A partir de
esta semana y en las siguientes, os haremos llegar otro capítulo del
libro de Checkland: The Mines of Tharsis.
Roman, French and British Enterprise in Spain. Más de una vez hemos
referido aquí de la importancia de este libro, y no vemos que alguna
Institución muestre interés por su
traducción. Lo colgaremos, al igual que hacemos, en el blog y en Facebook.
Este
capítulo, el XV, es quizás de los más interesantes del libro, por no decir el
que más, donde se habla de la vida en Tharsis desde el siglo XIX.
Esta vez
contamos con la colaboración de la Asociación de Vecinos de Pueblo Nuevo, pues
fueron ellos quienes sacaron hace unos años un folleto con este capítulo.
Muchos de vosotros lo habréis leído desde aquella edición, pero como nos leen
desde otras provincias y fuera de España, no está de más hacerlo público para
conocimiento de quienes se interesan por nuestra historia.
La
traducción, verdaderamente, es mejorable, pero es lo que tenemos. Nos hubiera
gustado la colaboración de alguien cualificado al igual que contamos para el
capítulo VI: “Ernesto Deligny, elredescubridor olvidado” y que publicamos en Enero del año pasado.
Ya que el
texto ocupa unas doce páginas, lo dividiremos en varias entregas. Las
referencias que tenemos del autor, porque así viene recogido en el libro es que
era Profesor de Economía Histórica, que en su investigación accedió a los
archivos de la Compañía depositados en la Universidad de Glasgow, y que giró visita
a Tharsis para completar su libro.
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S. G. Checkland. Nacido en Ottawa, Canadá, el 9 de
Octubre de 1916. En sus primeros años le tocó vivir la Gran Depresión. Dejó la
escuela con 16 años para ejercer su primer empleo retribuido. Posteriormente
cambio a otro mejor que le permitiera ahorrar para ingresar en la Universidad.
En 1937 abandona Ottawa y se traslada a Inglaterra para estudiar en la
Universidad de Birmingham.
Fue
profesor de Ciencias Económicas en la Universidad de Liverpool,
después de graduarse en 1946. En 1953 fue nombrado profesor de Historia
Económica en Cambridge y cuatro años después en la nueva cátedra de Glasgow.
Presidente
de la Unión Nacional de Estudiantes en 1941 y Presidente de la Unión
Internacional de Estudiantes en 1942. Llamado a filas en la II Guerra
Mundial, sirvió en el ejército canadiense y resultó herido en el
desembarco de Normandía.
Fue
Presidente del Consejo de Investigación de Ciencias Sociales de 1982 a 1984 y
Presidente de la Sociedad de Historia Económica de 1977 a 1980. Desarrolló una
sólida reputación en ámbitos relacionados con la historia económica, y continuó
escribiendo hasta su muerte en 1986.
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LA VIDA EN
LOS PUEBLOS MINEROS (1866 – 1914)
S.G. Checkland,
1966
CAPÍTULO XV
La Compañía
trajo consigo el establecimiento de dos poblados mineros considerables, Tharsis
y La Zarza, y otro algo menor con el depósito y muelle en Corrales. Introdujo
una forma avanzada de producción en una sociedad subdesarrollada; esa sociedad,
aunque europea, era muy distinta a la de Gran Bretaña. Estos poblados se
establecieron en zonas donde no había nada que sirviera de base para industrias
complementarias, ni ciertamente ninguna alternativa de empleo significativa. La
mayoría de estas comunidades se constituyeron con un estamento directivo,
extranjero; y otro de trabajadores, españoles. Teniendo escaso parecido con
otras actividades humanas en la región.
En Tharsis,
hacia 1856, Deligny había atraído una fuerza laboral de unos 1.500 trabajadores
efectivos, aparte de muchísimos conductores de mulos y carreteros; junto con
mujeres y niños, formándose una población en torno a 3.000 personas.
Parece, sin embargo, que hubo grandes variaciones en el número de trabajadores,
esto dependió del programa de desarrollo de la Compañía, de su capacidad de
abono de salarios, y de las estaciones agrícolas.
A mitad de
los sesenta, el número de trabajadores variaba entre anchos límites: desde 800
a 1.300. En Tharsis la población era de 1.288 trabajadores, y 1.071 mujeres y
niños, dando un total de 2.359. En 1873 habitaban 1.046 trabajadores, más 260
eventuales, junto con 1.215 mujeres y 514 niños. Desde los comienzos de la
actividad, el número de mujeres y niños presentes en las minas fue más o menos
igual al de los hombres. Hacia 1873 las mujeres y los niños superaron en número
a los hombres, reflejo del crecimiento de las familias.
En un país
con mucho desempleo y muchísima hambre, los hombres se sintieron atraídos
fácilmente por un empleo estable y un salario. El conseguir ganarse la vida con
el rendimiento de la escasa tierra de las colinas, siempre había sido difícil.
Además, con las lluvias virtualmente confinadas a los meses de Octubre a Abril,
y con veranos ferozmente calurosos, el destino de la cosecha, los animales, y
los humanos dependientes de estos, todo lo condicionaba el alcance de las
lluvias invernales; que fueran suficientes para contrarrestar las
precipitaciones, menores e irregulares, de la primavera y el verano.
Se les
requería pequeñas habilidades, o algo de experiencia, aunque para los trabajos
en la explotación a cielo abierto no hubo tales demandas. Muchos hombres
mantuvieron una conexión con su lugar de nacimiento, volviendo de regreso a
casa para ayudar con la cosecha. Por otra parte, si el trabajo público en la
provincia aumentaba, la actividad laboral se hacía menos intensa. Algunos
vinieron de pueblos vecinos, o de otras partes de Andalucía. Otros vinieron de
otras provincias de España. Especialmente de Asturias, en el norte, vagando
grandes distancias en busca de trabajo. Fríos, enjutos vascos, gallegos
corpulentos, mezclados con delgados andaluces, y pequeños y activos
portugueses. Unos pocos eran hombres de Cornualles (Inglaterra), traídos
a Tharsis para el manejo y mantenimiento de motores.
Durante veinte años o más,
en medio de esta población emigrante, hombres y mujeres podían ser reconocidos
por sus orígenes. Pero todos, en cierto sentido, fueron extranjeros en una
tierra extraña, sin la tradición unificadora de los mineros asturianos, quienes
habían trabajado juntos por
generaciones, y quienes incluso habían luchado juntos en la guerra de
guerrillas contra el ejército de Napoleón.
Hombres de
tales orígenes fueron, por supuesto crédulos, política e industrialmente.
Aunque una o dos veces estuvieron a punto de amotinarse, cuando la Compañía
Francesa no tuvo el dinero disponible para pagarles. No reaccionaron a los
cuatro años de guerra civil que terminó en 1874. La Compañía de Tharsis no tuvo
verdaderos problemas de trabajo en los primeros siete años de su existencia. La
Primera Internacional Comunista, altamente exitosa en las cuencas carboníferas
de Asturias, envió sus emisarios a las minas de Tharsis en Mayo de 1873. Estos
emisarios utilizaron hábilmente a los obreros, lo mismo suplicaron su
solidaridad, como los amenazaron con la fuerza para llevar las minas a una
huelga de diez días.
Por primera vez, la mentalidad de las personas se sintió
afectada. Empezaron a cuestionarse sobre sus condiciones de vida. Pero los
mineros andaluces, aunque ahora contagiados con esas nuevas ideas, fallaron a
la hora de asumir y desarrollar las ideas marxistas, que caracterizaron a los
mineros en Asturias, realmente sus problemas fueron menores y su carácter fue
diferente del de sus hermanos sobrios y frugales del norte.
Todas las
compañías mineras tuvieron sus vigilantes armados: hombres con rifles antiguos
o trabucos, frecuentemente reliquias de las guerras Carlistas, con cinturones y
sombreros de bandolero con cordón. Estos hombres guardaban muelles, depósitos y
almacenes, fueron una característica y una muy antigua peculiaridad del país.
