Con sus
relucientes cascos y chaquetas blancas, montados sobre caballos que conducían
con gran orgullo, estos escoceses en su “imperio de la colina” evocaban la idea
de un Rajá no muy diferente del de la India.
Salían de
caza, ocasionalmente mataban un ciervo, un jabalí salvaje, o un corzo, aunque
hacia 1880 había muy pocos de estos animales.
No iban a
las colinas durante la época calurosa, como en la India, sino a las “casas de
baño” de la Compañía cerca de la desembocadura del Odiel.
Estas debían
de ser asignadas con el más estricto respeto a la antigüedad. Había niñeras
españolas para el cuidado de los hijos, la mayoría de los cuales, cuando se
hacían mayores, volvían a Gran Bretaña para su ingreso en colegios internos.
Recibían una educación preliminar de un maestro escocés, absolutamente
separados de los niños españoles. Estos escoceses exiliados tuvieron periódicos
ingleses y revistas, una sala de billar, pistas de tenis, y más tarde, el
tocadiscos. Hasta la construcción del ferrocarril de La Zarza se
desplazaron de una mina a otra en caballos.
Las damas
escocesas mantuvieron en sus casas todas sus costumbres, sin concesión o
adaptación a las costumbres españoles. Esto fue recíproco; las muchachas
españolas, que las damas escocesas cuidadosamente entrenaban en el manejo de la
vida familiar, al regreso a sus propias casas volvían a los modos de vida de
sus “cuarteles”. Realmente, era imposible para las mujeres romper con la forma
de hacer las cosas en el día a día, por lo limitado de las facilidades
existentes en el pueblo.
Esta
tradición de segregación y paternalismo, se siguió manteniendo más o menos
incuestionable por ambas partes, británica y española, hasta, al menos 1914. La
primera oposición real a esta situación llegaría mucho más tarde, en los días
del comienzo de la República en 1931.
La
disciplina industrial tuvo que ser firme y continua; cualquier signo de
debilidad de la dirección traía una inmediata respuesta de los trabajadores,
especialmente entre la generación más joven, que temía menos por el futuro. En
cualquier repentino conflicto podía provocarse una situación difícil.
Particular
cuidado fue necesario para supervisar a listeros y almaceneros, asaltados por
las adulaciones de familiares y amigos "Tales gentes", escribió el
director general en un vulgar lapsus gramatical, "Ya me gustaría que se
abalanzaran sobre estos hechos".
Los poblados
mineros fueron, para los ingenieros de minas británicos encargados de ellos, un
dilema permanente. A pesar del individualismo en que se habían establecido,
ellos percibieron que una producción eficiente solamente podía existir si las
comunidades de trabajadores y sus familias estaban contentas y estables.
Los pueblos debían ser lugares en los cuales no solamente las necesidades
fisiológicas de las viviendas y la salud fueron cubiertas, sino en que allí
hubiera algún tipo de diversión social. Pero fue imposible tender un puente
sobre dos diferentes modos de vida. Fue igualmente imposible entregar la
administración de los pueblos a los mismos trabajadores, por el miedo de la
dirección a que esto produciría confusión y corrupción. Este dilema no fue, por
supuesto, particular de la empresa Británica en España.
Apareció
igualmente en Gran Bretaña en mayor o menor medida. La larga lucha en Gran
Bretaña durante todo el siglo XIX, sobre el derecho al voto, tenía que ver
precisamente con esta cuestión: ¿Hasta dónde se le delegaba al pueblo el poder
y la responsabilidad en los asuntos de la comunidad?, o, ¿hasta dónde
llegaban los asuntos que podían ser resueltos por ellos? Pero allí estaba la gran
diferencia con España, que con todas las inquietudes y actividades
revolucionarias del siglo XIX, la nación en general, apenas consiguió avances
en la consecución de una real autonomía respecto al poder establecido.
