martes, 16 de junio de 2009

EL TÍO PEDRO



Transitar estos días por Huelva es un poco mas complicado por el número de calles que se encuentran en obras. Para evitarlas, los vehículos particulares y autobuses han tenido que variar su recorrido habitual.
Los comentarios a estas obras y a estos cambios obligados de itinerarios son de lo más diverso. No hay más que hacer uso de EMTUSA para escuchar los pros y contras de que estén “todas las calles levantadas”.
Un ama de casa que portaba su carrito de la compra le comentaba a la compañera de asiento que su hijo trabajaba en el arreglo de las calles y por tanto había dejado de estar en el paro, lo que constituía un buen asunto para ella y su hijo.
Al fondo se escuchó la voz de alguien que parecía ser pensionista y que disentía de la señora del carrito, preguntándose sobre el porqué de levantar “todas las calles al mismo tiempo”. Se hicieron algunos comentarios más, y la conversación sobre la oportunidad de las obras públicas terminó cuando otro pasajero del autobús le replicó al pensionista que era cosa de nuestro carácter: “si hace calor porque hace calor y si no lo hace porque no lo hace”.
Nosotros, que permanecíamos en silencio, nos acordamos en ese momento de otro punto de vista que se podía haber expuesto en ese improvisado parlamento del autobús, el referido a que las obras se hacen en periodos electorales. Este argumento ya lo habíamos escuchado en otras ocasiones al pueblo llano, que entendía que el arreglo de las calles se dejaba para gloria y propaganda del alcalde de turno, a escaso meses de las elecciones. No se nos ocurriría hacer esta observación en voz alta en semejante tribuna pública.
Siempre aparecerá alguien para acusar a su responsable particular. Incluso donde la intervención humana es imposible, encuentra el ciudadano medio a quien lanzar todas las culpas de la situación que le molesta o perjudiqua en lo más mínimo. Es lo que se les escucha decir a los italianos cuando llueve, que cómo una maldición exclaman: “sporco governo”.
Nos acordamos también de la historia de Tío Pedro, que le oí contar a mi padre para ejemplo de que opinamos cuando no debemos, o apañados estamos para ponernos de acuerdo, porque “nunca llueve a gusto de todos”.
Tío Pedro marchaba con su burro al pueblo vecino acompañado de su hijo, un zagal que le ayudaba en las tareas del campo. Cuando salieron de casa, y por indicación suya, el muchacho montó en el burro, ya que el camino era largo y él estaba más acostumbrado a hacerlo.
Al poco del trayecto se cruzaron con un caminante que murmuró así:

-vaya con el joven, él montado y el viejo andando, que poco respeto por los años.

Decidió Tío Pedro que era mejor que el hijo caminara un poco mientras él montaba a lomos del burro. Pero sucedió que otro caminante, al pasar, dio su opinión que llegó a los oídos de “caballero” y “escudero”:

-Que cruel, el pobre niño andando y el padre montado, ¡abrase visto!

Tío Pedro, que temía encontrase, cómo era costumbre por aquellos lares, a quienes emiten opiniones sin que se les pida y dado que aún quedaba un trecho de camino, decidió que los dos montarían en el animal, así acallarían cualquier critica sobre quien debería ir montado y quien andando. Pero poco tiempo tardó en comprobar que esa decisión no era del agrado de otro viandante, que al pasar a su altura les lanzó el comentario:

-el pobre animal, lo que sufrirá llevando a lomos a dos perezosos que no quieren andar.

Ya se pueden imaginar lo último que le quedaba por hacer a Tío Pedro, y eso hizo: el burro delante y ellos dos andando detrás. Del caminante que se acercaba hacia ellos esperaban que fuera amante de los animales y aprobaran su decisión, pero tampoco fue así, pues una vez que se cruzaron le escuchó murmurar:

-Vaya pareja de tontos, el burro solo y ellos andando, que me lo dejen a mí.

Nunca supe si “Tío Pedro” era una historia o fue verdad. Lo cierto que refleja parte de nuestro carácter.

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