jueves, 19 de septiembre de 2013

LA VIDA EN LOS PUEBLOS MINERO (1866-1914)


 
A partir de esta semana y en las siguientes, os haremos llegar otro capítulo  del libro de Checkland: The Mines of Tharsis. Roman, French and British Enterprise in Spain. Más de una vez hemos referido aquí de la  importancia de este libro, y no vemos que alguna Institución  muestre interés por su traducción. Lo colgaremos, al igual que hacemos, en el blog y en Facebook.

Este capítulo, el XV, es quizás de los más interesantes del libro, por no decir el que más, donde se habla de la vida en Tharsis desde el siglo XIX.

Esta vez contamos con la colaboración de la Asociación de Vecinos de Pueblo Nuevo, pues fueron ellos quienes sacaron hace unos años un folleto con este capítulo. Muchos de vosotros lo habréis leído desde aquella edición, pero como nos leen desde otras provincias y fuera de España, no está de más hacerlo público para conocimiento de quienes se interesan por nuestra historia.

La traducción, verdaderamente, es mejorable, pero es lo que tenemos. Nos hubiera gustado la colaboración de alguien cualificado al igual que contamos para el capítulo VI: “Ernesto Deligny, elredescubridor olvidado” y que publicamos en Enero del año pasado.

Ya que el texto ocupa unas doce páginas, lo dividiremos en varias entregas. Las referencias que tenemos del autor, porque así viene recogido en el libro es que era Profesor de Economía Histórica, que en su investigación accedió a los archivos de la Compañía depositados en la Universidad de Glasgow, y que giró visita a Tharsis para completar su libro.

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S. G. Checkland. Nacido en Ottawa, Canadá, el 9 de Octubre de 1916. En sus primeros años le tocó vivir la Gran Depresión. Dejó la escuela con 16 años para ejercer su primer empleo retribuido. Posteriormente cambio a otro mejor que le permitiera ahorrar para ingresar en la Universidad. En 1937 abandona Ottawa y se traslada a Inglaterra para estudiar en la Universidad de Birmingham.

Fue  profesor de Ciencias Económicas  en la Universidad de Liverpool,  después de graduarse en 1946. En 1953 fue nombrado profesor de Historia Económica en Cambridge y cuatro años después en la nueva cátedra de Glasgow.

Presidente de la Unión Nacional de Estudiantes en 1941 y Presidente de la Unión Internacional de Estudiantes en 1942. Llamado a filas en la II Guerra  Mundial, sirvió en el ejército canadiense y resultó herido en el desembarco de Normandía.

Fue Presidente del Consejo de Investigación de Ciencias Sociales de 1982 a 1984 y Presidente de la Sociedad de Historia Económica de 1977 a 1980. Desarrolló una sólida reputación en ámbitos relacionados con la historia económica, y continuó escribiendo hasta su muerte en 1986.  
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LA VIDA EN LOS PUEBLOS MINEROS (1866 – 1914)

S.G. Checkland, 1966

CAPÍTULO XV

La Compañía trajo consigo el establecimiento de dos poblados mineros considerables, Tharsis y La Zarza, y otro algo menor con el depósito y muelle en Corrales. Introdujo una forma avanzada de producción en una sociedad subdesarrollada; esa sociedad, aunque europea, era muy distinta a la de Gran Bretaña. Estos poblados se establecieron en zonas donde no había nada que sirviera de base para industrias complementarias, ni ciertamente ninguna alternativa de empleo significativa. La mayoría de estas comunidades se constituyeron con un estamento directivo, extranjero; y otro de trabajadores, españoles. Teniendo escaso parecido con otras actividades humanas en la región.

En Tharsis, hacia 1856, Deligny había atraído una fuerza laboral de unos 1.500 trabajadores efectivos, aparte de muchísimos conductores de mulos y carreteros; junto con mujeres y niños, formándose  una población en torno a 3.000 personas. Parece, sin embargo, que hubo grandes variaciones en el número de trabajadores, esto dependió del programa de desarrollo de la Compañía, de su capacidad de abono de salarios, y de las estaciones agrícolas.

