Los
“tres mosquetero” marcharon a casa con indisimulada alegría. Se
sentían importantes, iban a desenmascarar a unos ladrones. La
Guardia Civil no vendría a por ellos, tenía que estar con ellos.
Pero la euforia no les duraría mucho, porque ya en casa, algunos
empezaban a ver complicaciones. O lo peor, que se estaban metiendo en
un problema gordo, y lo mismo sin solución.
Juan,
lo primero que hizo al llegar a casa fue preguntar por el abuelo. Le
dijo que le iría a comprar el tabaco, un cuarterón, que le había
encargado el día anterior. Al estanco de Domingo, donde siempre le
mandaba. Cogió una peseta y dos monedas de 25 céntimos que le había
dejado en el poyo de la cocina, y pasando por detrás del casino
llegó al estanco. El trayecto se le hizo muy corto, porque seguía
pensando la forma de abordar con su abuelo el problema que se le
había presentado. Pensó: “Le llevaré el tabaco y le liaré
algunos cigarrillos, porque él lo agradece por la dificultad que
tiene en sus dedos. Después le pediré que me cuente lo que pasó a
su primo Antonio, que ya lo tiene referido en casa, pero yo nunca le
había prestado atención”. Tal como lo pensó, le salió la charla
con el abuelo. Esta vez puso toda la atención al relato que era
conocido en casa, pero comprendido por Juan por primera vez.
El
abuelo le había contado que su primo Antonio, que marchó al
extranjero, y que él no llegó a conocer porque aún no había
nacido, era guarda de la Compañía; y en el departamento que
trabajaba se produjo un robo de poca monta. No se pudo demostrar que
ese día tenía que estar de guarda en el departamento donde robaron,
y le sancionaron con multa de 20 reales y con apercibimiento. Al mes
volvieron a robar en el mismo departamento, y por más que alegó que
ese día alguien cortó la corriente eléctrica y no pudo cumplir
bien su cometido, lo despidieron, lo obligaron a desalojar la
vivienda y salir del pueblo. Y por supuesto que el ladrón recibió
el mismo castigo.
Juan
recordaba que el dueño del huerto donde están las cajas robadas,
tiene un hijo algo mayor, en la clase de D. Antonio. Que la hermana
es de su misma edad, y algunas veces coinciden en el camino a casa.
Pedro,
quiso contagiarse de la alegría que él veía en los otros dos
“mosqueteros”, pero su mente ya estaba trabajando un paso más
allá, porque aunque creía tener la solución del problema, no
conseguía imaginarse la forma de llevarla a la practica.
Es
que al salir ese día de clase le había explicado D. Gonzalo que
esas piezas tan finas y otras muchas, muy bien trabajadas, se hacían
en la Fundición, Sí, se refería a la pequeña polea de bronce. Ya
se veía como un detective, resolviendo el problema que les tenía
preocupado. Bueno, a él no tanto como a Juan, que poco menos que se
veía preso. Esto pensaba: “La solución está en que nosotros
sepamos quienes trabajan en la Fundición, porque está claro que ese
material ha salido de allí. Y como nosotros hemos visto al que
trasportaba la caja; su cara, su estatura, su forma de andar. Y
También conocemos al dueño del huerto, pues si trabajan en la
fundición, caso resuelto. Porque seguro que esas piezas robadas les
faltaran a alguien y lo harán responsable sin tener culpa ninguna”.
Estos
razonamientos suyos resolviendo el problema, estaba ansioso por
compartirlo con su “equipo”, como mentalmente los había
calificado.
Dieguito,
era el menos implicado en las repercusiones que pudieran tener lo que
sabían y habían visto Pedro y Juan, pero como se ha comprometido a
ayudarles, su palabra es Ley. Recuerda lo que su padre le refiere
alguna vez: “hijo, lo que digas que vas a hacer, lo tienes que
hacer siempre, porque si no, nadie creerá en ti”. Y él le ha
dicho a sus amigos que cuenten con su ayuda.
Aunque
también tiene una duda: que el problema sea mayor del que le han
contado, por eso el temor que tienen a la Guardia Civil. Pero que él
no cree que sus amigos hayan cometido delito. Que son testigos de un
robo, y solo le han robado a los ladrones una pequeña pieza. Pero de
eso están arrepentidos, pues así se lo ha dicho Pedro sin que Juan
se enterara: “Que no la tenía que haber cogido, que Juan lleva
razón”. También piensa decirles que él va al cuartel y juega con
hijos de los guardias. Que van andando por detrás de las casas hasta
la vieja iglesia, y después al “tenis”. Y bajan al cuartel
pasando por la casa de huéspedes y las oficinas, donde vieron una
vez la fuente echando agua. O que su padre va de cacerías con el
“jefe” de los guardias, el brigada Cadenas, (Comandante del
puesto de Tharsis) De cualquier manera, cuando se vuelvan a reunir,
piensa que se aclararan algunas cosas.
