1853: “Llamaremos Tharsis a las minas del término de Alosno”
Llegaron
a una casa situada a escasa distancia. La puerta estaba encajada pero
el postigo abierto. El mozo introdujo la cabeza y llamó.
Desde
dentro alguien contestó. Se abrió la puerta y salió un hombre de
mediana estatura con unos papeles en la mano.
-Pensé
que era el alguacil para recoger una documentación -dijo.
-Don
Luciano, este señor quería verse con usted. Ha venido de la Francia
y también le interesan los minerales.
-Bien,
pase usted.
En
ese momento se despidió el mozo alegando que tenia tareas que
realizar. Entraron hasta un patio al fondo de la casa. Tomaron
asiento en sillas de enea, alrededor de una mesa camilla sin enaguas,
y ahora servía de mesa jardín. Al lado una mesa tocinera usada para
sostener tiestos con geranios, y todo bajo las ramas de una parra en
brotación que salía de un alcorque en el suelo.
-A
quien tengo el gusto de recibir en mi casa.
El
francés se presentó, le explicó donde había estado y que tan
buena impresión le había causado. Sacó un sobre de su mochila y
se lo entregó diciendo:
-Esto
es para usted.
La
carta que leyó Luciano decía esto:
Estimado
Luciano Escobar:
Le
entrego esta carta al señor Ernesto Deligny, ingeniero de minas,
para que se ponga en contacto con usted. En mi conversación con él
muestra un claro interés para poner en explotación alguna de las
minas de nuestra provincia. Le he remitido a usted porque la memoria
que me envió, y que yo le mostré, la considera muy interesante y ha
decidido visitar esos escoriales del Alosno.
Reciba
un cordial saludo.
Atentamente.
Agustín Martínez Alcibar.
Contó
que llevaba unos años viviendo en Alosno, a donde llegó desde
Almadén del Azogue para hacerse cargo de una mina que acabó
cerrando. Que al parecer aquí se dedicaron a la minería hace
siglos. Que en su exploración por los alrededores tenía recogido
apuntes sobre las minas, pozos y socavones que había visitado. Que
guardaba objetos encontrados que atestiguaban la antigüedad de esas
minas. Al preguntarle el francés si conservaba esos hallazgos, le
dijo que sí. Entró en otro cuarto de la casa y apareció con varios
objetos que puso sobre la mesa. Eran dos lucernas, una especie de
zapapico corroído por el oxido y sin mango, y varias monedas;
algunas con inscripciones legibles en latín.
-Esta
es un denario, con la esfinge de un emperador -dijo el francés
observándola.
-Esa
la encontré yo.
Había
otras más deterioradas que no parecían monedas si no adornos, que
entregó al francés para que las examinara, pero no sabia decir si
eran monedas o no, y preguntó donde las había encontrado.
-Esas
me las trajo un campesino que las encontró en el cabezo Juré. ¿Veo
que a usted le gusta la historia?
-Sí,
y la arqueología.
Luciano
continuó informando de la vida en Alosno, donde parece que los
hombres solo se dedican a la arriería recorriendo España. Otros
también se dedican al contrabando con Portugal. Que en el pueblo
había dos escuelas donde acuden unos 190 niños. Que tenían dos
ermitas y una iglesia. Que el terreno del pueblo no es muy fértil y
una parte es monte alto donde predominan las encinas y utilizan la
bellota para engordar cerdos. Que tienen unas 10.000 cabezas de
ganado lanar y cabrio y 500 de vacuno. Se producen trigo y avena, y
bastantes naranjas que se llevan por los pueblos cercanos. Esta
información se la había proporcionado el cura del pueblo, don
Manuel Ambrosio, que le dijo también que el gran arqueólogo e
historiador, Rodrigo Caro, visitó Alosno, y que en los alrededores
existió una población romana. Que si quería saber más del pueblo
debería acudir a hablar con don Manuel, que está versado en
historia.
Por
supuesto que al francés le apetecía charlar con el párroco, pero
la misión de su visita a tan lejanas tierras era informar cuanto
antes a su amigo Decazes. Por eso se centró en las anotaciones y
planos que Escobar había elaborado en su visita a los escoriales. Le
preguntó si los planos adjuntados a Martínez Alcibar los había
actualizado, y si había hecho más gestiones con ellos. Al
responderle que había recorrido algunas ciudades con ellos
adjuntándoles una memoria, sin obtener apoyo ninguno, decidió
publicarlos en un periódico, “el correo sevillano”, para que
fuera conocido por posibles inversores, pero hasta la fecha no había
interesado a nadie.
-El
único interés efectivo parece ser el suyo -acabó diciendo.
Se
despidieron acordando girar visita a los escoriales al día
siguiente.
Esa
noche ambos durmieron pensando en la visita de mañana, de lo
importante que era. Para Escobar, que alguien que haya venido de tan
lejos para poner en explotación estas minas, que él tanto había
contribuido a divulgar, era culminar un esfuerzo que llevaba años
persiguiendo. Para Deligny, que ya tenía decidido que era en estas
minas en las que había que invertir. Que por fin, después de
recorrer la provincia visitando otras minas, aquí daría por
terminado su periplo. Comunicaría esta decisión a Decazes y a los
accionistas que le respaldaban.
Tampoco
pasaba por alto que tomar esta decisión le podía suponer
quehaceres, responsabilidades y problemas, que por ahora ni
vislumbraba.
Recordaba
que su experiencia profesional en España se había iniciado dos años
antes, en la construcción de ferrocarril Gijón-Langreo, donde
participó como ingeniero. Aunque en Francia trabajó a las ordenes
de Eugenio Flachat, el gran ingeniero civil, que lo contrató de jefe
de sección para el ferrocarril Saint Germain-Versalles, donde
tuvo que tomar decisiones de gran responsabilidad. Su venida a España
fue una decisión personal. La intervención de Flachat
recomendandolo fue fundamental, ya que era el asesor para la
construcción de los ferrocarriles en Asturias, asociado a los
hermanos Pereira, judíos de origen portugués, financieros de los
ferrocarriles; rivales de la familia Rothschild, judíos ashkenazí.
Continuará...
José
Gómez Ponce
Noviembre
2019
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