jueves, 5 de marzo de 2015

ANDALUCÍA Y BLAS INFANTE



 
 

El pasado día 28 se celebró el día de Andalucía. Acontecimiento que se viene repitiendo desde la promulgación del estatuto de autonomía en 1980, ampliado en 2007 con el nombramiento de un musulmán como padre de la Patria Andaluza.

Tenemos  la impresión que cada año se conmemora con más pena que gloria. Si no fuera porque las instituciones asumen la responsabilidad de recordarlo, sería un festivo como otro cualquiera, aprovechado para ejercer nuestro libre albedrío.

Hasta la promulgación de la Constitución Española de 1977, la división territorial de España se había constituido en provincias. División auspiciada por  Javier de Burgos, desde su cargo como secretario de Fomento en 1833. Y si perdura desde hace más de 180 años, soportando monarquías, repúblicas y dictaduras, no es porque no haya sufrido ataques desde los separatismos, es quizás por el arraigo que tiene entre la población, al igual que los municipios. Con la aprobación de la Constitución, y por el interés de sus redactores, se empezó a considerar fundamental “la identidad histórica”.

Así como se tuvo en cuenta para la división por provincias, la comunidad andaluza surgía de los antiguos reinos de Córdoba, Granada, Jaén y Sevilla; junto a 16 comunidades más, con todo lo que supone multiplicar por 17: Consejerías, Consejeros y competencias. No bastando con tales divisiones, alguna comunidad ha querido introducir otra división más, las veguerías.
 
 

En este caldo de cultivo se han potenciado los desequilibrios, las reivindicaciones de unos contra otros, el victimismo, y todos confusos con “España como concepto discutido y discutible”.

Aunque hoy días, embelesados por el buenismo internacional y alianzas varias, lo que desde un punto de vista objetivo puede tener sus repercusiones, no se nos explica, o simplemente se nos oculta, para que tomemos el camino más fácil, amoldarse al  “laissez faire”. No oponerse a lo políticamente correcto. De ahí, a considerar de lo más intrascendente que el padre de la patria andaluza sea un musulmán, o que lo fuera un miembro del Ku Klux Klan, qué más da. 

Parte de este desconocimiento es gracias a nuestros políticos, que derrochan mucha publicidad y comedia cuando sus intereses, que no los nuestros, están en juego.

Al igual que Blas Infante, su familia no reconocía su conversión al islam. Idéntico comportamiento oscurantista han tenido quienes lo prepusieron para tal nombramiento. En esto han querido acercarse al proceder del notario de Casares, que en su vida pública se cuidó de no divulgar su fe mahometana.

Esto le permitía mantener su discurso en un contexto ideológico europeo, y que el manifiesto de la Asamblea de Ronda, de 1918, avanzara en asuntos menos políticos: El himno, la bandera y el escudo.

Lean, si les parece, el trabajo de Gustavo Bueno aquí. No creemos que  nuestros próceres llegaran a preguntarse alguna vez, si en un país musulmán  hubieran permitido el nombramiento de un cristiano para un puesto similar. Lo de vidas que costaría.
 

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