sábado, 11 de febrero de 2012

2ª Entrega del libro de Checkland

El día de ayer en Corrales muy bien. Expusimos fotos en color de varias locomotoras de vapor, que algunos de los allí presentes recordaban haber trabajado en ellas. También intercambiamos impresiones con otros jubilados de la “Compañía”. Después de la proyección del documental, que terminó con un aplauso del público, vinieron a felicitarnos varias personas. Sugirieron que lo podíamos haber organizado en el “Cinema Corrales”. Incluso  nos han ofrecido hacernos llegar algún documento, alguna foto, dicen, que interesante.
******
Continuamos con otra entrega del Capítulo 6 de Checkland: Ernesto Deligny. El redescubridor olvidado.
 
construcción del ferrocarril Paris-Saint Germain. Era una línea férrea de corta distancia, pero que sirvió como escuela a los nuevos ingenieros ferroviarios franceses. Flachat empleó con entusiasmo a los jóvenes y prometedores graduados de la Ecole Centrale, incluyendo a Deligny.
Flachat tuvo una poderosa influencia sobre Deligny. Nacido en 1802, Flachat alcanzó la madurez en los años siguientes a la derrota definitiva de Napoleón en 1815. Ingeniero autodidacta, había visitado Gran Bretaña para conocer a los grandes pioneros de la construcción, incluyendo a Stephenson y Brunel. El entusiasmo y la visión que ellos habían demostrado en este nuevo campo que desafiaba al hombre, y en el que el aprendizaje formal al estilo tradicional ya no tenía sentido, le inspiraron. Volvió a Francia para abrir una oficina de ingeniería. En el plazo de 10 años, ya había renovado la industria francesa del hierro y del acero, haciendo uso de las prácticas británicas, y había iniciado toda una revolución en los transportes en Francia, basada especialmente en los ferrocarriles.
En 1834, conoció a Emile Pereire, el conocido financiero, y se inició una alianza entre ellos que sólo terminaría a su muerte. Los hermanos Pereire, Emile e Isaac, provenientes del mundo del periodismo, estaban entre aquellos que habían visto el potencial de los nuevos ferrocarriles, especialmente en sus aspectos financieros. Una asociación con los hermanos Pereire era, para Flachat, algo natural. Era brillante, intuitivo, entusiasta de las nuevas soluciones y enemigo de aquellos a los que les ahogaba la prudencia. Flachat era adorado fervientemente por sus jóvenes colegas que, como Deligny, lo tenían como espejo en el que mirarse.
El tren de Saint Germain, planificado por los Pereire, fue financiado por los Rothchild y construido por Flachat. Gracias a éste, Flachat contrata a Deligny. En el proyecto se encontraron  con acusadas pendientes al ir acercándose a Saint Germain. Flachat adoptó, gracias a una ayuda estatal, el “sistema atmosférico de tracción”. Fue un triunfo para la ingeniería, pero al igual que en el caso del tren construido por Brunel al sur de Devon, fue una catástrofe financiera. Este sistema tuvo que ser reemplazado por otro más ortodoxo. De todas formas, esta línea sería la primera en Francia de transporte ordinario de vapor.
En 1848, durante la revolución que llevó a Luis Napoleón al poder en Francia como Presidente de la Segunda República, el puente sobre el Siena en Asnières fue destruido. Deligny y Flachat colaboraron  en su restauración. El joven organizó la reconstrucción provisional del viejo puente, teniéndolo abierto durante dos semanas. Flachat reemplazó el viejo de madera por otro de hierro, introduciendo de esta manera en Francia, la construcción de puentes de hierro.
En torno a 1850, a causa de un parón en la construcción del ferrocarril que siguió al auge ferroviario de 1847, Flachat no pudo contratar a todos sus jóvenes trabajadores. Deligny acudió a la llamada del joven Decazes, quizás bajo la recomendación de Flachat. Fue enviado a España  donde, en la comarca minera de Asturias, cerca de Langreo, construiría un tren minero. Es posible que la familia Decazes tuviera intereses allí, ya que tanto el director general de Langreo como los obreros franceses especializados fueron enviados desde la propia Decazesville. Además, los hermanos Pereire estuvieron luchando por conseguir concesiones de un tipo u otro, para invertir en construcción de ferrocarriles y otros negocios en España; es posible que hubieran existido conexiones entre los Decazes y los Pereire.
