jueves, 4 de julio de 2019

HACIENDO LA RABONA. Y 5ª Parte.



-¿Estos son los trabajadores? - preguntó Pedro a Dieguito.
-Sí, eso tiene escrito mi padre.
-No puede ser, no están los sospechosos -dijo Juan.
-No están, ¿verdad que no, Juan? -confirmó Pedro.
No pueden estar porque las personas de las que sospechan no trabajan en ese departamento. Pero hay algo que ha estado sucediendo durante la semana, que ellos desconocen. Sucedió hace dos días, cuando el guarda del Polvorín, en el relevo de noche, y a la altura del pilón del malacate, vio que un hombre, que tiraba de un burro que parecía llevar una pesada carga, se paró junto a las ruinas del antiguo hospital. Ruinas, donde lo único que quedaba en pie era una de las dependencias.
Al pasar a su altura dio las buenas noches, pero no fue contestado. Siguió caminando. A pocos pasos volvió la vista atrás y vio que del animal descargaba unas cajas de madera.
Continuó su marcha por la empinada cuesta, para llegar a la garita que controlaba el acceso al polvorín. Cuando llegó, soltó el canasto y el arma, y anotó en el libro de incidencias lo que había visto. Esa misma noche, y como era habitual, la pareja de la guardia civil se llegó al polvorín y departió con el guarda para comprobar que todo seguía sin novedad. Entonces el guarda aprovechó para contar lo que había visto. Un trasiego de cajas de madera que, transportadas en un burro, se han ocultado en las ruinas del hospital. Para el guarda estas cajas podrían suponer mucho peligro, y competencia por tanto de la guardia civil. Volvió a anotar en el libro: “Turno de noche: Comunicado a la ronda de la guardia civil, posible contrabando de explosivos”.
Dieguito se preguntaba, si la foto que ha llevado no es de la Fundición, vaya ayuda que le ha prestado a sus amigos. Por eso nada más llegar a casa se propuso revisar todo el álbum, por si alguna otra fotografia ponía al reverso: “trabajadores de la Fundición”.
Pedro pensaba que Dieguito se había equivocado con la fotografía, que con toda seguridad mañana va a venir y decirles que se ha equivocado, que esa no era, que es otra. Pero ha decidido que la pieza que robó de una de las cajas y le enseñó a D. Gonzalo, la va a enterrar y no se lo dirá a nadie.
Juan, mañana tiene decidido no salir al recreo. No tiene ganas de hablar más del asunto. Le dirá a D. Gonzalo que se va a quedar en clase para terminar un trabajo.
El padre de Dieguito acude a menudo a la oficina general. Se reúne con responsables de los distintos departamentos. Hay días que las reuniones terminan de noche y la empresa pone a su disposición un coche que lo lleva de regreso a casa.
El guardia de puerta del cuartel tiene la orden, que si ve pasar al padre de Dieguito, lo pare y lo conduzca al despacho del brigada Cadenas. En ese momento lo ve acercarse camino de la oficina y le dice que el brigada quiere verle. Como sabe cual es su despacho, llama a la puerta entreabierta. Desde dentro le dicen que pase y que cierre la puerta. La conversación tiene lugar en estos términos: “Te pido que esta noche, si tienes que volver al pueblo en coche, no lo hagas, suspende la reunión si es necesario, pero no uses el coche de noche”.
El padre no hizo ninguna pregunta, porque la conversación terminó con estas palabras: “ No te puedo dar información. Y no lo comentes”.
Cuando abandonó el despacho, el brigada marcó un número y dijo por teléfono:”el operativo se monta esta noche. No circulará ningún vehículo”
Dieguito ha revisado todo el álbum. No hay duda, la fotografía de la Fundición es la que le enseñó a Pedro y Juan.
El brigada repasó el informe que tenía sobre la mesa: “las cuatro cajas están apiladas en el sótano del antiguo hospital. Tapadas con una lona y cubiertas de ramas. El lugar se presta a ser cargadas en un vehículo y darse a la fuga rápidamente. Actuar con mucha precaución, pudieran contener explosivos”
La única dependencia del hospital que quedaba en pie, se había utilizado como sala de autopsias. Ahí recibieron la orden, una pareja de la guardia civil, para que a la puesta del sol se encerraran a pasar la noche.
Dieguito está ansioso por verse a la mañana siguiente con sus amigos, para confirmarles que no hay dudas de la fotografía. Como cree también, que sus amigos estarán más preocupados por no saber qué hacer ahora, le va a sugerir que le cuenten todo al cura.
A las tantas de la noche, los guardias que estaban dentro del hospital, que ya se habían fumado varios “ideales”, escucharon el ruido de un vehículo acercarse. Uno se subió a la mesa de autopsias para mirar por el tragaluz de un ventanal. El otro se acercó a la puerta con el fusil en la mano. El de la mesa contaba: 1, 2, 3, 4. Al contar la cuarta y última caja, bajó de la mesa, cogió su fusil, y junto al compañero abrieron súbitamente la puerta, y apuntando a las dos personas que se encontraban fuera del vehículo le gritaron: “Alto a la guardia civil”. Estos se quedaron paralizados. Después contarían que se llevaron un susto de muerte, al abrirse la puerta y salir dos personas gritando. El guardia que estaba de apoyo en el pilón, camuflado entre los pinos, bajó y se hizo cargo del vehículo. Una furgoneta DKW, con las cuatro cajas. Los ladrones fueron escoltados hasta el cuartel.
El guardia de puerta anotó los nombres de las dos personas, uno era de Gibraleón; el otro de Tharsis, al que conocía perfectamente. Con quien departía a menudo en el casino. Las cajas no eran explosivos, si no piezas de bronce.
Dieguito ya se había levantado para ir a la escuela y antes de entrar a clase tenía pensado confirmarle a sus amigos que la fotografía era correcta. Y que si querían hablar con el cura, él les acompañaría. Cuando sonó la campana para entrar en clase, el pueblo sabía que han detenido a dos personas, un trabajador que había robado piezas de bronce para venderlas, y el otro un forastero. A la hora del recreo el pueblo sabía más: que la guardia civil sorprendió a unos ladrones que estaban robando, le dieron el alto pero estos salieron corriendo. Lo andan buscando por la Huerta Grande, donde parece que han huido.
Y a la salida de clase, el pueblo lo sabía todo: Unos ladrones se enfrentaron a tiros con la guardia civil, porque habían robado cajas de explosivos. Que uno de los ladrones resultó herido y lo han trasladado a Huelva. Que el tiroteo se produjo cerca del pueblo y de milagro no explotaron las cajas.
En el cuartel, un guardia pasa a máquina el informe que le ha dejado el brigada en dos cuartillas escritas con estilográfica: “... el operativo cumplió su objetivo. Fueron detenidos dos individuos. Domingo - - , mayor de edad, domiciliado en Tharsis, trabajador de la empresa. Y Félix - -, conductor, natural de Gibraleón. Han sido puestos en libertad indicándoles se presenten diariamente en el cuartel de la guardia civil de Tharsis y de Gibraleón. Se está a la espera que la empresa presente la correspondiente denuncia por robo. Se ha contactado con la comandancia de Gibraleón para comunicar el incidente”.