A mitad de los sesenta, el número de trabajadores variaba entre anchos límites: desde 800 a 1.300. En Tharsis la población era de 1.288 trabajadores, y 1.071 mujeres y niños, dando un total de 2.359. En 1873 habitaban 1.046 trabajadores, más 260 eventuales, junto con 1.215 mujeres y 514 niños. Desde los comienzos de la actividad, el número de mujeres y niños presentes en las minas fue más o menos igual al de los hombres. Hacia 1873 las mujeres y los niños superaron en número a los hombres, reflejo del crecimiento de las familias.

En un país con mucho desempleo y muchísima hambre, los hombres se sintieron atraídos fácilmente por un empleo estable y un salario. El conseguir ganarse la vida con el rendimiento de la escasa tierra de las colinas, siempre había sido difícil. Además, con las lluvias virtualmente confinadas a los meses de Octubre a Abril, y con veranos ferozmente calurosos, el destino de la cosecha, los animales, y los humanos dependientes de estos, todo lo condicionaba el alcance de las lluvias invernales; que fueran suficientes para contrarrestar las precipitaciones, menores e irregulares, de la primavera y el verano.

Se les requería pequeñas habilidades, o algo de experiencia, aunque para los trabajos en la explotación a cielo abierto no hubo tales demandas. Muchos hombres mantuvieron una conexión con su lugar de nacimiento, volviendo de regreso a casa para ayudar con la cosecha. Por otra parte, si el trabajo público en la provincia aumentaba, la actividad laboral se hacía menos intensa. Algunos vinieron de pueblos vecinos, o de otras partes de Andalucía. Otros vinieron de otras provincias de España. Especialmente de Asturias, en el norte, vagando grandes distancias en busca de trabajo. Fríos, enjutos vascos,  gallegos corpulentos, mezclados con delgados andaluces, y pequeños y activos portugueses. Unos pocos eran  hombres de Cornualles (Inglaterra), traídos a Tharsis para el manejo y mantenimiento de motores.
Durante veinte años o más, en medio de esta población emigrante, hombres y mujeres podían ser reconocidos por sus orígenes. Pero todos, en cierto sentido, fueron extranjeros en una tierra extraña, sin la tradición unificadora de los mineros asturianos, quienes habían trabajado  juntos por generaciones, y quienes incluso habían luchado juntos en la guerra de guerrillas contra el ejército de Napoleón.

Hombres de tales orígenes fueron, por supuesto crédulos, política e industrialmente. Aunque una o dos veces estuvieron a punto de amotinarse, cuando la Compañía Francesa no tuvo el dinero disponible para pagarles. No reaccionaron a los cuatro años de guerra civil que terminó en 1874. La Compañía de Tharsis no tuvo verdaderos problemas de trabajo en los primeros siete años de su existencia. La Primera Internacional Comunista, altamente exitosa en las cuencas carboníferas de Asturias, envió sus emisarios a las minas de Tharsis en Mayo de 1873. Estos emisarios utilizaron hábilmente a los obreros, lo mismo suplicaron su solidaridad, como los amenazaron con la fuerza para llevar las minas a una huelga de diez días.
 
Por primera vez, la mentalidad de las personas se sintió afectada. Empezaron a cuestionarse sobre sus condiciones de vida. Pero los mineros andaluces, aunque ahora contagiados con esas nuevas ideas, fallaron a la hora de asumir y desarrollar las ideas marxistas, que caracterizaron a los mineros en Asturias, realmente sus problemas fueron menores y su carácter fue diferente del de sus hermanos sobrios y frugales del norte.

