jueves, 31 de marzo de 2011

LA MINA DE ORO. Y 3ª Parte


No descartamos escribir sobre las posibilidades futuras de la apertura de “Filón Sur”, cuando tengamos más información y no lo que parece por ahora, mera especulación. En esta última entrega os dejamos la descripción de dos visitas que se hicieron al “Oro” hace ya algunos años. Alejadas de las anteriores explicaciones técnicas, tienen también el interés de recordarnos paisajes muy conocidos. Para quienes no llegaron a conocer las instalaciones, pero sí de oídas, que les sirvan para que no olviden a qué se dedicó Tharsis hasta hace no muchos años, y qué poco parecemos apreciar.

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El presidente de la agrupación fotográfica Jerezana, “San Dionisio”, ha colgado en su página algunas fotos nocturnas que hicieron a las instalaciones antes que las convirtieran en chatarra. Aquí podéis ver algunas.

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EN EL ORO.

Llegado el domingo de aquella semana, (Septiembre de 1954) organizamos un paseo hasta lo alto del cabezo de La Divisa, para ver la famosa mina de oro que nos decían había sido descubierta allí, unos años antes.
Si ello era cierto, como debía de serlo, pues de lo contrario no se habrían construido aquellas costosas instalaciones en la falda del cerro, habría que pensar entonces en que fue cierto también que de la antigua Tharsis habían salido las planchas oro con que fue ornamentado el antiguo templo de Salomón, según consta en viejos periplos.
Y allá fuimos, mi cuñado (Jerónimo), mi sobrino (Paco Gutiérrez), uno de mis viejos amigos, y yo, y luego de detenernos un momento en 1a oficina general de la Compañía, ascendimos la pendiente y entramos bajo aquellos grandes tinglados llenos de maquinaria, de tanques de agua, donde la tierra roja, convertida en una blanda sustancia, se estacionaba, según nos dijeron, meses y meses, antes de someterla a nuevas manipulaciones para extraer, al fin, el limpio metal amarillo.
No había cuevas ni pozos, no siendo pues aquello una mina, propiamente dicha. La tierra era extraída de la misma pendiente de la montaña, arañando solamente la superficie, habiendo demostrado estos trabajos, que no era la primera vez que aquella había sido escarbada y revuelta. El oro antiguo no había sido encontrado en los oscuros filones, por lo que veíamos, sino allí mismo, entre aquella tierra color de sangre, en la que los antiguos fenicios habían visto, ya en aquellos remotos tiempos, lo que los modernos habían tardado siglos en descubrir.
Por allí anduvimos largo rato, deteniéndonos junto a las piedras de hierro, removidas, y ante los restos de antiguos sepulcros, viejos cimientos de viviendas casi enterrados, estrechos canales y obras, que datan casi seguramente, de la prehistoria.
Desde aquella altura imponente, el pueblo de Alosno, con su torre y sus casas, veíase allá abajo y también parecía menos elevado el cerro del Águila, tras de cuya cresta de blanca roca, se hallaba la ermita de la Virgen de la Peña, situada en el termino de la villa de Puebla de Guzmán.

José Alfonso. Estampa sentimental del retorno


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LA MINA DE ORO.

Al escribir sobre la aldea minera de Tharsis, no podía dejar en el mundo del olvido, la mina de Oro y sus cosas. Se halla bien puesta, casi a los pies del cerro de la Divisa, poco más allá de Pueblo Nuevo. Todo el material que allí se encuentra: motores, maquinaria de todas clases y tamaños, camiones de volumen considerable, maquinas excavadoras, todo es de fabricación inglesa, pues sabido es que la mina, muy a pesar de ser española, la explota una compañía inglesa situada en Glasgow.
El oro que se saca es en polvo, y en pequeñas cantidades, todo ello no sin antes haber efectuado ímprobos trabajos en los laboratorios. Por gruesas correas de goma, en continuo movimiento, pasan los trozos de tierra mineral. De esta tierra, por métodos especiales, tal vez pulverizándola, cosa elemental y lógica, o bien consiguiendo la concentración, obtienen el codiciado metal.
Más allá de donde se encuentra el enjambre de maquinarias se ven las tierras rojizas, deformadas por la continua búsqueda del hombre. Elevados montones de tierras estériles. Enormes huecos efectuados por las maquinas excavadoras, la mayoría ausentes de cuido. Todas estas cosas le dan al agreste terreno aspecto de inefable extrañeza. Muy abajo puede apreciarse sin dificultad, la presencia, diría, de tierras movedizas, de las tierras excrementosas. He perdido la cuenta de las veces que paseé aquellos alrededores deshabitados e inhóspitos de belleza. Últimamente lo hice en tardes soleadas de sol de Enero. Recuerdo que por entonces las maquinarias estaban en esforzado funcionamiento, había que llevarse instintivamente las manos a los oídos, debido al tremendo alboroto de los motores.
La vegetación circundante es monótona, como la del resto de la aldea. También muy cerca de la mina existen pequeños huertos que se pierden a causa de su pequeñez entre la tosca fauna: eucaliptos, pinos, zarzales vencidos, entre y sobre los muros circundantes; que suelen guarnecer los huertos. Lentiscos de verde enlutado y jaras de siempre. Dejé la mina de Oro. Regresé a la aldea, una vez más noté que al dejar de escribir mi alma se inundaba de iracundo y desesperado pesar.

Juan Bautista Mojarro. ODIEL. 21/Febrero/1964





1 comentario:

Juan Leante dijo...

Interesante reportaje y preciosas las fotos de Javi Dominguez, sobre todo la de la estación.
Cordiales saludos.