Quiero mencionar solamente otras
dos situaciones especiales, ahora en relación con mi asistencia a los vecinos
del pueblo: La epidemia de gripe del año 1957 en la que, uno de los días, se
presentó muy temprano en mi domicilio el Sr. Zamorano, con una lista de 129
avisos a domicilio.
Terminadas mis visitas a
extrarradio, Pueblo Nuevo y Hospital, tuve que suprimir la consulta en el
Ambulatorio y dedicar el resto de la jornada a las visitas de los enfermos
encamados.
A las dos de la madrugada del
siguiente día, continuaba golpeando puertas y levantando a los familiares de la
cama, que ya no me esperaban a semejantes horas. No sé cuantos talonarios de
recetas gasté ese día.
Sin duda quedarán algunos
tharsileños que recordarán aquella epidemia y mis visitas extemporáneas. Afortunadamente,
la epidemia fue cediendo en pocos días.
En otra ocasión del mismo año,
cuando la mayoría de los niños nacían en sus casas, nos encontrábamos solos Dª.
María la Matrona
y yo, con cinco partos "en marcha" simultáneamente. El agobio fue muy
grande, pues si necesitábamos desplazar a una parturienta en coche o ambulancia
"al Agromán", (nombre popular de la Residencia sanitaria
del SOE en Huelva), tendríamos que acompañarla Dª. María o yo, pero no podíamos
dejar desatendidas a las restantes, y
con un solo responsable para todas. Tuvimos la gran suerte de que los partos fueron todos normales y espaciados
adecuadamente; Dª. María asistiendo al nacimiento más inminente, y yo de un
domicilio a otro visitando, explorando, tranquilizando a los familiares, y
trayendo personalmente a dos nuevas criaturas a este mundo.
Mis angustias y responsabilidad
fueron muy grandes, pero mayor fue mi satisfacción cundo todo concluyó
felizmente. Lo más reconfortante de la
situación fue la actitud comprensiva de
las cinco parturientas y sus familias, que
al llegar a las casas a cada rato, me recibían con ansiedad pero con afecto, sabiendo que
solamente éramos dos sanitarios para cinco pacientes.
Estas angustias y otras muchas
con motivo de casos graves o enfermedades mortales, inevitables durante 10
años, fueron sobradamente compensadas con el cariño de esas nobles gentes que
me lo demostraban constantemente.
¡Cuánto hemos disfrutado de todas
las Veladas y demás fiestas del pueblo y con las reuniones de nuestros
compañeros y otros muy buenos amigos!
Es por ello que quiero terminar
mi extenso comentario, mencionando, además de los ya citados, y sin muchos detalles para no alargar este
escrito, algunos nombres de amigos que
siguen emocionalmente en mi recuerdo, y me puedan ellos recordar o, en otros casos, los lean alguno de sus
familiares o descendientes.
Juan Martín Santos, primer amigo
que conocí al llegar al pueblo y que mucho me ayudó. Juan González Gómez, padre
de Francisca, "la tata" de mis hijos, y ahora en Barcelona, con la
que seguimos manteniendo una buena relación de familia. Sus padres fallecieron
hace años en aquella ciudad.
Juana "la de la Fonda ", Antonio su
marido y todos los suyos. Nuestros
vecinos Benito, Juana Molina y su hija Andreita. ¡Cuántos intentos hizo Benito
para que yo aprendiera, sin conseguirlo,
unos acompañamientos o acordes de
guitarra para los fandangos alosneros!
(el profesor no sería un virtuoso, pero el alumno era una calamidad como
aspirante a guitarrista). Por aquellos años trabajaban en la mina los célebres
Hermanos Toronjo.
Juan José Martín Roldán. Antonio
Caro Gallego. Baltasar Durán. (Estos tres últimos amigos mencionados, me hicieron siempre grandes favores de todo
tipo y con gran afecto en la administración y en talleres).
Santiago Gallardo Fuentes,
excelente amigo de quién conservo un
bodegón al óleo pintado por él. A su lado sufrí la muerte trágica por
ahogamiento de uno de sus hijos, cuando se bañaba en el embalse.
Bartolomé de la Cueva ,
recuerdo una muy prolongada asistencia sanitaria angustiosa en horas nocturnas,
a un familiar muy querido para él. Ya de madrugada todo se solucionó
definitivamente bien, sin necesidad de traslado urgente a Huelva.
