jueves, 27 de junio de 2019

HACIENDO LA RABONA. 4ª Parte.



Ni les importaba no seguir viendo la película, la “solución” de Pedro parecía alocada, y sobre eso continuaron hablando camino de casa. Pedro daba por hecho algo imposible: dirigirse a Talleres, llegarse a la Fundición y ver quienes trabajan allí. Pero como no encontraba apoyos, ni los podía encontrar, que dos niños deambularan por Talleres, quiso ponerlo más fácil diciendo que podían dar un paseo hasta la estación y ver si averiguaban algo.
-Yo lo veo complicado, porque según tú hay que ir un día de trabajo, y entonces ¿vais a faltar a la escuela, o las clases particulares? -dijo Dieguito.
Juan pensaba que en cuanto los vean merodear por Talleres  los cogerán de la mano, llamaran a sus padres, que de seguro se van a enfadar, y la reprimenda la tienen asegurada. Aunque el paseo hasta la estación sí que le gustaba a los tres. Por eso dijo:
-Pedro, eso yo no lo voy a hacer, a mi padre le disgustaría mucho.
El camino de la estación lo hacían diariamente obreros, pero era conocido también por las familias.  Raro sería quien no hubiera transitado por Vista Hermosa para llegar a la estación y coger el tren que trasladaba viajeros, junto a un convoy de mineral, al Puntal de la Cruz. Después abordar las canoas que allí esperaban para llegar a la capital. Este camino, arbolado en parte, se inundaba con los ruidos  de la febril actividad. Los primeros estruendos se escuchaban ya desde bien lejos, y procedían del Plano Inclinado de Filón  Norte, cuando los vagones cargados de mineral  eran arrastrados por cables desde el fondo de la corta hasta la cima del Plano, y descargados por gravedad en una especie de resbaladera, que provocaba ese enorme estrépito. Para que este mineral compuesto de trozos de distinto tamaño, algunos bien grandes, no saliera de la resbaladera y provocara algún accidente, colgaban unas enormes cadenas que dirigían el mineral a la Planta de Trituración instalada abajo.
Pasado el Plano, que quedaba a la altura de las oficinas de Filón Norte y el puente Negro,  continuaba el camino, que también carretera, sobre el único túnel que tenía el ferrocarril, construido en 1868. A la derecha, la Planta de Trituración, de donde llegaban otro tipo de ruidos, monótonos y constante: Trituradoras, conos, zarandas y cintas transportadoras. Donde se desmenuzaba y clasificaba el mineral. Desde arriba del túnel ya se veía la estructura enorme de los Talleres, y conforme se bajaba por la cuesta,  se percibían otros ruidos distintos: metálicos, de escapes de aire, de grúas deslizando por los carriles, de silbatos de locomotoras anunciando maniobras, de enganches o desenganches de vagones, de los parachoques  de unos vagones en movimiento chocando  con los de otros vagones parados. Y al final la estación, donde iban llegando los viajeros, pero nunca antes que las recoveras. Donde ruidos y voces empezaban a ser familiares. De las madres recomendando no moverse del asiento. De prevenir del coscorrón cuando el tren arranque, o  de no asomarse por la ventanilla que la carbonilla se mete en los ojos. 
Viendo Pedro que su idea no iba a ser compartida, y faltar a la escuela  para llevarla a la practica, ni a él le parecía acertada, pensó que dejar el paseo para un domingo no sería mala idea, y fue lo que propuso.  
 -¿Y porque no vamos un domingo, que no tenemos que ir a la escuela?
-Pero los domingos tampoco se trabaja en muchos departamentos -expuso Dieguito.
-Claro. ¿Pero qué podemos averiguar un domingo?  nada -dijo Juan.
La duda se apoderó de ellos. Se preguntaban, que si no conseguían averiguan nada, ni yendo un domingo, ellos sí podían ser descubiertos tarde o temprano. La preocupación que ya tenían les iba en aumento, y ni saben por cuanto más tiempo. Poco le faltó a  Juan de explicar las consecuencias en las que pensaba se iban a ver atrapados, recordando lo contado por su abuelo, si en ese momento no interviene Dieguito.
-Un momento, creo que lo puedo solucionar. 
-Sí, tú ¿vas a ir por nosotros, que no conoces a ninguno? -habló Pedro.
-No, que no tenemos que ir ni en domingo ni cualquier otro día -dijo Dieguito.
-Vale, que tú te chivas a tu padre y él  lo hace por nosotros -dijo Pedro.
-Pedro, ya me acusaste antes y te lo aclaré, no dudes de mi -dijo Dieguito. 
-Perdona, pero me estoy preocupando -dijo Pedro. 