El tren se terminó,  Deligny se vio de nuevo inmerso en otro parón. Decazes le mandó al sur de España. Y será a partir de aquí, cuando empezará a curtirse como ingeniero. Deligny leyó artículos tanto de Alcíbar como de Figueroa y Ezquerra en la Revista Minera. En febrero de 1853, emprendió el viaje. Pidió información al staff de Rio Tinto. Estaba deseando, si fuera posible, hacer nuevos descubrimientos y ahorrarle a su patrón, el duque, los gastos de compra de denuncios a terceros. No le disuadia que ello conllevara riesgos e incertidumbres. Todo lo que hasta el momento había escuchado sobre Tharsis le convenció que allí podría empezarse algo nuevo, a una escala digna de la romana, que posibilitara usar económicamente la nueva ciencia y la tecnología del s.XIX, especialmente la máquina de vapor, y posiblemente el ferrocarril.
A medida que se acercaba al Monte Tharsis por los caminos escarpados que discurren desde la Puebla de Guzmán, apenas podía contener su impaciencia. El cabrero que le servía de guía, molesto de que un forastero presumiera  de conocer los secretos ocultos en aquellos montes más que él mismo, refunfuñaba: “Lo que va a ver son minas abandonadas. Ya nada queda en ellas”. Pasaron los imponentes riscos  en los que se asienta la ermita de la Virgen de la Peña. Deligny describió su entusiasmo al ver grandes masas rojizas  en los montes, las monteras ferruginosas o gossan de los filones de pirita, en claro contraste con el monótono verde del monte bajo. Finalmente, allí aparecieron a la vista las acumulaciones blanquecinas de escorias romanas.
Deligny apretó el paso con gran excitación hasta los afloramientos y vertederos, sorprendido y eufórico por su extensión, y observando las potentes mineralizaciones de los drenajes. Pensó acertadamente, que los antiguos, debido a sus limitaciones de bombeo, no pudieron haber penetrado muy profundamente en la zona de enriquecimiento secundario. Sabía también que, en términos generales, los romanos no podían hacer rentables los trabajos con minerales con una ley inferior al 4%  en cobre, por lo que sólo las menas más ricas habrían sido explotadas. Se imaginó, surgiendo de aquellos montes, un asentamiento densamente poblado y unido por tren a Huelva, que dejaría de ser un modesto y tranquilo pueblo de pescadores para convertirse ahora en un floreciente puerto marítimo.
El terreno estaba libre: Deligny interpuso una veintena de denuncios en nombre de Decazes, del suyo propio, y de algunos socios. Fue consciente desde el principio que sería necesaria una gran inversión inicial. Y la mejor manera de obtenerla sería captando el interés de terceros a partir del reparto de acciones.
Cuando comenzó a tomar mediciones y puntos de referencia, le preguntó a su guía por el nombre del monte. Éste le dijo que se llamaba la Sierra Tharse. A su imaginación le vino el legendario Tharsis. Rememoró las numerosas referencias bíblicas, como esa en la que Jonás partió para huir a Tharsish, la que habla sobre cómo Salomón comerciaba con él o como aquella en que el profeta Isaías pronunció su augurio contra Tiro: “Lloren, naves de Tharsish, porque ha sido destruido su puerto”. Concluyó que había redescubierto el centro de la cultura antigua. Bautizó al área minera como “Tharsis”.
Habiendo realizado los denuncios, junto con otros en distintas zonas de la faja pirítica, en la oficina minera de Huelva, realizó sondeos en el estuario. Encontró los calados adecuados para barcos de vapor, 18 pies en marea muerta y 22 en marea viva (2).
Aunque ocupado en las prospecciones de Tharsis, Deligny no limitó sus denuncios a éste. Un poco más tarde,  estudió también para su patrón, las grandes masas de mineral de La Zarza, al noreste del cercano pueblo de Calañas; aquí también adquirió concesiones.
Continuará…

No hay comentarios: