viernes, 15 de noviembre de 2019

7ª Parte. Y última 1853: “Llamaremos Tharsis a las minas del término de Alosno”


7ª Parte. Y última
1853: “Llamaremos Tharsis a las minas del término de Alosno”


Sobre esto siguieron hablando hasta llegar a Alosno. Al atravesar las primeras casas se dieron cuenta que la comida preparada para el viaje no la habían consumido, solo el agua de la calabaza que llenaron en el pozo que les indicó el pastor.  Durante el camino  Deligny no dejaba de pensar que tenía que ponerse en contacto con París cuanto antes. Preguntó si en el pueblo había posibilidad de trasladarse a Huelva con alguna rapidez.
Llegaron a la casa dónde Escobar creía poder solucionarle el transporte que el francés quería.  Tenía grandes ventanales enrejados, la entrada empedrada. Ataron las mulas a la aldaba que estaba a la izquierda. La puerta permanecía abierta y llamó preguntando por Francisco. Apareció una mujer, Sebastiana Rebollo, conocida de Escobar y a quién el párroco había presentado un día junto a su marido, Francisco Limón.
Preguntó por su marido diciéndole que el señor que le acompañaba quería hablar con él para un posible viaje, que acababan de llegar de recorrer los escoriales. Les acompañó hasta el comedor diciéndoles que enseguida les atendía.
El comedor era una estancia espaciosa con el suelo de ladrillos rojos, que brillaba por el pulido con agua, jabón y aljofifa que acababan de darle. Una mesa de madera de patas torneadas ocupaba el centro de la estancia. A su alrededor más de media docena de sillas de palillería. Del techo colgaban dos lámparas de aceite, fabricadas en bronce y coronadas con voluminoso globo blanco de cristal. En la pared un mueble aparador en madera de castaño, con su distribución de cajones al medio y puertas laterales, rematadas con artísticos cerrojos y bisagras obras de fragua. Por arriba del mueble, la pared adornada con platos redondos de cerámica, con motivos florales en relieve. A los lados del mueble dos platos redondos, de latón y peltre, grandes como brocal de pozo. En la pared de enfrente un enorme tapiz que representaba una escena bucólica. Algunos cuadros distribuidos por la pared, ennegrecidos por su antigüedad, representaban a vírgenes o mártires de la iglesia.
-Bueno, si Francisco no puede solucionarlo, ya le buscará quién lo puede hacer -dijo Sebastiana al retirarse.
El marido  había escuchado la conversación desde una sala dónde ordenaba papeles en un cartapacio. Al salir, Escobar le presentó al francés.
-¿Usted es el ingeniero francés que está interesado en las minas antiguas, y que puede necesitar a nuestros arrieros?
-Sí señor, Ernesto Deligny. Sabe usted de mi y me sorprende.
-No se preocupe usted,  pero en la fonda donde usted se hospeda, ha coincidido con personas con las que yo trabajo.
-¡Ah!, los arrieros que partían para Ayamonte.
-Sí señor, aquí nos dedicamos también al transporte de mercancías, a la minería no tanto.
-Quiere usted acudir a Huelva para realizar algún tipo de gestión, entiendo.
-Sí, esa es mi intención, trasladarme a la capital para dirigirme al Gobierno Civil, y quisiera hacerlo a la mayor brevedad posible.
-Sabe  usted que nuestros caminos son caminos de herradura, que no se puede ir más rápido que lo que da el paso de la caballería. Así es el camino que tenemos hasta Gibraleón.
Desde Gibraleón sí había posibilidad de tomar una diligencia. Ya lo había consultado el mes pasado antes que iniciara la ruta por Río Tinto. Tampoco el servicio de correos ofrecía muchas posibilidades, pues según había preguntado, en Alosno no había estafeta de correos, la más próxima estaba en Gibraleón, y desde aquí se recibe y se envía el correo solo un día a la semana. Su  interés es acudir a la capital para firmar personalmente la compra de las minas, y con el correspondiente resguardo inscribirlas en el registro de minas de la provincia. Aunque sus mulas son buenas bestias y dispuestas para cualquier recorrido, el desconocimiento de un trayecto tan largo no le parecía que debiera afrontarlo en solitario.
Francisco le propuso que si se daba prisa alcanzaría a los arrieros que partieron para Ayamonte, y les acompañarían hasta la entrada de Gibraleón. Que le podía proporcionar una buena yegua, que seguro alcanzaba a los arrieros después de San Bartolomé.
-Las mulas y asnos de nuestros arrieros se conocen el camino sin que nadie las guíe. Es lo que vienen haciendo hace años, pero la rapidez no es su fuerza, es  la constancia y la capacidad. -dijo Francisco.
El francés pensó que hoy sería imposible ponerse en marcha para alcanzar a quienes le llevaban más de un día de ventaja. Tampoco tenía ordenado los apuntes y las notas que debía aportar para los registros. Por eso decidió que quería salir mañana.
-Entonces,  para mañana le tengo preparado  un buen caballo -dijo Francisco.
Deligny preguntó si no era mala idea viajar solo en un trayecto tan largo, que si no era mejor ir acompañado, porque su idea era volver de nuevo a Alosno si el registro de la mina y el contacto con París daban resultados. Decidieron entonces que el hermano de Francisco, que era un buen jinete, le acompañara hasta coger la diligencia en Gibraleón.
Quedaron en verse por la mañana temprano, al alba. Pasarían por la fonda a recogerle con los caballos preparados. El francés preguntó cuanto tenía que pagarle, y pidió que cuidara de sus mulas, pero Francisco le dijo que estaba seguro que regresaría a Alosno y ya hablarían de precio y colaboración.
Le acompañó a despedirse hasta la puerta, y se puso a calcular el viaje para mañana.
Planificó la ruta a la que estaban acostumbrados. Dispuso ensillar dos caballos habituados a hacer largas distancias. Su hermano y él eran curtidos jinetes, lo que no sabía es si el francés podía aguantar muchas horas cabalgando. Dos buenas sillas de montar, y la del francés recubierta de piel de borrego. A ser posible no parar hasta San Bartolomé, donde se descansará una hora: dar pienso y agua a los caballos y controlar sus pulsaciones. Tres horas más para llegar a Gibraleón, donde se cogerá una calesa porque cuentan con camino carretero. A las 5 de la tarde el señor Deligny puede estar en la capital, acabó calculando.
Francisco miró un cuaderno para saber la salida del sol el 26 de Marzo, y anotó: Orto, 07,25. Ocaso 19,44. Comunicó a su hermano que tenían que ponerse en camino antes de las siete. Y si quería llegarse a Huelva con el francés aprovechara para llevar un encargo, si no, que regresara a Alosno.
Sobre las 17,30 horas un carruaje que traslada viajeros desde Gibraleón, paró en la Plaza de la Concepción de Huelva. El pasajero francés, que había preguntado al cochero por una dirección, marchó desde allí con una carpeta de papeles a la sede del Gobierno Civil. A las 10 de la noche del 26 de Marzo de 1853, D. Ernesto Deligny, de 33 años de edad, casado, natural de París, vecino de Madrid, ingeniero de minas; terminó de presentar el último de los más de cuarenta registros mineros. Al día siguiente se dirigió a la estafeta de correos para comunicar a su amigo, Luis-Charles Decazes, duque de Glücksberg, que “llamaremos Tharsis a las minas del término de Alosno”.

FIN
José Gómez Ponce
Noviembre 2019


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