5ª
Parte.
1853:
“Llamaremos Tharsis a las minas del término de Alosno”
Partieron
de Alosno a la luz del crepúsculo. Deligny cargó también un manojo
de estacas que el día anterior había pedido al mozo que las
consiguiera, y cedió la otra mula a Escobar. Como había previsto
hacer un recorrido de los escoriales y sus alrededores en
profundidad, y permanecer allí el tiempo que hiciera falta, propuso
llevar una alforja con algunas viandas. Propuesta que aceptó hacerse
cargo Escobar. Preparó unas lonchas de panceta, un trozo de queso, y
medio pan horneado el día anterior. Lo envolvió todo y lo metió en
una talega.
Cuando
llegaron a la falda de la sierra de Santo Domingo se cruzaron con un
rebaño de ovejas, el pastor que las conducía saludó a Escobar, era
alosnero.
Desde
abajo se divisaban pequeños montículos y oquedades en el terreno.
Deligny comentó que aquellos tenían que ser pozos romanos,
utilizados para ventilación de las galerías donde se atacaba el
mineral, también para unir los distintos niveles, o subir mediante
tornos el mineral extraído.
Escobar
compartía esa finalidad pero lamentó cuanto sacrificio esclavo
había en todos esos trabajos.
Para
Deligny la minería romana era un asunto del que se venía
preocupando intensamente hacía meses. No solo la consulta de la
Revista Minera era casi una obligación, también la lectura de
memorias e informes publicados que trataban de su laboreo. Desde que
Charles Decazes le propusiera dirigirse a Huelva para comprobar la
viabilidad de invertir en explotaciones mineras, dada la creciente
demanda de materias primas que la industria europea requería, su
interés por la historia y el mundo antiguo eran más que evidentes.
Pero
esta afición por la minería en particular, pero por la cultura
clásica y la admiración por los trabajos de griegos y romanos, ya
se le había despertado en la Escuela Central de las Artes y
Manufacturas de París, donde se diplomó en la especialidad de
metalurgia. Que ahora, con el encargo de visitar el distrito minero
de Huelva, no hizo más que despertar su interés por comprender cómo
se organizaba el mundo romano para llegar a convertirse en los
mayores expertos en labores mineras, en su planificación y
aprovechamiento. Los esclavos formaron parte del sistema romano de
explotación. Los hallazgos de grilletes y argollas encontrados así
lo demuestran. Y siguieron hablando y recorriendo el terreno.
En
las minas trabajaban miles de obreros perfectamente organizados,
siendo esclavos la mayoría. Diodoro Sículo, el gran historiador,
explica que los romanos no solo compraban esclavos que entregaban a
los capataces mineros, también les enviaban a prisioneros de guerra
y a quienes condenaban en trabajos forzados en las minas o las
canteras, que las leyes romanas llamaban damnati ad metalla
(condenado a la minería). Este castigo era considerado el más
riguroso después de la pena de muerte.
El
francés tenía leído que la organización del trabajo en las minas
había pasado de manos privadas, en la época de Tiberio, a manos del
imperio, gestionado por un procurator metallorum, gestor o
gerente en metales. Así lo atestiguaba la inscripción en una lámina
de cobre aparecida en una galería de Rio Tinto en 1762, siendo el
procurator de aquella mina de nombre Pudente.
Ese
grado de perfección alcanzado tenía que ver con un propósito ya
definido para la conquista de la península Ibérica, apropiarse de
los recursos minerales.
Conquista
que en el caso de Huelva parece llevarse a cabo hacia el 194 A.C. Por
las legiones de Marcus Porcius Cato, militar, escritor y
político. Continuaba así la conquista de Hispania cuando otro
general romano, Publio Cornelio Escipión, expulsaba a los
cartagineses en la II guerra Púnica.
-En
la vertiente norte de esta cumbre está una de las minas más
antiguas. -comentó Escobar.
Allí
había encontrado las lucernas que le mostró el día anterior. Y de
una vertiente a otra se accedía por un paso que era conocido con el
nombre de Portillo de Santo Domingo. Siguieron hablando de la
organización que los antiguos tenían para el trabajo en la mina,
donde las lucernas no solo alumbraban el trabajo del minero, también
servían para controlar la duración de la jornada. Que las
herramientas que empleaban para trabajar en las profundidades estaban
fabricados en hierro: punterolas, piquetas, cuñas, picos, mazas,
tenazas. Utilizados indistintamente para arrancar el mineral, para su
trituración, o para el entibado de las galerías.
Escobar
preguntó al francés si quería cruzar la sierra para ver un
escorial importante, el que estaba a la falda del cabezo Madroñal, o
recorrer la sierra que estaban a punto de cruzar.
Deligny
propuso subir a la cima para observar desde esa altura la situación
y extensión de los escoriales. La maleza lo invadía todo. Dejaron
las mulas al borde del sendero atadas a unas ramas para continuar la
subida a pie. Jaras, aulagas, jaguarzos, torviscos, le dificultaban
el paso.
Jadeando
llegaron a la cima. La vista impresionó al francés. El cielo estaba
despejado, hacia los cuatro vientos se podía contemplar el paisaje
con total claridad. Sacó su brújula y fue describiendo: -“Al
S.E. el puerto de Huelva, después, en un terreno más llano, Palos,
Moguer; y al S. Cartaya. En la lejanía, dirección N.E., se divisa
un cerro colorado, aquello es el cerro Salomón de Rio Tinto, y el
humo, el de las teleras en combustión. Siguiendo por la sierra de
Aracena, de Almonaster, de Aroche. Por los humos de las calcinaciones
se distinguen otras minas: Poderosa, San Miguel, San Telmo, y otras”.
La
extensión de los negruzcos escoriales destacaban a uno y otro lado
de la sierra. Iba anotando en su cuaderno situación y calculando
cantidades. Decidieron bajar por la cara sur, algo más despejada y
en pendiente, para seguir con los cálculos.
Escobar
le comentó que por el poco tiempo que lleva en Huelva, según le
dijo, había recorrido muchas minas, todas las importantes. Él,
llevando años en la provincia, en Alosno, no ha visitado tantas
minas. Esto le confirmaba que el francés estaría avalado por
grandes inversores que querían un detalle preciso de la mina para
invertir. Por ello comprendía la premura que le invadía en mandar
informes a París.
-Bueno,
usted y yo no somos niños, pero aún tenemos fortaleza y tiempo para
implicarnos en proyectos.
Escobar
le confesó la edad, 33 años, los mismos que Deligny. Ambos se
sonrieron, y pensaron en la extraña coincidencia, que con la misma
edad tenían interés por la minería, y que habían venido desde
lejos, aunque más el francés. Se llegaron a las falda del Madroñal,
que Escobar los tenía descrito en la memoria que se publicó en el
“Correo sevillano”. Deligny los había visitado hacía unos días.
Ambos compartían opiniones de las posibilidades que tenía la
zona. Escobar para ponerlas en explotación, que ya sería un logro.
Deligny, para llevarlas al nivel de Rio Tinto, cuanto menos.
Continuará...
José
Gómez Ponce
Noviembre
2019
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