aunque peligroso, pero que no dependían de estar constantemente pendiente de que lloviera, o no, en la primavera y el otoño.

En la Puebla, en Alosno, en el Almendro, en Encinasola y en otros muchos pueblos, solo se hablaba de probar fortuna en las minas de Tarsis.

Así acudió mucha mano de obra; por que un pariente, un primo, un hermano, o un padre trabajaba para los franceses; y se les unieron familias enteras.

Pero la empresa, que ya había pasado por una crisis financiera, dejando de pagar regularmente los salarios, estuvo a punto de acabar con el proyecto de explotación de las minas del término de Alosno.

En 1855, Deligny, que ya había traído a Huelva a su mujer y a sus tres hijos, regresó a París para defender ante los accionistas su proyecto. Allí se encontró con un fuerte rechazo. La casa Rothschild había enviado a Tarsis y Calañas a un experto ex-profesor de la escuela de minas de Saint-Etienne. Este presentó a los accionistas el informe que había elaborado en su visita, dónde concluía que en Tarsis y Calañas "solo se encontrarían muchos azufrones y alguna que otra veta de mineral".

Este rebate a su proyecto le supuso un duro golpe a Deligny.

-¿De qué me serviría explicarle a los accionistas que en mi proyecto confían los directores de Río Tinto, con Martínez Alcibar a la cabeza, con mucha más experiencia sobre el terreno que la visita y el informe del señor Benoit? -se decía.

Pero este revés, más que desmotivarle le persuadió para seguir adelante. Y esta confianza que tenía en el proyecto la compartía también su amigo Decazes. Una vez más, el duque volvió a confiar en él, como había hecho cuatro años antes enviándole a reconocer algunas minas del sur de España. Decazes, que “tenía fe en la lealtad e inteligencia de Deligny”, le presentó a posibles nuevos socios: Eugene Duclerc, Hippolyte G. Biesta, y Alphose Pinard. Todos hombres de negocios, ligados a los hermanos Pereire y por ello a la Societé Generale de Credité Mobilier. Y lo que parecía que iba a acabar en derrota, acabó en una importante batalla ganada para la supervivencia de Tarsis; la creación de una nueva empresa mucho más importante.

El 23 de junio de 1855 se constituyó en París la sociedad Compañía de minas de cobre de Huelva, con un capital de 6.000.000 de francos, con Eugene Duclerc como gerente y Deligny como ingeniero jefe.

Siendo su cuñado, Henry Sergant, que se había instalado a vivir en Alosno, el responsable de la actividad minera en Tarsis.

Felipe había participado en cuántos trabajos le proponían los capataces de los franceses, el último, en la construcción de chozos. Pero él, cuando remitió la epidemia de cólera, regresó a su choza de la Huerta Grande. Como había adquirido destreza en las muchas tareas que le proponían, acabó aceptando trabajos a destajo, a veces para él solo, pero otras muchas para hacerlo en cuadrilla.

Hacia 1856 se le presentó un nuevo cometido, trabajar en la galería Sabina. Informado por los capataces del proyecto para cavar un túnel que atravesara la sierra de Santo Domingo en el sitio de las Cantareras de la Reina, solicitó formar parte del grupo de mineros para hacer el trabajo. Lo que sí le dijeron es que tenían que usar pólvora, por la dureza de la roca. Aunque usar pólvora conllevaba mucho peligro, era de los trabajos mejor retribuidos. Antes de decidirse, aprovechó un día de descanso que regresó a la Puebla, para hablar con un armero, vecino suyo, que reparaba escopetas y sabía de manejarse con la pólvora. El armero le habló de la pólvora negra y su fabricación. Del deterioro que causaba en las armas por el humo y residuos que producía, por lo que era muy importante su limpieza y mantenimiento. Que los sistemas de percusión daban muchos problemas y por eso estaba cambiando muchas escopetas de rueda a otras de pistón, mucho más fiable. Que era un trabajo meticuloso que hay que hacerlo bien. Pero lo único que sacó en claro es que utilizara una mecha larga y despejara antes el camino por donde salir corriendo.

A esta nueva tarea se apuntaron muchos alosneros, pues el recorrido para quiénes vivían en Alosno era menor. Así, antes de empezar a remover tierra y piedras se dedicaron a construirse chozos en las inmediaciones, lo que iría fomentando la tendencia de quedarse a vivir cerca de las minas antes de ir y volver todos los días a sus casas. (Estas primitivas chozas, con el tiempo, se convirtieron en casas, y albergaron una pequeña comunidad durante el siglo XX).