Legalmente,
los poblados fueron suburbios de los pueblos adyacentes: Tharsis de Alosno, La
Zarza de Calañas, Corrales de Aljaraque. Pero los Alcaldes y concejales de
estos pueblos tuvieron unos ingresos bastante escasos para sus propias
necesidades. Además, estos tres pueblos fueron regidos por hombres de la
derecha con ningún sentimiento de ayuda para con respecto a los obreros. Ellos
ciertamente no podían manejar los asuntos de los nuevos pueblos, de una
naturaleza completamente nueva. La única solución posible fue el paternalismo
de la Compañía, ejercido sobre el terreno por el director y supervisada por la
dirección general en Glasgow. Fue, sin embargo, un paternalismo
"Benthamista" (Jeremy Bentham, filósofo y economista inglés N.T.),
tuvo que ver únicamente con la administración y gestión. Pretendió crear condiciones razonables de vida
en beneficio de los aldeanos.
La Compañía
fue responsable de las calles, agua, alumbrado, limpieza, saneamiento
doméstico, y la paz civil. Estas responsabilidades fueron costosas en términos
monetarios, pero aún fue más el tiempo y atención dedicado por la dirección en
atender las reclamaciones.
Para que le
asistiera en estas tareas, la Compañía nombró a un empleado como Alcalde en
cada uno de los tres centros, al que daba una paga extra. Cada cierto tiempo los
Alcaldes recibían instrucciones para hacer visitas de casa en casa e informar
sobre el estado de salubridad de las mismas. Además de todo esto, la Compañía
impulsó los recursos propios de una sociedad liberal como la de Gran Bretaña,
escuelas, una especie de seguridad social, lavaderos públicos y una biblioteca
pública. De manera optimista, se abrió una caja de ahorros, aunque ni siquiera
la mayor retribución a los trabajadores hizo que se inclinaran por el
ahorro. En los pueblos de la Compañía, todo aquel que no recibía directamente
un salario, estaba, casi sin excepción, en situación de necesidad.
En aquella
época no había seguridad social del Estado de ninguna clase, ni ninguna
compensación a los trabajadores hasta 1900. En Gran Bretaña estas cuestiones
acababan de comenzar con un inadecuado “Acto de Compensación de Trabajadores”
(1897) y un “Acto de Pensión a la Mayor Edad” (1909). No obstante, en España se
seguía la tradición que fuera la familia quien suministrara a cada individuo
los medios para sus cuidados y sustento. Los vecinos de los centros de la
Compañía de Tharsis, a finales del siglo XIX, tenían en general la edad de
trabajar, por consiguiente, no necesitaban reclamar ninguna otra asistencia en
su comunidad. Pero sí que empezaron a considerar a la Compañía
responsable en la provisión de este mínimo elemento de bienestar social.
Los
directores consideraron que no debían usar el dinero de los accionistas para
todos estos propósitos, verdaderamente hubieran sido responsables ante los
accionistas en los tribunales escoceses, si lo hubieran hecho. Eran muy
estrictos en ser cuidadosos sobre tales asuntos: en la única ocasión en la que
el “Informe Anual” contuvo alguna referencia adicional a los trabajadores, este
fue criticado por un accionista, un médico, sobre un asunto que fue solucionado,
pero ocupando un espacio de tiempo que debía haber sido dedicado a la discusión
de la perspectiva de dividendos. Se acordó, únicamente, un sistema de caridad
gratuito, administrado por el director gerente bajo la firme supervisión de la
dirección general. Estaba la “Lista de Socorro”, en la que podían aparecer los
que estaban heridos, o temporalmente desempleados; y la “Lista de la Peseta”,
en la que estaban los nombres de unos pocos que, jubilados o enviudados,
recibían con regularidad por generosidad de la Compañía una pequeñísima paga.
Para mantener estas listas el director estuvo ayudado por los Alcaldes, quienes
aconsejaron acerca de las necesidades.
El precio de
los alimentos en los pueblos fue el más delicado y potencialmente explosivo de
los problemas con los cuales la dirección tuvo que tratar. Desde el principio
existió el peligro de explotación por monopolios de los productos alimenticios.
La solución de la Compañía fue mantener sus propios almacenes, soportando los
gastos de transporte y venta a fin de que los precios estuvieran cerca del
coste real. Además, las malas cosechas podían provocar serias carencias; en
tales ocasiones, fue necesario introducir un subsidio para alimentos.
Continuará...
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