El
domingo se vieron en el cine. La cartelera anunciaba la película:
“El Gafe”, con José Luis Ozores y Antonio Garisa, para todos los
públicos. Juan estaba en la cola y apareció Pedro, que haciéndole
seña se acercó y le puso dinero en la mano. Cuando llegó su turno,
Juan le pidió a Felipe dos entradas. Pasaron dentro donde estaba
Dieguito, al que había avisado Pedro porque sabía que Juan iría al
cine. Se fueron directamente a los bancos, el sitio donde se vivía
el cine, donde nadie se contenía metiéndose en la película: Cuando
había que reír, las primeras risas salían de los bancos. Cuando
aparecían los “buenos”, los primeros gritos de apoyo y aplausos
salían de los banco. Pero cuando las escenas eran tristes y en otras
partes del cine se escuchaba algún lloriqueo, en los bancos estaban
más en callados que en misa. Antes que se apagaran las luces
hablaron entre ellos.
-Deja
ya de preocuparte, esto está solucionado -dijo Pedro dirigiéndose a
Juan.
-Yo
no estoy preocupado. ¿Porqué? - contestó.
-Pedro
quiere que hablemos, no te lo he podido decir antes, dice que tiene
la solución -dijo Dieguito.
-Bueno.
¿qué queréis? ¿que salgamos? -respondió Juan.
-Que
no hombre, vamos a ver la película. Tranquilo. En el descanso
hablamos -dijo Pedro.
Se
había apagado la luz y se estaba proyectando el NODO (Noticiarios y
documentales). Se escucharon algunos “schsssss”, y los
“mosqueteros” dejaron de cuchichear.
Cuando
se encendió la luz, porque anunciaba el descanso, los tres salieron
juntos. No se tuvieron que decir que iban a orinar, eso se suponía
siempre. Llegaron hasta el huerto de Moquilla, donde los muros de
piedras toscamente construidos, denotaban el paso de los años y
parecían mantenerse en pie de milagro. Los tres apuntaron hacia la
pared, no fuera a pasar alguien y les diera vergüenza. Pedro terminó
primero y esperó que terminaran los dos para empezar a contar su
buena idea: La solución.
Juan
estaba preparado para contar el temor que sentía ahora con lo que le
había contado el abuelo. No sabía qué le preocupaba más, si
acabar en manos de la Guardia Civil o que pasará lo que al familiar
de su abuelo. Por eso decidió no mencionar el asunto y escuchar la
“solución” de la que hablaba Pedro.
Dieguito
también decidió callarse la valoración que él tenia del asunto,
hasta esperar a escuchar la “solución” de Pedro.
Con
una explicación mentalmente preparada, y que consideraba producto
de su ingenio, Pedro se dirigió al “auditorio”. En la escuela
los compañeros tenían buena opinión de él, pero si lo vieran en
este momento comprobarían que derramaba arrogancia por sus poros.
-¿Sabéis
donde se utiliza el bronce, y para qué se utiliza?. Se utiliza en la
Fundición. Y se utiliza... (aquí repitió de memoria lo que había
oído de D. Gonzalo) Luego, no me digáis que no se os ocurre la
solución -acabó su discurso el perspicaz “detective”, mirando
la cara que ponía su auditorio de dos personas.
Dieguito
recordó en ese momento, que en su casa había una pequeña campana
de bronce, que él solía tocar para disgusto de la madre. Que que su
padre le había dicho que se hacían en la Fundición. Y que en las
casas de los obreros había otras muchas piezas que se hacían allí.
No era ninguna noticia que el bronce y otros metales se funden para
hacer piezas, objetos, o adornos.
-Sí,
a mi abuelo le regalaron unos cuchillos que también lo hacían en la
Fundición -comentó Juan.
-Bien,
si el bronce se utiliza en la Fundición. ¿donde tenemos que buscar
a los ladrones? Pues en la Fundición -remachó el “detective”.
-Pedro,
¿quieres decir que como vosotros conocéis al dueño del huerto, y
habéis visto al hombre que transportaba otra caja robada, si
trabajan en la Fundición tienen que ser los ladrones? -preguntó
Dieguito.
-¿Quien
puede ser si no? -contestó Pedro.
-¿Y
ahora qué tenemos que hacer, ver a los obreros que trabajan en la
Fundición y si son los dos que nosotros conocemos? -preguntó Juan.
-Exactamente,
nada más que eso.
-¿Y
cómo vemos a los obreros de la Fundición? -insistió Juan.
-Eso
no lo tengo aún resuelto, por eso os lo quería comentar -respondió
Pedro.
Decidieron
regresar al cine. Habían reído con la película y lo mejor es que
siguieran riendo. La puerta estaba cerrada. Golpearon y les abrió
Cayetano.
-¿Donde
vais, si la película va a terminar?.
Ni
se habían dado cuenta que Valdemiro ya había recogido el puesto.
Continuará...
José
Gómez Ponce
Junio
2019