viernes, 4 de febrero de 2022

1853. EL INICIO DE UNA COMUNIDAD. 4ª Parte.


Felipe veía cada día cómo iba creciendo una nueva comunidad entre aquellos páramos abandonados durante siglos. Se consideraba agraciado de formar parte desde el principio en aquel poblado, a ello había puesto todo su interés y dedicación. Recordaba que a veces los días se le hacían cortos por las tareas que se le acumulaban. Entre quienes habían acudido a la mina de los franceses para trabajar de mineros, reinaba un espíritu de camaradería y de ayuda mutua que no había conocido antes. Hombres jóvenes y menos jóvenes que sin conocerse de antemano trabajaban en equipo como una gran familia. Que después del trabajo colaboraban para acondicionar sus chozas y cuchitriles.
Los que además de trabajar en la mina conocían otros oficios, eran solicitados por otros compañeros para resolver tareas de su conocimiento; así: zapateros, panaderos, carpinteros, herreros, albañiles; vieron aumentar a veces sus ganancias en metálico, aunque lo habitual es que no mediara pago por estos “favores”, si no mediante trueque, entre quienes entendían de distintos oficios. A su hijo todo aquel bullicio de hombres y animales moviéndose de un lugar para otro desde el alba, le parecía la prosperidad, el futuro. Lo mejor que le podía estar pasando para hacerse un “hombre de provecho”, cómo quería su padre que fuera.

Cada mañana, padre e hijo se incorporaban a sus cuadrillas de trabajo. Otros muchachos que también vivía en el poblado con sus padres, eran empleados en las múltiples tareas que organizaban los capataces, o cambiaban a nuevos cometidos en función de las necesidades que tenía la empresa. Había muchachos trabajando en los desmontes, en las teleras, en los talleres, en contramina. Muchos fueron propuestos para tareas menos penosas por recomendación de los capataces, porque demostraban buenas habilidades y capacidad para aprender. Había quienes dejaron las teleras, los duros trabajos en los desmontes, o de acarrear leña; y pasaron a aprendices en la fundición y en los talleres.
Otras veces escuchaba a su padre hablar de Deligny con otros compañeros de trabajo, y aunque todos sabían que Felipe le acompañó desde la Puebla a reconocer los grandes escoriales, muchos puebleños acudieron a la mina por las referencias que les había dado su padre. Hablaba de Deligny como un hombre enérgico en sus planteamientos. Le consideraba muy responsable en sus asuntos y siempre preocupado por resolver cualquier problema. Visionario le llamó alguien. Lo que sí contagiaba es su entusiasmo y a lo que decía estar dispuesto, llevar Tharsis al nivel de la importancia de RíoTinto.

Felipe sí había oído de los desplazamientos de Deligny, sobre todo a Huelva. Después de la crisis que había provocado el cólera supo que se había trasladado definitivamente a la capital y que se había traído a su mujer y los hijos pequeños. Otros viajes que fueron poco conocido por los trabajadores eran los que le procuraron pleitos y preocupaciones. Viajes relacionados con la constitución de nuevas sociedades: “Mines de cuivre de Huelva”, París, 7 de junio de 1855. “La Sabina”, Sevilla, 7 de noviembre de 1855. Litigios con quienes había compartido proyecto común y se carteaban, “querido amigo”.

Estas demandas conllevaban procuradores, abogados, y juzgados. Y en estos casos también traductores, porque los juicios se sustanciaron en tribunales españoles y franceses. Recogidos en cientos de páginas con la caligrafía de la época. Esto le disgustaba enormemente porque le restaba tiempo para dedicarse a lo que estaba mentalizado; hacer rentable la explotación de Tharsis. Él, dispuesto más a la acción, que ahora le demandarán por los denuncios mineros en Portugal y la fundación de la Sabina, podía distraerlo de elevar la producción, la exportación, y la construcción del ferrocarril, que era su especialidad. En esa demanda de los socios saldría a relucir otra fecha importante, el acuerdo de 1 de mayo de 1853.

Desde Alosno acudían todos los días cientos de hombres. Los que no se habían construido un refugio en la mina iban y volvían diariamente. En este tránsito diario había quienes acudían acompañados de bestias que transportaban enseres para sus viviendas, o en las alforjas suministros para las necesidades del poblado. Hasta que no se hubieron organizados el suministro de alimentos se hacía desde los pueblos cercanos. La poca agricultura que se podía practicar por quiénes además trabajaban de mineros, apena daba para el autoconsumo. Por eso los hornos para panificar surgieron rápidamente, al igual que la cría de animales para garantizarse fuente de proteínas, o ingresos extras comerciando entre los ya numerosos habitantes que vivían en el poblado. Esta situación mejoró enormemente con la construcción del camino carretero hasta Gibraleón, ya que la recua de animales que transportaban el mineral hasta el Charco, regresaban al poblado cargados de mercancías y alimentos.
Felipe había comprobado lo tórrido que eran los veranos en la mina. Si en la Puebla lo había combatido entre los anchos muros de su casa y teniendo a mano los cántaros de agua que su mujer llenaba diariamente del pozo, aquella choza suya poco le protegía de la canícula.
Por eso se explicaba que Deligny se marchara a vivir a Huelva, porque su mujer y sus hijos no se acostumbrarían a veranos tan caluroso. Era su hombre de confianza, don Enrique Díaz, quién acudía con más frecuencia a Alosno para asuntos de representación.

Comprobó que el poblado que entre todos estaban construyendo se llamaba Tharsis, así lo escribía el alcalde de La Puebla, Antonio Díaz Mora, en un escrito que le fue entregado por un compañero de trabajo y vecino de La Puebla. Este escrito venía a recordarle un asunto municipal y a proponerle trabajo a su hijo mayor. El escrito le recordaba en primer lugar, que su hijo Jacinto cumplía ese año los 18 de edad, y era obligación de los padres inscribirlo en el Ayuntamiento encargado de confeccionar el padrón municipal donde el joven hubiera residido los dos últimos años. Después la Diputación Provincial comunicaba el número de mozos en los reemplazos de reclutas para el ejército que correspondía a cada municipio. El escrito continuaba proponiéndole un trabajo que pudiera interesar al hijo; regresar al trabajo de la Alquería, que tenía muy buen futuro porque se comerciaba mucho con la mina. Al siguiente fin de semana, después de leer el escrito con su hijo y acordar la respuesta que daría al alcalde, Felipe acudió a la Puebla. Inscribió a su hijo para la lista de reclutas.
También supo que el Ayuntamiento de La Puebla había entrado en pleitos con la Compañía de los franceses y con el Ayuntamiento de Alosno.
Aunque pareciera que la nueva sociedad constituida en París daría seguridad a Deligny para poner en explotación unas minas a las que bautizó con el nombre que las relacionaba con la antigua Turdetania y Tarteso, la realidad es que nuevos sinsabores se vislumbraban en el horizonte.

Continuará...
José Gómez Ponce
Febrero 2022


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