jueves, 11 de abril de 2013

LA MINA DEL ORO DE THARSIS, 1941. Y 3ª Parte


 
Ningún dato concreto hemos podido encontrar que se refiera a la extracción del oro en Tharsis por los fenicios. Nada hace sospechar que conocieran ni beneficiaran el oro que existe en las masas de piritas de los criaderos.

No obstante creemos que lo encontrarían en grandes proporciones en su estado nativo. Está demostrado que al convertirse las capas superiores de los criaderos de pirita en óxidos de hierro, estas capas se hacen más blandas y casi pudiéramos decir esponjosas. El oro, más pesado, se filtra a través del hierro concentrándose precisamente sobre la masa de pirita virgen, y así debieron hallarlo aquellos mineros, extrayéndolo sin grandes dificultades.

Los modernos conocimientos sobre la formación de los concentrados de oro bajo los crestones ferro- cobrizos, hacen recordar la vieja teoría del filosofo Artephio, que vivió allá por el 1130 antes de Jesucristo y que aseguraba en su “Libro secreto sobre la piedra filosofal”, que “el sol vivifica el suelo, algunos de sus rayos penetran más profundamente en la tierra, se condesan en ella y forma un metal brillante que es el oro”
 

LOS ROMANOS

Los romanos dejaron en Tharsis, como en toda España, indelebles huellas de su paso. Desde la obra de fábrica, hasta los más simples utensilios de uso domestico, se encuentran profusamente allí donde sentaron su planta los legionarios de Roma.

La Compañía de Tharsis ha formado un pequeño museo donde se fueron recogiendo algunos de los restos arqueológicos encontrados en distintos sitios de las minas.

El busto que reproducimos, tallado en mármol blanco, debió ser el monumento erigido a uno de los Cesares del Imperio. Hay también ánforas, objetos de cristal, hierro y cobre, de las más variadas formas, lucernas de barro y monedas de distintas épocas.

Las labores mineras debieron alcanzar un gran desarrollo. Se abandonan las explotaciones a cielo abierto, pues estarían ya casi agotados aquellos criaderos cuyas riquezas metalíferas aparecían a flor de tierra, y se hace necesario buscarlo a mayor profundidad.

Todos los cerros aparecen agujereados de pozos unidos a veces entre ellos por tortuosas y estrechas galerías, donde hoy le sería muy difícil arrastrase a un hombre, y que hace pensar en las penalidades que habrían de pasar los esclavos traídos para tal fin.

Esos trabajos debieron realizarse por el sistema llamado de “gavia”, que consiste en ir dándose de uno a otro el mineral arrancado en las profundidades de la sierra, y de las cuales sólo el último veía la luz del día.

Plinio habla de esta forma de trabajo para la extracción del oro.

Ya dijimos al principio que no se explica cómo pudieron los antiguos ir directamente a los yacimientos mejores. Estas galerías se ensanchan al encontrar uno de los llamados “riñones”, masa de mineral rica, y una vez agotado prosiguen nuevamente enrevesándose en la montaña hasta toparse con nuevos filones. Desconocedores de la brújula habían de guiarse por pozos o lumbreras que se encuentran a pocos pasos unos de otros, y a veces hallamos estos socavones superpuestos aprovechando la lumbrera superior para las explotaciones a nivel más bajo.

Estas galería debieron servirles igualmente para el desagüe y así aparece su trazado, estudiada de una manera asombrosa la inclinación del terreno.

Cuando el desagüe de los pozos no podía efectuarse por este sistema emplearon unas ruedas hidráulicas en forma de noria. En el criadero llamado del Norte se encontró una de estas instalaciones compuesta por 14 ruedas superpuestas en escalones, de las cuales solo las dos superiores estaban intactas. Se labraban generalmente en pino y encina, y nos consta que en las minas de Santo Domingo (Portugal) fue hallado uno de estos complejos mecanismos que se encuentra en tan buen estado que podría utilizarse hoy.

En el museo de Tharsis, al que hemos hecho referencia, figura una reproducción exacta de la encontrada en el criadero del Norte.

Pero nada de lo brevemente expuesto nos dice nada respecto a la extracción del oro, tema principal que motiva el reportaje, pues al igual que los fenicios, los romanos no nos dejaron tampoco datos históricos sobre el beneficio del codiciado metal.

Sus métodos de fundición estaban tan adelantados, que los hornos encontrados son parecidos a los que aún se utilizan en Cataluña y los Pirineos para la fundición del hierro, y las escorias tratadas nada tienen que envidiar, en cuanto a limpieza, a las que se obtienen hoy por los más modernos procedimientos.

Existen en los viejos montones de escorias unas matas que el vulgo llama metal “blanquillo”, y que según el señor Tarín corrobora, que los romanos no ignoraban el procedimiento de fundición de metales cupro-argentiferos con agregados plomizos en la copelación del plomo argentífero obtenido por este tratamiento.

Todo induce a pensar a la vista de las tierras calcinadas hoy en explotación, que no fue sólo el cobre y la plata lo que extrajeron de sus fundiciones los romanos, los últimos en explotar la riqueza aurífera de los criaderos, y aunque la leyenda conservó a Tharsis durante muchos siglos la fama de sus viejas “minas de oro”, hasta nuestros días no han sido posible conseguir los métodos de extracción que consiguieron hacer remunerados los trabajos.

Hay oro en Tharsis efectivamente. Más de lo que creen algunos y menos de lo que creen muchos. Esta es la conclusión a qué nos lleva el estudio de tema tan interesante.

Francisco Jiménez.

Huelva, Abril  de 1941

P.D.
Para ampliar conocimientos sobre el eficiente grado de desarrollo que alcanzó la minería en la época romana, y que tardaría siglos en recuperarse, pueden consultar aquí.

 

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