jueves, 10 de octubre de 2013

LA VIDA EN LOS PUEBLOS MINEROS (1866 – 1914) 4ª Parte


 

Con sus relucientes cascos y chaquetas blancas, montados sobre caballos que conducían con gran orgullo, estos escoceses en su “imperio de la colina” evocaban la idea de un Rajá no muy diferente del de la India.

Salían de caza, ocasionalmente mataban un ciervo, un jabalí salvaje, o un corzo, aunque hacia 1880 había muy pocos de estos animales.  

No iban a las colinas durante la época calurosa, como en la India, sino a las “casas de baño” de la Compañía cerca de la desembocadura del Odiel.

Estas debían de ser asignadas con el más estricto respeto a la antigüedad. Había niñeras españolas para el cuidado de los hijos, la mayoría de los cuales, cuando se hacían mayores, volvían a Gran Bretaña para su ingreso en colegios internos. Recibían una educación preliminar de un maestro escocés, absolutamente separados de los niños españoles. Estos escoceses exiliados tuvieron periódicos ingleses y revistas, una sala de billar, pistas de tenis, y más tarde, el tocadiscos. Hasta la construcción del ferrocarril de La Zarza  se desplazaron de una mina a otra en caballos.

Las damas escocesas mantuvieron en sus casas todas sus  costumbres, sin concesión o adaptación a las costumbres españoles. Esto fue recíproco; las muchachas españolas, que las damas escocesas cuidadosamente entrenaban en el manejo de la vida familiar, al regreso a sus propias casas volvían a los modos de vida de sus “cuarteles”. Realmente, era imposible para las mujeres romper con la forma de hacer las cosas en el día a día, por lo limitado de las facilidades existentes en el pueblo.

Esta tradición de segregación y paternalismo, se siguió manteniendo más o menos incuestionable por ambas partes, británica y española, hasta, al menos 1914. La primera oposición real a esta situación llegaría mucho más tarde, en los días del comienzo de la República en 1931.

La disciplina industrial tuvo que ser firme y continua; cualquier signo de debilidad de la dirección traía una inmediata respuesta de los trabajadores, especialmente entre la generación más joven, que temía menos por el futuro. En cualquier repentino conflicto podía provocarse una situación difícil.

Particular cuidado fue necesario para supervisar a listeros y almaceneros, asaltados por las adulaciones de familiares y amigos "Tales gentes", escribió el director general en un vulgar lapsus gramatical, "Ya me gustaría que se abalanzaran sobre estos hechos".

Los poblados mineros fueron, para los ingenieros de minas británicos encargados de ellos, un dilema permanente. A pesar del individualismo en que se habían establecido, ellos percibieron que una producción eficiente solamente podía existir si las comunidades de trabajadores y sus familias estaban  contentas y estables. Los pueblos debían ser lugares en los cuales no solamente las necesidades fisiológicas de las viviendas y la salud fueron cubiertas, sino en que allí hubiera algún tipo de diversión social. Pero fue imposible tender un puente sobre dos diferentes modos de vida. Fue igualmente imposible entregar la administración de los pueblos a los mismos trabajadores, por el miedo de la dirección a que esto produciría confusión y corrupción. Este dilema no fue, por supuesto, particular de la empresa Británica en España.

Apareció igualmente en Gran Bretaña en mayor o menor medida. La larga lucha en Gran Bretaña durante todo el siglo XIX, sobre el derecho al voto, tenía que ver precisamente con esta cuestión: ¿Hasta dónde se le delegaba al pueblo el poder y la responsabilidad en los asuntos de la comunidad?, o,  ¿hasta dónde llegaban los asuntos que podían ser resueltos por ellos? Pero allí estaba la gran diferencia con España, que con todas las inquietudes y actividades revolucionarias del siglo XIX, la nación en general, apenas consiguió avances en la consecución de una real autonomía respecto al poder establecido.
 