Hermanos Ortega Salguero. Leandro
Feria, especial amigo mío y de todos los sanitarios, también avezado cazador.-
José "el Curto", en cuya barbería pasé tantos buenos ratos. Cándido
Maestre, nuestro Alcalde pedáneo.
Beatriz García Llanes, muy buena y discreta amiga, siempre pendiente
durante años de cuanto necesitábamos en relación a Telefónica o a cualquier
otro tipo de ayuda.
Pepi Garrido Moreno, en Correos,
tan agradable y servicial en toda ocasión. Ángel Molina y Apolonia, a los que
conocí siendo muy pequeñita su hija, que mucho mas tarde hizo la carrera de
médico, pero que nunca la he visto de mayor.
Manuel Franco Garfia, ¡qué buena
persona y servicial amigo! Desde que nos instalamos en "nuestra
casa", se hizo cargo del cuidado del jardín y así continuó durante años,
sin el menor interés, solo por su afecto y el de su familia hacia nosotros,
afecto y confianza que siempre fue mutuo. Nunca los hemos olvidado.
Mario Alfonso Cerrejón, al que
conocí porque trabajaba en el Círculo Minero Recreativo de Tharsis. Muchos años
después me dio una gran alegría cuando se presentó en mi consulta del ambulatorio en Huelva, al empezar
su trabajo como Celador, y desde entonces nos veíamos con cierta
frecuencia. Tras mi jubilación a los 70
años (hace mas de 19), no he vuelto a saber de él.
Antonio Barros Beltrán, albañil y
mi buen compañero de cacerías, como
paquete en la vespa; el reclamo y la
escopeta desmontada a mis pies en el "suelo" de la moto. Después de
hacer un tupido puesto de jaras, mi amigo Barros, cuando el campo estaba
"frío", se salía del puesto y se escondía entre peñas próximas
imitando el canto de un buen macho, para animar jaula y campo. Al poco rato
volvía sigiloso al puesto, ya con reclamo y campo en plena faena; el resultado
de la cacería estaba asegurado. Años
después me enteré, aquí en Huelva, de que se había marchado de Tharsis con su
numerosa familia, y que había muerto en accidente de circulación. En el Blog de
"amigos de tharsis" (lª
familia, última foto, podemos verlos). ¡Cuántas veces jugaba mi amigo Antonio
con mis tres pequeños hijos, y cuanto era el afecto que le teníamos! (d.e.p).
Piedrasalbas Romero Márquez, hija
única del Guarda Sr. José Romero Correa,
que vivía en la C /
Cervantes nº 22 de Tharsis. Se quedó huérfana y vivió sola durante muchos años.
Fue una gran amiga de mi mujer y mía, pero no solamente en mis tiempos de
Tharsis, sino que su profundo afecto
(pienso que, por sus continuas manifestaciones,
tal vez mas grande que el nuestro, que lo era mucho) continuó durante
muchos años con muy frecuentes visitas a nuestra casa de Huelva, y siempre con
algún detalle especial. Así hasta su muerte, hace bastantes años, aquí en
Huelva, donde al enfermar, como estaba sola en el pueblo, se la trajo a su casa
su sobrina Pepi, también amiga nuestra, que mas tarde con su familia, se fue a Bonares.
Aunque el médico de Salvitas en
el pueblo fuera, en ocasiones posteriores, otro de mis compañeros, siempre
confió en mis consejos y tratamientos y así continuó durante toda su vida hasta el final, cuando volvía de
los Especialistas del Seguro, mostrándome los informes para que yo le
confirmara todo. A pesar de sus achaques, falleció de un proceso grave
inesperado, muy frecuente en los tiempos actuales.
Son muchísimos más los nombres
omitidos entre mis buenos amigos, sin duda en gran parte fallecidos sin yo
saberlo y que, precisamente por ser tantos amigos, fueron la causa de que yo no
volviera al pueblo, en la seguridad de que muchos se sentirían desairados si
sabían de una visita mía sin tiempo a saludarlos.
Me vine definitivamente de
Tharsis a Huelva el 31 de Mayo de 1966, con mi mujer y mis cuatro hijos, con la
añoranza de tantas y tan gratas vivencias, profesionales y de amistad,
compartida con todo el pueblo y, en los últimos tiempos, también con la nueva
Dirección de la Compañía
a cargo de Carlos Strauss. Conservo de él un grato recuerdo así como de José
Mª. Ley, Antonio Castillo, J. Vega y Antonio Gómez, aunque fue sumamente corto nuestro tiempo de convivencia.