Ya estaba decidido, ni en domingo se acercarían por Talleres. Errónea decisión, porque desconocían qué se hacía los domingos en Talleres, entre otras tareas. Si se acercaran el domingo como tenía previsto Pedro, hubieran conocido cosas  que les conducirían a resolver este asunto más pronto que tarde. Pero rechazando definitivamente ese paseo por Vista Hermosa,  no podían ver lo que todos los domingos ocurría en las escorias  que se arrojaban de la Fundición. 
Sí, los domingos acuden mujeres a rebuscar entre esas escorias. A poco que hablaran con ellas, les darían información que ni se podían imaginar. Esas mujeres recogían trozos de bronce que contenían las escorias, cuando al fundirse el metal se refina retirándole las impurezas. Contribuían así para conseguir un dinero que  falta les hacía en casa. Y ese dinero se lo daba quien estaba interesado por el bronce, un chatarrero de Gibraleón, que acudía regularmente para comprar todo el metal que encontraban. Pero esto no llegaran a saberlo si no dan ese paseo el domingo.
-Habla, ¿qué se te ha ocurrido? -le preguntó Juan a Dieguito.
La expectación provocada en Pedro y Juan era enorme. Quien no había visto las cajas robadas, ni a las personas  sospechosas del robo, dice que lo puede solucionar. ¿Qué explicación tiene? Se preguntaban.
-Sí, cuenta, ¿cómo se puede resolver esto? -preguntó Pedro.  
Verdaderamente la ocurrencia de Dieguito podía ser definitiva. Si se identificaban a los trabajadores de la Fundición, que era la solución que les parecía correcta,  aquí terminaría todo y conseguirían la tranquilidad que buscaban. Y luego, ¿qué harían? ¿ir a la Guardia Civil, o esperar que vinieran a tomarles declaración? ¿Qué sabía Dieguito que desconocían los demás? ¿Tan seguro estaba, o era más bien por introducir cierta tranquilidad en el grupo que  veía alterarse por momentos? 
Pero hay algo que ninguno de ellos podían saber, ni era de dominio público. Hacía días que se estaba preparando un homenaje a D. Guillermo Rutherford, gerente y presidente del Consejo de la Compañía. Este homenaje se dudaba si llevarlo a cabo en Tharsis, donde estaban las oficinas generales, pero finalmente el acto se celebró en Corrales. Pudo influir para ello la cercanía a Huelva y facilitar la asistencia de autoridades desde la capital. También que la iglesia y el cine de  Corrales estaban a escasos metros. Y el de Tharsis fuera más antiguo y menos adaptado que el Cinema Corrales.
Lo cierto es, que la prensa estaba informada de este homenaje y lo quería cubrir con un reportaje fotográfico. Para ello desplazaron  a Tharsis y a Corrales, periodistas interesados en escribir sobre la vida de los obreros, sus lugares de trabajo, de los servicios que disfrutaban: Casino, Banda de Música, Cooperativa, Caja de Ahorros, Escuelas.      
El responsable que acompañó a los periodistas  por los distintos departamentos de la empresa, fue el padre de Dieguito. Quien se presentó un día en casa con un álbum de fotos que le remitieron desde la sede del periódico. Lo enseñó, y comentó que eran  las copias del reportaje fotográfico, que ese fue el compromiso del periódico con la empresa. Dieguito había observado aquel álbum sin mucho interés, pero sí reparó que cada fotografía tenía al dorso un número y un pequeño texto. Ese texto correspondía con el pie de foto de las que aparecieron publicadas en los periódicos. 
-Mañana os traigo la solución -dijo Dieguito.
-¿Y ahora porque no puedes decirla? -preguntó Pedro.
-Qué más da esperar a mañana, yo estoy tan impaciente como tú -dijo Juan.
Dieguito se  arriesgó diciendo que tenia la solución, porque creía que una de las fotos era de los trabajadores de la Fundición. Y ojala no se equivocara. 
Quedaron en verse al día siguiente en los escalones de “La Posá”. Esa noche tenía que sacar la fotografía del álbum, y esconderla para enseñarla mañana a los que podían identificar a los sospechosos del robo. No quiso decirle nada al padre, porque entonces le haría preguntas que tendría que contestar. La envolvió en una página de periódico y la escondió detrás del cuadro de cabecera, que representaba a unos niños jugando a la gallinita ciega y un ángel de la guarda  vigilaba para que no cayeran a un estanque. El ángel que debería ayudarles a ellos, pensó.
En la escuela ni hablaron del tema. Estaban deseoso que tocara la salida para dirigirse al lugar de encuentro. Dieguito pasó por casa. Cogió la foto que había guardado detrás del cuadro, y la guardó entre la camisa y el chaleco. Sentados en los escalones de “La Posá” estaban Juan y Pedro.
-Venga, date prisa -le gritó Pedro viéndole llegar.
-Bueno, ya está aquí -dijo Juan.
La subida de la cuesta le hizo jadear y no atinaba a hacerse entender.
-Dinos ya lo que nos tengas que decir -Dijo Pedro
Metió la mano debajo del chaleco y sacó la hoja de periódico que envolvía la fotografía. 
Enseñó la fotografía diciendo:
-Estos son los trabajadores de la Fundición, aquí están los ladrones.
Pedro, casi se la arranca de las manos. Quedó asombrado mirándola. Juan le miraba la cara,  quería interpretar su gesto. Con cara seria se la pasó a Juan. Dieguito esperaba una respuesta, una exclamación, una risa.  

Continuará...
José Gómez Ponce
Junio 2019

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