DOS DÍAS DESPUÉS.
Al trabajador que fue detenido se le acerca su jefe y le dice algo que no escuchan los demás: “Domingo, mañana quieren que estés a las 9 de la mañana en la casa de Huéspedes. No vengas a trabajar que te pongo el día de descanso”
Al día siguiente le atiende María, a la puerta de la casa de Huéspedes. Le da su nombre y esta le dice que le están esperando. Lo acompaña a uno de los salones con que cuenta la casa. María golpea la puerta, la abre, y anuncia que Domingo está aquí. Domingo entra, da los buenos días, y encuentra reunidos a D. Guillermo Ruterfhord; a D. Cándido Maestre, alcalde de Tharsis; La Asistente Social, Srta. Charo; y a D. José Vega, jefe de Personal.
Los reunidos le miran y le devuelven los buenos días. En la mesa hay algunos papeles. Con los cuatro ha hablado Domingo, aunque con D. Guillermo poco, y solo una vez por cuestiones laborales cuando visitó su puesto de trabajo.
D. Guillermo se ha tomado su tiempo para despedirse definitivamente de la empresa a la que se había entregado de corazón. Recogiendo documentación de la oficina general; embalando pertenencias que expedirá por ferrocarril hasta uno de los barcos que atracan en el muelle de Tharsis, y hacen la travesía hasta Glasgow. Enterado del robo de las cajas de bronce, no puede evitar implicarse en los asuntos de “sus trabajadores” y pide a su sustituto, D. Guillermo Mackenzie, presidir esta reunión. Recuerda la calurosa despedida que le tributó el pueblo de Corrales el mes pasado. Donde acudieron directivos de la empresa y representantes de la vida social de Huelva. Y aclamado por la población, que abarrotó el Cinema Corrales donde se le rindió homenaje.
Domingo quedó a la espera que alguien se dirigiera a él. El diálogo que siguió lo conocemos porque al padre de Dieguito se lo comentó el jefe de personal. Dieguito lo escuchó en casa, y lo compartió con sus amigos. Y que transcurrió así:

