7ª
Parte. Y última
1853:
“Llamaremos Tharsis a las minas del término de Alosno”
Sobre
esto siguieron hablando hasta llegar a Alosno. Al
atravesar las primeras casas se dieron cuenta que la comida preparada
para el viaje no la habían consumido, solo el agua de la calabaza
que llenaron en el pozo que les indicó el pastor. Durante el
camino Deligny no dejaba de pensar que tenía que ponerse en
contacto con París cuanto antes. Preguntó si en el pueblo había
posibilidad de trasladarse a Huelva con alguna rapidez.
Llegaron
a la casa dónde Escobar creía poder solucionarle el transporte que
el francés quería. Tenía grandes ventanales enrejados, la
entrada empedrada. Ataron las mulas a la aldaba que estaba a la
izquierda. La puerta permanecía abierta y llamó preguntando por
Francisco. Apareció una mujer, Sebastiana Rebollo, conocida de
Escobar y a quién el párroco había presentado un día junto a su
marido, Francisco Limón.
Preguntó
por su marido diciéndole que el señor que le acompañaba quería
hablar con él para un posible viaje, que acababan de llegar de
recorrer los escoriales. Les acompañó hasta el comedor diciéndoles
que enseguida les atendía.
El
comedor era una estancia espaciosa con el suelo de ladrillos rojos,
que brillaba por el pulido con agua, jabón y aljofifa que acababan
de darle. Una mesa de madera de patas torneadas ocupaba el centro de
la estancia. A su alrededor más de media docena de sillas de
palillería. Del techo colgaban dos lámparas de aceite, fabricadas
en bronce y coronadas con voluminoso globo blanco de cristal. En la
pared un mueble aparador en madera de castaño, con su distribución
de cajones al medio y puertas laterales, rematadas con artísticos
cerrojos y bisagras obras de fragua. Por arriba del mueble, la pared
adornada con platos redondos de cerámica, con motivos florales en
relieve. A los lados del mueble dos platos redondos, de latón y
peltre, grandes como brocal de pozo. En la pared de enfrente un
enorme tapiz que representaba una escena bucólica. Algunos cuadros
distribuidos por la pared, ennegrecidos por su antigüedad,
representaban a vírgenes o mártires de la iglesia.
-Bueno,
si Francisco no puede solucionarlo, ya le buscará quién lo puede
hacer -dijo Sebastiana al retirarse.
El
marido había escuchado la conversación desde una sala dónde
ordenaba papeles en un cartapacio. Al salir, Escobar le presentó al
francés.
-¿Usted
es el ingeniero francés que está interesado en las minas antiguas,
y que puede necesitar a nuestros arrieros?
-Sí
señor, Ernesto Deligny. Sabe usted de mi y me sorprende.
-No
se preocupe usted, pero en la fonda donde usted se hospeda, ha
coincidido con personas con las que yo trabajo.
-¡Ah!,
los arrieros que partían para Ayamonte.
-Sí
señor, aquí nos dedicamos también al transporte de mercancías, a
la minería no tanto.
-Quiere
usted acudir a Huelva para realizar algún tipo de gestión,
entiendo.
-Sí,
esa es mi intención, trasladarme a la capital para dirigirme al
Gobierno Civil, y quisiera hacerlo a la mayor brevedad posible.
-Sabe
usted que nuestros caminos son caminos de herradura, que no se puede
ir más rápido que lo que da el paso de la caballería. Así es el
camino que tenemos hasta Gibraleón.
Desde
Gibraleón sí había posibilidad de tomar una diligencia. Ya lo
había consultado el mes pasado antes que iniciara la ruta por Río
Tinto. Tampoco el servicio de correos ofrecía muchas posibilidades,
pues según había preguntado, en Alosno no había estafeta de
correos, la más próxima estaba en Gibraleón, y desde aquí se
recibe y se envía el correo solo un día a la semana. Su interés
es acudir a la capital para firmar personalmente la compra de las
minas, y con el correspondiente resguardo inscribirlas en el registro
de minas de la provincia. Aunque sus mulas son buenas bestias y
dispuestas para cualquier recorrido, el desconocimiento de un
trayecto tan largo no le parecía que debiera afrontarlo en
solitario.
Francisco
le propuso que si se daba prisa alcanzaría a los arrieros que
partieron para Ayamonte, y les acompañarían hasta la entrada de
Gibraleón. Que le podía proporcionar una buena yegua, que seguro
alcanzaba a los arrieros después de San Bartolomé.
-Las
mulas y asnos de nuestros arrieros se conocen el camino sin que
nadie las guíe. Es lo que vienen haciendo hace años, pero la
rapidez no es su fuerza, es la constancia y la capacidad.
-dijo Francisco.
El
francés pensó que hoy sería imposible ponerse en marcha para
alcanzar a quienes le llevaban más de un día de ventaja. Tampoco
tenía ordenado los apuntes y las notas que debía aportar para los
registros. Por eso decidió que quería salir mañana.
-Entonces,
para mañana le tengo preparado un buen caballo -dijo
Francisco.
Deligny
preguntó si no era mala idea viajar solo en un trayecto tan largo,
que si no era mejor ir acompañado, porque su idea era volver de
nuevo a Alosno si el registro de la mina y el contacto con París
daban resultados. Decidieron entonces que el hermano de Francisco,
que era un buen jinete, le acompañara hasta coger la diligencia en
Gibraleón.
Quedaron
en verse por la mañana temprano, al alba. Pasarían por la fonda a
recogerle con los caballos preparados. El francés preguntó cuanto
tenía que pagarle, y pidió que cuidara de sus mulas, pero Francisco
le dijo que estaba seguro que regresaría a Alosno y ya hablarían de
precio y colaboración.
Le
acompañó a despedirse hasta la puerta, y se puso a calcular el
viaje para mañana.
Planificó
la ruta a la que estaban acostumbrados. Dispuso ensillar dos caballos
habituados a hacer largas distancias. Su hermano y él eran curtidos
jinetes, lo que no sabía es si el francés podía aguantar muchas
horas cabalgando. Dos buenas sillas de montar, y la del francés
recubierta de piel de borrego. A ser posible no parar hasta San
Bartolomé, donde se descansará una hora: dar pienso y agua a los
caballos y controlar sus pulsaciones. Tres horas más para llegar a
Gibraleón, donde se cogerá una calesa porque cuentan con camino
carretero. A las 5 de la tarde el señor Deligny puede estar en la
capital, acabó calculando.
Francisco
miró un cuaderno para saber la salida del sol el 26 de Marzo, y
anotó: Orto, 07,25. Ocaso 19,44. Comunicó a su hermano que tenían
que ponerse en camino antes de las siete. Y si quería llegarse a
Huelva con el francés aprovechara para llevar un encargo, si no, que
regresara a Alosno.
Sobre
las 17,30 horas un carruaje que traslada viajeros desde Gibraleón,
paró en la Plaza de la Concepción de Huelva. El pasajero francés,
que había preguntado al cochero por una dirección, marchó desde
allí con una carpeta de papeles a la sede del Gobierno Civil. A las
10 de la noche del 26 de Marzo de 1853, D. Ernesto Deligny, de 33
años de edad, casado, natural de París, vecino de Madrid, ingeniero
de minas; terminó de presentar el último de los más de cuarenta
registros mineros. Al día siguiente se dirigió a la estafeta de
correos para comunicar a su amigo, Luis-Charles Decazes, duque de
Glücksberg, que “llamaremos Tharsis a las minas del término de
Alosno”.
FIN
José
Gómez Ponce
Noviembre
2019
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