Todas las compañías mineras tuvieron sus vigilantes armados: hombres con rifles antiguos o trabucos, frecuentemente reliquias de las guerras Carlistas, con cinturones y sombreros de bandolero con cordón. Estos hombres guardaban muelles, depósitos y almacenes, fueron una característica y una muy antigua peculiaridad del país. Un destacamento de la Guardia Civil, un cuerpo formado en 1844 para acabar con los bandidos y para imponer la paz, aseguró que el comportamiento de los mineros estuviera dentro de los límites. El director General tuvo su propia pequeña corte en los peldaños de la oficina. Los delitos y altercados fueron juzgados.
Una iglesia fue construida a costa de los accionistas de la Compañía Francesa, pero en un sitio más conveniente a la dirección que a los trabajadores; se proveyó el mobiliario y las vestimentas, y se pagó el salario de un sacerdote. Se fundó una escuela por la Compañía Francesa para impartir educación elemental para los muchachos; esta facilidad fue ampliada por la Compañía Inglesa a las muchachas en 1872. El edificio tuvo un uso secundario como capilla Protestante.
 
En 1881 una escuela mucho más grande fue construida y se comenzaron clases para los hombres. Pero fue difícil para el trabajador de la mina ver el beneficio de estos aprendizajes, y el experimento pronto se desvaneció. Por lo general, el analfabetismo del adulto era casi completo. Se contrató un médico y se construyó un hospital para tratar los casos de accidentes y enfermedades epidémicas. Las últimas incluyeron viruela, difteria, gripe y fiebre de malaria. En una epidemia de sarampión en 1893 hubo 1.200 casos y trece muertes.

El desarrollo de la vida familiar sirvió para estabilizar la comunidad, y para hacerla más sensible a la disciplina de la Iglesia. Mejoró la asistencia a la escuela, aunque los padres no tuvieron gran sentido de la importancia de la educación.
Pensaban que todo lo más que se podía lograr para los hijos, era que una hija aprendiera el arte de la costura, o que un hijo consiguiera un puesto de trabajo en la oficina de la Compañía; esto último fue una perspectiva que muy pocos podían conseguir. Pero aunque el aumento de la vida de familia dio coherencia y disciplina,  también trajo sus dificultades.
 
Al igual que la política española se llenó  de corrupción cuando los individuos consideraban que debían servirse de la ventaja que les daba su posición para beneficiar a sus familias, también ocurrió en el pueblo minero. Un padre ayudaba a su hijo a emplearse, los guardias privados de la Compañía, con mucho poder, estaban tentados de favorecer a los suyos; igual ocurría con listeros y almaceneros.

La vida familiar no pudo ser fácil en las viviendas facilitadas. En los tiempos de Deligny los trabajadores tuvieron que depender de su propia habilidad en construir cuchitriles, o residir en los pueblo vecinos, hacia 1879 hubo solamente setenta y nueve viviendas en Tharsis. La gente construyó cabañas de piedra y lodo, ambas eran abundantes. Bajo la dirección de Mercier, antes de 1866, 238 nuevas casas fueron construidas, dando un total de 307. Consistieron en un simple y único cuartel de 5 metros de largo por 4,5 de ancho, muchos sin ventanas ni chimenea, techados o cubiertos con tierra. El promedio de ocupantes era de ocho, sin consideración de sexo, edad o condición marital. En 1873, siete años después de la fundación de la Compañía Inglesa, hubo cerca de 700 casas.

A pesar de este aumento de viviendas el promedio por casa fue todavía de cinco personas. Los ocupantes se las arreglaron ellos mismos con todas las permutaciones posibles, de casados, acoplando hombres solos, o mujeres solas. No había todavía ni letrinas ni desagües. El suministro de agua fue restringido desde las primaveras. Esto ocurría porque la mayoría de los diques no eran aptos para el consumo, aparte de para el lavado de mineral, puesto que contenían tanto sulfato de hierro como ácido sulfúrico. El Informe de las minas hecho en 1873, el año del beneficio del 40 por ciento, motivó  que la Compañía se embarcara en un importante programa de viviendas, edificando 474 nuevas moradas y un hospital nuevo en dos años.

En los años setenta (s. XIX) la Compañía Británica se hizo consciente del degradado estado de los pueblos, y de la pérdida de eficiencia en hombres tan mal alojados.

Continuará...
 
                                               

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