La inauguración del ferrocarril
de Tharsis, en Febrero de1871, supuso un revulsivo económico en una zona,
el Andévalo, que había iniciado ya su particular “revolución industrial” con la
explotación de la minería durante siglos abandonada. Aunque pocos meses antes
se había inaugurado el del Buitrón-San Juan del Puerto, sí es cierto que esta
nueva actividad había de requerir nuevos oficios a unos trabajadores faltos de
experiencia.
El foco de atracción laboral
iniciado desde 1853 con la llegada de Ernesto Deligny, se incrementó
notablemente para nuevas habilidades, las requeridas para el transporte del
mineral hasta Corrales. Si en una
primera etapa el trabajo estaba centralizado principalmente en el desmonte y
acarreo del mineral, al ponerse en macha el segundo ferrocarril minero de la
provincia hubo necesidad de contar con maquinistas, fogoneros, guardagujas, y
cuadrillas de empleados en la reparación y conservación del trazado. Tareas
desconocidas para una población ocupada en la agricultura o el pastoreo.
Como ya relatara Checkland, el
ferrocarril fue la causa de más siniestralidad en la Compañía de Tharsis. Y
uno de los oficios más peligros fue sin duda el de guardafrenos.
Su trabajo consistía en frenar y
desenfrenar el convoy de vagones cargados de mineral. En su continuo transitar
entre Tharsis y Corrales, o desde la
Zarza posteriormente, fueron adquiriendo experiencia y
aprendieron los desniveles del terreno, que dependiendo de la carga que
arrastrara la locomotora, aplicaban manivela para que unas zapatas
confeccionadas en madera presionaran
contra las ruedas de los vagones.
Este trabajo lo tenían que
efectuar en colaboración con el maquinista y fogonero, pero como la distancia,
ruido, y meteorología, no permitía ningún dialogo, las ordenes la daba el conductor de la locomotora a
toques de silbato.
Si de por sí era peligroso viajar
en el estribo de un vagón, en una plataforma de 30 X 30 centímetros , en
unos vagones en continuo traqueteo; añadan que hiciera frío o calor, lloviera o hiciera viento; los guardafrenos
eran imprescindibles para el transporte de mineral. Incluso arriesgaban más de
la cuenta la vida cuando por el fallo de algunos frenos, o porque la locomotora
se desbocara más de la cuenta, tenían que saltar con el tren en marcha, de un
vagón a otro aplicando frenos para no descarrilar.
Su jornada laboral no tenia
horario fijo. Si había barcos que despachar, al regreso de Corrales ya estaba
preparado otro convoy a la espera de los guardafrenos para emprender la marcha.
Las mujeres que tuvieron maridos
guardafrenos sabían que el regreso a casa de sus maridos era imprevisible,
siendo habitual volver de madrugada impregnados de carbonilla y tizne.
También recuerdan los sobresaltos
que les producía la visita del "llamador" y la sutileza para llamar a
relevo, aporrear la ventana hasta que el reclamado ponía pies en el suelo y
contestaba. Los guardafrenos y sus familias fueron muy expuestos a que les golpearan en la ventana a horas
intempestivas.
Este oficio, surgido con la
llegada del ferrocarril, la modernidad y el tiempo se lo llevó. Primero con la tracción diesel eléctrica y
los nuevos vagones "gregg", que hacían posible el frenado hidráulico y prescindía
de tan peligroso trabajo. Después, porque en 1999 circuló el último tren a
Corrales.
A la memoria de Francisco Ponce Macías, guardafrenos.
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