jueves, 11 de junio de 2015

NOCHES DE VERANO EN THARSIS


La minería es una actividad que requiere de grandes inversiones, pues llegar a los minerales es costoso y peligroso, y al igual que otras actividades económicas, se manifiesta en dos importantes   fluctuaciones a lo largo de la historia: apogeo y declive.
Cuando se acometen proyectos que conllevan  gran demanda de mano de obra, esto se traduce en  prosperidad y desarrollo no solo en la población de la mina,  abarca incluso una comarca o un país. Por el contrario,  la desaparición de la minería, si no existen alternativas, propicia la emigración y el envejecimiento de la población.
Tharsis no era  una excepción, y camina por la senda  por la que han pasado  poblaciones  de nuestro entorno. Pueblos no hace mucho bulliciosos, que acudían  a fiestas y celebraciones. Con calles de un continuo ir y venir de personas, de niños en los colegios. De mineros que se vestían de domingo para disfrutar del merecido descanso en compañía de la familia; acudiendo al casino, al cine, o de visita a otras familias. Y al no haber indicios que la actividad minera  vuelva a resurgir a corto plazo, este inexorable  camino que ya transitamos puede no tener retorno.
Nuestros últimos mineros tienen poca necesidad de esperar al deseado descanso dominical, porque ya jubilados todo el año es domingo. Y sus  familias, en muchos casos, están lejos de ellos. Hijos que marcharon a la búsqueda de futuro y dejaron aquí a sus padres. Con los que se encuentran en contadas ocasiones cuando la distancia que los separa es grande. O con visitas más o menos periódicas, o semanales, cuando la distancia de separación es menor.
Si hay algo que refleja el declive poblacional, es con la llegada del verano. Con el  frío o  mal tiempo, la meteorología nos hacía buscar  resguardo en nuestra casa, alrededor de un brasero y disfrutar de nuestras muchas o pocas comodidades.  La llegada del calor sin embargo  nos predispone a combatirlo, y una de las formas más antiguas es salir de nuestros refugios al anochecer. Sacando a la calle nuestro banco, nuestra silla de enea, o nuestra hamaca, y refrescándonos con la ligera brisa, huyendo del "horno" de la casa. Calles antaño que se llenaban de vecinos practicando un "ejercicio" obligatorio, tomar el fresco.
Recordamos lo concurrida de nuestras calles a las 10 o las 11 de la noche, donde se  formaban tertulias, se contaban cuentos, se  jugaba, o simplemente se contemplaban las estrellas y la vía  Láctea, que la poca iluminación pública hacían posible. Se pasaba por calles que al estar en penumbras, tenías que dar las buenas noches por cada puerta que pasabas, donde se congregaban sus habitantes,  y a cada saludo tuyo respondían varias voces.
Otros recuerdos de aquellos tiempos, de  los que tenemos alguna edad y vivíamos en ciertas calles, es que a determinadas horas de aquellas noches calurosas, veíamos desde el comienzo de la calle, que las familias se refugiaban deprisa y corriendo en sus casas. Primero una, después otra, así hasta que llegaba a la altura de nuestra casa; que hacíamos lo mismo, abandonar el fresquito antes que soportar la fetidez del "carro de la mierda". Que pausadamente se alejaba para depositar su  maloliente y orgánica carga.
Ahora, cuando se inicie el verano, darse una vuelta por aquellas calles antaño alegres  y concurridas, apenas si veréis gente al fresco. Y las farolas que hoy iluminan calles que permanecieron años en penumbra, os confirmaran la cruda realidad, que muchas puertas están "cerradas a cal y canto"  porque simplemente, ya no vive nadie.



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