jueves, 7 de noviembre de 2019

5ª Parte. 1853: “Llamaremos Tharsis a las minas del término de Alosno”


5ª Parte.

1853: “Llamaremos Tharsis a las minas del término de Alosno”

Partieron de Alosno a la luz del crepúsculo. Deligny cargó también un manojo de estacas que el día anterior había pedido al mozo que las consiguiera, y cedió la otra mula a Escobar. Como había previsto hacer un recorrido de los escoriales y sus alrededores en profundidad, y permanecer allí el tiempo que hiciera falta, propuso llevar una alforja con algunas viandas. Propuesta que aceptó hacerse cargo Escobar. Preparó unas lonchas de panceta, un trozo de queso, y medio pan horneado el día anterior. Lo envolvió todo y lo metió en una talega.
Cuando llegaron a la falda de la sierra de Santo Domingo se cruzaron con un rebaño de ovejas, el pastor que las conducía saludó a Escobar, era alosnero.
Desde abajo se divisaban pequeños montículos y oquedades en el terreno. Deligny comentó que aquellos tenían que ser pozos romanos, utilizados para ventilación de las galerías donde se atacaba el mineral, también para unir los distintos niveles, o subir mediante tornos el mineral extraído.
Escobar compartía esa finalidad pero lamentó cuanto sacrificio esclavo había en todos esos trabajos.
Para Deligny la minería romana era un asunto del que se venía preocupando intensamente hacía meses. No solo la consulta de la Revista Minera era casi una obligación, también la lectura de memorias e informes publicados que trataban de su laboreo. Desde que Charles Decazes le propusiera dirigirse a Huelva para comprobar la viabilidad de invertir en explotaciones mineras, dada la creciente demanda de materias primas que la industria europea requería, su interés por la historia y el mundo antiguo eran más que evidentes.
Pero esta afición por la minería en particular, pero por la cultura clásica y la admiración por los trabajos de griegos y romanos, ya se le había despertado en la Escuela Central de las Artes y Manufacturas de París, donde se diplomó en la especialidad de metalurgia. Que ahora, con el encargo de visitar el distrito minero de Huelva, no hizo más que despertar su interés por comprender cómo se organizaba el mundo romano para llegar a convertirse en los mayores expertos en labores mineras, en su planificación y aprovechamiento. Los esclavos formaron parte del sistema romano de explotación. Los hallazgos de grilletes y argollas encontrados así lo demuestran. Y siguieron hablando y recorriendo el terreno.
En las minas trabajaban miles de obreros perfectamente organizados, siendo esclavos la mayoría. Diodoro Sículo, el gran historiador, explica que los romanos no solo compraban esclavos que entregaban a los capataces mineros, también les enviaban a prisioneros de guerra y a quienes condenaban en trabajos forzados en las minas o las canteras, que las leyes romanas llamaban damnati ad metalla (condenado a la minería). Este castigo era considerado el más riguroso después de la pena de muerte.
El francés tenía leído que la organización del trabajo en las minas había pasado de manos privadas, en la época de Tiberio, a manos del imperio, gestionado por un procurator metallorum, gestor o gerente en metales. Así lo atestiguaba la inscripción en una lámina de cobre aparecida en una galería de Rio Tinto en 1762, siendo el procurator de aquella mina de nombre Pudente.
Ese grado de perfección alcanzado tenía que ver con un propósito ya definido para la conquista de la península Ibérica, apropiarse de los recursos minerales.
Conquista que en el caso de Huelva parece llevarse a cabo hacia el 194 A.C. Por las legiones de Marcus Porcius Cato, militar, escritor y político. Continuaba así la conquista de Hispania cuando otro general romano, Publio Cornelio Escipión, expulsaba a los cartagineses en la II guerra Púnica.
-En la vertiente norte de esta cumbre está una de las minas más antiguas. -comentó Escobar.
Allí había encontrado las lucernas que le mostró el día anterior. Y de una vertiente a otra se accedía por un paso que era conocido con el nombre de Portillo de Santo Domingo. Siguieron hablando de la organización que los antiguos tenían para el trabajo en la mina, donde las lucernas no solo alumbraban el trabajo del minero, también servían para controlar la duración de la jornada. Que las herramientas que empleaban para trabajar en las profundidades estaban fabricados en hierro: punterolas, piquetas, cuñas, picos, mazas, tenazas. Utilizados indistintamente para arrancar el mineral, para su trituración, o para el entibado de las galerías.
Escobar preguntó al francés si quería cruzar la sierra para ver un escorial importante, el que estaba a la falda del cabezo Madroñal, o recorrer la sierra que estaban a punto de cruzar.
Deligny propuso subir a la cima para observar desde esa altura la situación y extensión de los escoriales. La maleza lo invadía todo. Dejaron las mulas al borde del sendero atadas a unas ramas para continuar la subida a pie. Jaras, aulagas, jaguarzos, torviscos, le dificultaban el paso.
Jadeando llegaron a la cima. La vista impresionó al francés. El cielo estaba despejado, hacia los cuatro vientos se podía contemplar el paisaje con total claridad. Sacó su brújula y fue describiendo: -“Al S.E. el puerto de Huelva, después, en un terreno más llano, Palos, Moguer; y al S. Cartaya. En la lejanía, dirección N.E., se divisa un cerro colorado, aquello es el cerro Salomón de Rio Tinto, y el humo, el de las teleras en combustión. Siguiendo por la sierra de Aracena, de Almonaster, de Aroche. Por los humos de las calcinaciones se distinguen otras minas: Poderosa, San Miguel, San Telmo, y otras”.
La extensión de los negruzcos escoriales destacaban a uno y otro lado de la sierra. Iba anotando en su cuaderno situación y calculando cantidades. Decidieron bajar por la cara sur, algo más despejada y en pendiente, para seguir con los cálculos.
Escobar le comentó que por el poco tiempo que lleva en Huelva, según le dijo, había recorrido muchas minas, todas las importantes. Él, llevando años en la provincia, en Alosno, no ha visitado tantas minas. Esto le confirmaba que el francés estaría avalado por grandes inversores que querían un detalle preciso de la mina para invertir. Por ello comprendía la premura que le invadía en mandar informes a París.
-Bueno, usted y yo no somos niños, pero aún tenemos fortaleza y tiempo para implicarnos en proyectos.
Escobar le confesó la edad, 33 años, los mismos que Deligny. Ambos se sonrieron, y pensaron en la extraña coincidencia, que con la misma edad tenían interés por la minería, y que habían venido desde lejos, aunque más el francés. Se llegaron a las falda del Madroñal, que Escobar los tenía descrito en la memoria que se publicó en el “Correo sevillano”. Deligny los había visitado hacía unos días. Ambos compartían opiniones de las posibilidades que tenía la zona. Escobar para ponerlas en explotación, que ya sería un logro. Deligny, para llevarlas al nivel de Rio Tinto, cuanto menos.

Continuará...
José Gómez Ponce
Noviembre 2019

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