lunes, 4 de noviembre de 2019

4ª Parte. 1853: "Llamaremos Tharsis a las minas del término de Alosno"

4ª Parte.

1853: “Llamaremos Tharsis a las minas del término de Alosno”

Llegaron a una casa situada a escasa distancia. La puerta estaba encajada pero el postigo abierto. El mozo introdujo la cabeza y llamó.
Desde dentro alguien contestó. Se abrió la puerta y salió un hombre de mediana estatura con unos papeles en la mano.
-Pensé que era el alguacil para recoger una documentación -dijo.
-Don Luciano, este señor quería verse con usted. Ha venido de la Francia y también le interesan los minerales.
-Bien, pase usted.
En ese momento se despidió el mozo alegando que tenia tareas que realizar. Entraron hasta un patio al fondo de la casa. Tomaron asiento en sillas de enea, alrededor de una mesa camilla sin enaguas, y ahora servía de mesa jardín. Al lado una mesa tocinera usada para sostener tiestos con geranios, y todo bajo las ramas de una parra en brotación que salía de un alcorque en el suelo.
-A quien tengo el gusto de recibir en mi casa.
El francés se presentó, le explicó donde había estado y que tan buena impresión le había causado. Sacó un sobre de su mochila y se lo entregó diciendo:
-Esto es para usted.
La carta que leyó Luciano decía esto:
Estimado Luciano Escobar:
Le entrego esta carta al señor Ernesto Deligny, ingeniero de minas, para que se ponga en contacto con usted. En mi conversación con él muestra un claro interés para poner en explotación alguna de las minas de nuestra provincia. Le he remitido a usted porque la memoria que me envió, y que yo le mostré, la considera muy interesante y ha decidido visitar esos escoriales del Alosno.
Reciba un cordial saludo.
Atentamente. Agustín Martínez Alcibar.
Contó que llevaba unos años viviendo en Alosno, a donde llegó desde Almadén del Azogue para hacerse cargo de una mina que acabó cerrando. Que al parecer aquí se dedicaron a la minería hace siglos. Que en su exploración por los alrededores tenía recogido apuntes sobre las minas, pozos y socavones que había visitado. Que guardaba objetos encontrados que atestiguaban la antigüedad de esas minas. Al preguntarle el francés si conservaba esos hallazgos, le dijo que sí. Entró en otro cuarto de la casa y apareció con varios objetos que puso sobre la mesa. Eran dos lucernas, una especie de zapapico corroído por el oxido y sin mango, y varias monedas; algunas con inscripciones legibles en latín.
-Esta es un denario, con la esfinge de un emperador -dijo el francés observándola.
-Esa la encontré yo.
Había otras más deterioradas que no parecían monedas si no adornos, que entregó al francés para que las examinara, pero no sabia decir si eran monedas o no, y preguntó donde las había encontrado.
-Esas me las trajo un campesino que las encontró en el cabezo Juré. ¿Veo que a usted le gusta la historia?
-Sí, y la arqueología.
Luciano continuó informando de la vida en Alosno, donde parece que los hombres solo se dedican a la arriería recorriendo España. Otros también se dedican al contrabando con Portugal. Que en el pueblo había dos escuelas donde acuden unos 190 niños. Que tenían dos ermitas y una iglesia. Que el terreno del pueblo no es muy fértil y una parte es monte alto donde predominan las encinas y utilizan la bellota para engordar cerdos. Que tienen unas 10.000 cabezas de ganado lanar y cabrio y 500 de vacuno. Se producen trigo y avena, y bastantes naranjas que se llevan por los pueblos cercanos. Esta información se la había proporcionado el cura del pueblo, don Manuel Ambrosio, que le dijo también que el gran arqueólogo e historiador, Rodrigo Caro, visitó Alosno, y que en los alrededores existió una población romana. Que si quería saber más del pueblo debería acudir a hablar con don Manuel, que está versado en historia.
Por supuesto que al francés le apetecía charlar con el párroco, pero la misión de su visita a tan lejanas tierras era informar cuanto antes a su amigo Decazes. Por eso se centró en las anotaciones y planos que Escobar había elaborado en su visita a los escoriales. Le preguntó si los planos adjuntados a Martínez Alcibar los había actualizado, y si había hecho más gestiones con ellos. Al responderle que había recorrido algunas ciudades con ellos adjuntándoles una memoria, sin obtener apoyo ninguno, decidió publicarlos en un periódico, “el correo sevillano”, para que fuera conocido por posibles inversores, pero hasta la fecha no había interesado a nadie.
-El único interés efectivo parece ser el suyo -acabó diciendo.
Se despidieron acordando girar visita a los escoriales al día siguiente.
Esa noche ambos durmieron pensando en la visita de mañana, de lo importante que era. Para Escobar, que alguien que haya venido de tan lejos para poner en explotación estas minas, que él tanto había contribuido a divulgar, era culminar un esfuerzo que llevaba años persiguiendo. Para Deligny, que ya tenía decidido que era en estas minas en las que había que invertir. Que por fin, después de recorrer la provincia visitando otras minas, aquí daría por terminado su periplo. Comunicaría esta decisión a Decazes y a los accionistas que le respaldaban.
Tampoco pasaba por alto que tomar esta decisión le podía suponer quehaceres, responsabilidades y problemas, que por ahora ni vislumbraba.
Recordaba que su experiencia profesional en España se había iniciado dos años antes, en la construcción de ferrocarril Gijón-Langreo, donde participó como ingeniero. Aunque en Francia trabajó a las ordenes de Eugenio Flachat, el gran ingeniero civil, que lo contrató de jefe de sección para el ferrocarril Saint Germain-Versalles, donde tuvo que tomar decisiones de gran responsabilidad. Su venida a España fue una decisión personal. La intervención de Flachat recomendandolo fue fundamental, ya que era el asesor para la construcción de los ferrocarriles en Asturias, asociado a los hermanos Pereira, judíos de origen portugués, financieros de los ferrocarriles; rivales de la familia Rothschild, judíos ashkenazí.

Continuará...
José Gómez Ponce
Noviembre 2019

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