Felipe formó parte de una cuadrilla que pactaban con el capataz el tajo que tenía que acabar en la jornada, esto le permitía aprovechar la luz solar para trabajar muchos días en su pequeño huerto que tenía junto a su choza.

Deligny, y su cuñado Sergant, participaron personalmente en el planeamiento de esta galería. Primero se decidió cavar una trinchera para bajar el nivel de la entrada al túnel. Había que aplanar el terreno para que el estéril, que se iría sacando en pequeñas vagonetas montada sobre raíles, se pudiera trasladar a la escombrera a cierta distancia. (Las aguas ácidas que fluían del túnel se aprovecharon en esta explanada, y al final del terraplén, disponiendo tanques de cementación, “los canaleos”. Muy operativos en la época británica).

Felipe asistió allí a la primera clase práctica de barrenero. Al encontrarse en el camino trazado de la trinchera rocas de gran dureza, el capataz había decidido utilizar pólvora negra, (compuesto explosivo formado al 75% de potasio, al 15% de carbón, y al 10% de azufre. Estas proporciones se fueron mejorando hasta el uso definitivo de la dinamita a finales de siglo XIX) y convocó a 12 trabajadores del turno de mañana para que vieran y aprendieran sobre su uso.

El día anterior habían cavado a base de punterolas y mazas, un pequeño orificio en la roca a explosionar. El capataz introdujo la pólvora negra hasta rebosar por el borde del orificio. Después metió una varilla que llegaba hasta el fondo. Vertió tierra fina sobre la pólvora retacandolo todo. Sacó con mucho cuidado la varilla, y el hueco dejado lo rellenó con pólvora de grano fino hasta la boca del barreno. Después le puso una mecha. (cuerda de algodón o cáñamo retorcida impregnada de brea, o con pólvora en su interior).

Todos vieron de lo más fácil el trabajo de barrenero, pero lo que no sabían es que el capataz, con mucha experiencia en detonar barrenos, les había preparado una sorpresa. Le pidió a un ayudante que le acercara el candil que tenía encendido para prender la mecha, y que todos corrieran a esconderse lo más lejos posible.

-¡Mecha encendida! -gritó- y salió corriendo.

Esperaron y esperaron, pero no se escuchó ninguna explosión. Los que estaban agazapados se levantaron al escuchar que llamaba a los barreneros. Felipe, que se había inscrito como voluntario, tuvo que levantarse y preguntarle al capataz qué había que hacer. El capataz le gritó desde la distancia, que tenía que averiguar por qué no había explotado la pólvora. Felipe, que hubiera querido en ese momento que lo tragara la tierra, o irse con sus cabras que no tenían ningún peligro; temblaba. Lo que no quería es morir por una explosión y lejos de su familia. Cuando el capataz vio que se levantó para dirigirse a inspeccionar el barreno, dijo que no se preocupara nadie que el barreno no podía explotar, que él se había encargado para que no explotara.

-Esto es lo más importante a tener en cuenta, que cuando arméis un barreno, lo tenéis que hacer perfectamente para que explote, porque si no explota y tenéis que averiguar por qué no ha explotado, corréis un grave peligro. Esta es la lección más importante -les dijo.

Después les descubrió algo que ellos no habían visto, que el final de la mecha lo había tapado con tierra y cubierto con una piedra, por lo tanto no pudo darse la ignición.

El segundo intento resultó un éxito. Se escuchó un enorme trueno. Una manta de humo lo cubrió todo. La roca había quedado muy debilitada, y se podía destruir más fácilmente.

Terminada la trinchera, el trabajo continuó bajo tierra a través de un hueco abierto, de poco más de la altura de un hombre, de ancho y de alto.

En unos meses, trabajando a destajo y en turnos, llegaron a 60 metros. Felipe se había responsabilizado de varias explosiones más, y el capataz y sus compañeros lo consideraron apto como barrenero.

Con la ayuda de su hijo mayor, que ahora trabajaban juntos, acondicionaron tan bien la choza que ya parecía una vivienda. Pensaron que su madre y hermano podían trasladarse a vivir con ellos a la mina de Tarsis. Pero un escrito del Ayuntamiento de la Puebla, que le había traído un paisano, iba a trastocarle los planes.

Continuará...

José Gómez Ponce.

Septiembre 2021