Permítame un recuerdo
especial para mi amigo Rodrigo, al que
saludo de vez en cuando aquí en Huelva,
hijo de don José Díaz Riestra, (mi primer compañero de profesión y amigo
en Tharsis) y otro recuerdo para Isabelita Gervasini, hija del farmacéutico D.
José, y viuda de D. Feliciano Díaz Riestra.
Finalmente reincido con el mas
afectuoso de los saludos a mi entrañable amigo Carlos Cañada Ruiz, quién tras
su jubilación sigue en su querido pueblo de Tharsis. Por supuesto incluyo en mi saludo a su esposa Manolita y a sus hijos.
Querido Carlos, como tus
añoranzas y recuerdos coincidirán en
mucho con los míos, sé que no te resultará excesivamente pesada una lectura tan
extensa, en el caso de que llegue a tus manos. Si estuviéramos juntos me
habrías ayudado a recordar muchas más
cosas. Un abrazo.
Antes de terminar, una última
observación importante: Quién haya bajado tan solo varias veces al piso 14 de
Sierra Bullones, llegando más de cien metros en descenso a las entrañas de la
tierra, metido en una jaula o montacargas, amplio pero húmedo, oscuro y poco
confortable, ha de sentir, obligada y necesariamente, una sensación indefinible
de temor o miedo franco al pensar ¿Volveré a salir de este agujero y ver de
nuevo la luz del sol?
El trabajo en Contramina, por sus
condiciones y altos riesgos permanentes es, sin duda, de los más duros y difíciles, yo diría incluso que infrahumano.
Los Mineros, valientes,
abnegados, fuertes o débiles en su ánimo pero resignados, lo hacían a diario,
sabiendo que ese era el único medio de salir adelante con sus familias ¡durante
toda su vida! y siempre con el temor de que ésta fuera breve. Lo que menos les preocupaba era una posible y
tardía Silicosis. Al llegar abajo, y al menos durante ocho horas diariamente,
con ropa impermeable incómoda y no transpirable, casco con su luz propia por la
negrura de su ambiente de trabajo, siempre como una oscura noche con neblina,
húmedo y chorreante, enlodado. Molesta y aparatosa mascarilla anti-polvo
estorbando su respiración. Guantes y botas gruesas o de goma resbaladiza, y los
riesgos permanentes a los que estaban sometidos, inesperados, no previsibles,
por galerías y salones enrarecidos de difícil encofrado con desprendimientos,
peligros en las explosiones programadas, etc. etc.
¡Siempre con la duda de si sería
el próximo en caer!, aunque por costumbre y rutina, sin miedo al peligro.
Se necesitaría mucho para
describir adecuadamente la insalubridad y peligros de todos los puestos de
trabajo en contramina.
¿A qué vienen estos comentarios?
La única explicación a mi juicio
que hacía distinta a la gente de Tharsis y su NOBLEZA, creo proviene de la
reciedumbre, la raza, fortaleza, lealtad, bondad, valentía, capacidad de
sacrificio y sufrimiento, compañerismo y amistad, sencillez, conformidad, y
resignación, todo ello sin perder el optimismo, alegría, buen carácter y otros
valores humanos de esos mineros y sus familias.
A lo largo de generaciones se han
ido impregnando de tales valores el resto de la gente hasta llegar a ser así
todo el pueblo, con tales cualidades.
Es lo que creo y así lo he
manifestado cuando he tenido ocasión, estando ya mucho tiempo lejos de vosotros.
Para Vd. D. José, espero haberle
complacido "abundantemente", tal vez en forma abusiva por mi parte,
pero así son las añoranzas y recuerdos
de mi querido pueblo de Tharsis.
Quiero darle las gracias por
haberme dado esta oportunidad de manifestar a todos, cuanto han supuesto para
mí aquellos años vividos entre tan magníficos y buenos amigos.
Un muy afectuoso saludo.
Fdº. Alberto Bervel.
3 comentarios:
Don Alberto, muchísimas gracias por este maravilloso documento. Me gustaría mucho que sus hijos, Sofía y Alberto, amigos míos de la infancia, nos narraran sus recuerdos de Tharsis.
Un abrazo de Domingo Caro López
Don Alberto,despues de leer su escrito no quiero que le falte mis mas sincera y cariñosa felicitación. Muchisimas gracias
Un cordial saludo.
Me alegro de que mi abuelo se encuentre entre esas personas que tanto recuerda. Manuel Franco Garfia.
Saludos.
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