Un destacamento de la Guardia Civil, un cuerpo formado en 1844 para acabar con
los bandidos y para imponer la paz, aseguró que el comportamiento de los
mineros estuviera dentro de los límites. El director General tuvo su propia
pequeña corte en los peldaños de la oficina. Los delitos y altercados fueron
juzgados.
Una iglesia fue construida a costa de los accionistas de la Compañía
Francesa, pero en un sitio más conveniente a la dirección que a los
trabajadores; se proveyó el mobiliario y las vestimentas, y se pagó el salario
de un sacerdote. Se fundó una escuela por la Compañía Francesa para impartir
educación elemental para los muchachos; esta facilidad fue ampliada por la
Compañía Inglesa a las muchachas en 1872. El edificio tuvo un uso secundario
como capilla Protestante.
En 1881 una escuela mucho más grande fue construida y
se comenzaron clases para los hombres. Pero fue difícil para el trabajador de
la mina ver el beneficio de estos aprendizajes, y el experimento pronto se
desvaneció. Por lo general, el analfabetismo del adulto era casi completo. Se
contrató un médico y se construyó un hospital para tratar los casos de
accidentes y enfermedades epidémicas. Las últimas incluyeron viruela, difteria,
gripe y fiebre de malaria. En una epidemia de sarampión en 1893 hubo 1.200
casos y trece muertes.
El
desarrollo de la vida familiar sirvió para estabilizar la comunidad, y para
hacerla más sensible a la disciplina de la Iglesia. Mejoró la asistencia a la
escuela, aunque los padres no tuvieron gran sentido de la importancia de la
educación.
Pensaban que todo lo más que se podía lograr para los hijos, era que
una hija aprendiera el arte de la costura, o que un hijo consiguiera un puesto
de trabajo en la oficina de la Compañía; esto último fue una perspectiva que
muy pocos podían conseguir. Pero aunque el aumento de la vida de familia dio
coherencia y disciplina, también trajo
sus dificultades.
Al igual que la política española se llenó de
corrupción cuando los individuos consideraban que debían servirse de la ventaja
que les daba su posición para beneficiar a sus familias, también ocurrió en el
pueblo minero. Un padre ayudaba a su hijo a emplearse, los guardias privados de
la Compañía, con mucho poder, estaban tentados de favorecer a los suyos; igual
ocurría con listeros y almaceneros.
La vida
familiar no pudo ser fácil en las viviendas facilitadas. En los tiempos de
Deligny los trabajadores tuvieron que depender de su propia habilidad en
construir cuchitriles, o residir en los pueblo vecinos, hacia 1879 hubo
solamente setenta y nueve viviendas en Tharsis. La gente construyó cabañas de
piedra y lodo, ambas eran abundantes. Bajo la dirección de Mercier, antes de
1866, 238 nuevas casas fueron construidas, dando un total de 307. Consistieron
en un simple y único cuartel de 5 metros de largo por 4,5 de ancho, muchos sin
ventanas ni chimenea, techados o cubiertos con tierra. El promedio de ocupantes
era de ocho, sin consideración de sexo, edad o condición marital. En 1873,
siete años después de la fundación de la Compañía Inglesa, hubo cerca de 700
casas.
A pesar de
este aumento de viviendas el promedio por casa fue todavía de cinco personas.
Los ocupantes se las arreglaron ellos mismos con todas las permutaciones
posibles, de casados, acoplando hombres solos, o mujeres solas. No había
todavía ni letrinas ni desagües. El suministro de agua fue restringido desde
las primaveras. Esto ocurría porque la mayoría de los diques no eran aptos para
el consumo, aparte de para el lavado de mineral, puesto que contenían tanto
sulfato de hierro como ácido sulfúrico. El Informe de las minas hecho en 1873,
el año del beneficio del 40 por ciento, motivó que la Compañía se
embarcara en un importante programa de viviendas, edificando 474 nuevas moradas
y un hospital nuevo en dos años.
En los años
setenta (s. XIX) la Compañía Británica se hizo consciente del degradado estado
de los pueblos, y de la pérdida de eficiencia en hombres tan mal alojados.
Continuará...
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