Legalmente, los poblados fueron suburbios de los pueblos adyacentes: Tharsis de Alosno, La Zarza de Calañas, Corrales de Aljaraque. Pero los Alcaldes y concejales de estos pueblos tuvieron unos ingresos bastante escasos para sus propias necesidades. Además, estos tres pueblos fueron regidos por hombres de la derecha con ningún sentimiento de ayuda para con respecto a los obreros. Ellos ciertamente no podían manejar los asuntos de los nuevos pueblos, de una naturaleza completamente nueva. La única solución posible fue el paternalismo de la Compañía, ejercido sobre el terreno por el director y supervisada por la dirección general en Glasgow. Fue, sin embargo, un paternalismo "Benthamista" (Jeremy Bentham, filósofo y economista inglés N.T.), tuvo que ver únicamente con la administración y gestión.  Pretendió crear condiciones razonables de vida en beneficio de los aldeanos.

La Compañía fue responsable de las calles, agua, alumbrado, limpieza, saneamiento doméstico, y la paz civil. Estas responsabilidades fueron costosas en términos monetarios, pero aún fue más el tiempo y atención dedicado por la dirección en atender las reclamaciones.

Para que le asistiera en estas tareas, la Compañía nombró a un empleado como Alcalde en cada uno de los tres centros, al que daba una paga extra. Cada cierto tiempo los Alcaldes recibían instrucciones para hacer visitas de casa en casa e informar sobre el estado de salubridad de las mismas. Además de todo esto, la Compañía impulsó los recursos propios de una sociedad liberal como la de Gran Bretaña, escuelas, una especie de seguridad social, lavaderos públicos y una biblioteca pública. De manera optimista, se abrió una caja de ahorros, aunque ni siquiera la  mayor retribución a los trabajadores hizo que se inclinaran por el ahorro. En los pueblos de la Compañía, todo aquel que no recibía directamente un salario, estaba, casi sin excepción, en situación de necesidad.

En aquella época no había seguridad social del Estado de ninguna clase, ni ninguna compensación a los trabajadores hasta 1900. En Gran Bretaña estas cuestiones acababan de comenzar con un inadecuado “Acto de Compensación de Trabajadores” (1897) y un “Acto de Pensión a la Mayor Edad” (1909). No obstante, en España se seguía la tradición que fuera la familia quien suministrara a cada individuo los medios para sus cuidados y sustento. Los vecinos de los centros de la Compañía de Tharsis, a finales del siglo XIX, tenían en general la edad de trabajar, por consiguiente, no necesitaban reclamar ninguna otra asistencia en su comunidad. Pero sí que empezaron a considerar a la  Compañía responsable en la  provisión de este mínimo elemento de bienestar social.

Los directores consideraron que no debían usar el dinero de los accionistas para todos estos propósitos, verdaderamente hubieran sido responsables ante los accionistas en los tribunales escoceses, si lo hubieran hecho. Eran muy estrictos en ser cuidadosos sobre tales asuntos: en la única ocasión en la que el “Informe Anual” contuvo alguna referencia adicional a los trabajadores, este fue criticado por un accionista, un médico, sobre un asunto que fue solucionado, pero ocupando un espacio de tiempo que debía haber sido dedicado a la discusión de la perspectiva de dividendos. Se acordó, únicamente, un sistema de caridad gratuito, administrado por el director gerente bajo la firme supervisión de la dirección general. Estaba la “Lista de Socorro”, en la que podían aparecer los que estaban heridos, o temporalmente desempleados; y la “Lista de la Peseta”, en la que estaban los nombres de unos pocos que, jubilados o enviudados, recibían con regularidad por generosidad de la Compañía una pequeñísima paga. Para mantener estas listas el director estuvo ayudado por los Alcaldes, quienes aconsejaron acerca de las necesidades.

El precio de los alimentos en los pueblos fue el más delicado y potencialmente explosivo de los problemas con los cuales la dirección tuvo que tratar. Desde el principio existió el peligro de explotación por monopolios de los productos alimenticios. La solución de la Compañía fue mantener sus propios almacenes, soportando los gastos de transporte y venta a fin de que los precios estuvieran cerca del coste real. Además, las malas cosechas podían provocar serias carencias; en tales ocasiones, fue necesario introducir un subsidio para alimentos.
 

Continuará...

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