D. GUILLERMO: Las personas que estamos aquí ya hemos hablado. Me informan que acudió usted a la consulta de un especialista en Sevilla, por indicación del Dr. Quintero Vázquez. Yo quiero escucharle a usted.
DOMINGO: El problema de mi hijo lo conocen el Sr. alcalde, y la Asistente Social; a quienes les conté que D. Rafael me había pedido cita con un conocido especialista de Sevilla. Fui a la primera consulta y no me cobraron nada, pero me informaron que el tratamiento podía ser con ingreso incluido.
ASISTENTE SOCIAL: Sí, yo me puse en contacto con el Dr. Quintero Vázquez, me comentó que la poliomielitis del hijo de Domingo se podía complicar con meningitis, que lo había derivado a Sevilla para que lo atendiera un médico especialista. Al día siguiente Domingo vino a verme, y me dijo que el especialista de Sevilla le comunicó que había que tomar una decisión rápidamente. Me planteó cómo le podíamos ayudar. Le dije que le preparaba un informe para conseguir una ayuda. Después le pasé aviso para reunirnos, pero no se presentó, y ha ocurrido lo que ahora sabemos.
ALCALDE: Yo le dije a Domingo que la ayuda para esa consulta al especialista estaba solicitada, que podría contar con ella.
JEFE DE PERSONAL: Dirigiéndose a D. Guillermo. Yo lo que tengo que decir es que Domingo es un buen trabajador, responsable, que tiene espíritu de equipo.
D. GUILLERMO: Tengo aquí el informe de la guardia civil. “Las cuatro cajas contenían piezas de bronce ya inservibles, que estaban destinadas a la fundición. Esas piezas no las ha podido robar solo Domingo, ha tenido que ser ayudado por otros trabajadores”. También informa la guardia civil, que el conductor de la furgoneta llevaba en un sobre el dinero por las cuatro cajas. -¿Domingo, que iba a hacer usted con ese dinero?
DOMINGO: Que ya tenía hablado con el “molinero” para que trasladara a mi mujer y mi hijo a Sevilla, y pagarle por el servicio y para la consulta del médico.
D. GUILLERMO: He pedido a mi sustituto, el Sr. Mackenzie, presidir esta reunión. También le he pedido que no haga efectiva la carta de despido, que está firmada, hasta que no hablara con usted. Yo he estado más de 40 años al frente de un consejo de administración, y cumpliendo con unas normas que se me exigen, pero también tomando decisiones para que las cosas funcionen. No voy a impedir su despido, pero sí a recomendar, porque mis años de experiencia así me lo dictan, que sea usted readmitido.
Me voy de España con la conciencia tranquila y el deber cumplido. Me he sentido a gusto entre vosotros. También les puedo anunciar, que el poder británico sobre esta empresa va a desaparecer en pocos años. Deseo que los nuevos dirigentes sigan manteniendo la actividad por muchos años más.
ALCALDE: Quiero decir, que en el pueblo se ha organizado una colecta, y se ha recaudado dinero para pagar la consulta de su hijo en Sevilla.
D. GUILLERMO: Se que usted vive en un huerto con sus dos hijos. Y le he pedido al Jefe de personal, que si a usted lo readmiten, pueda solicitar una vivienda de las que se están construyendo. Su hijo va a tener más comodidades en una casa con agua corriente y aseo, que viviendo en un huerto.
DOMINGO: Les dio las gracias a todos, agradeciendo la ayuda que le habían prestado. Y gracias a la colecta, su hijo sería tratado en Sevilla. Que él regresaría a trabajar al campo, donde empezó a trabajar de joven con su padre.

TRES MESES DESPUÉS.
El Sr. Mackenzie recibió una carta en la oficina general, fechada en Edimburgo. La carta se interesaba por un trabajador. Ese mismo día contestó al remitente: “Sr. Guillermo Rutherford, el trabajador Domingo - - está integrado perfectamente en su antiguo puesto de trabajo. Su hijo ha respondido muy bien al tratamiento. Y en el sorteo celebrado le ha correspondido una de las nuevas viviendas. También nos ha visitado el Sr. Carlos Strauss, representante de D. Antoine Velge, que están muy interesados en entrar en el accionariado de esta empresa.”

EPÍLOGO:
Domingo se jubiló en la empresa. Su robo se fue olvidando. Nadie le preguntó, ni la guardia civil, quienes le habían ayudado a robar las piezas. Ni los que le ayudaron comentaron nunca que le habían ayudado. Juan y Pedro, que conocieron a dos de los que ayudaron a Domingo, juraron que jamas revelarían quienes eran.
FIN

José Gómez Ponce
Julio 2019



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