De
todas las ocupaciones desarrolladas en los poblados mineros al margen de la
minería, hay una que ha destacado sobre manera, las agrícolas.
Ese
interés por la agricultura estaba relacionado con la tradición vivida en
nuestra comarca, donde una gran mayoría de la mano de obra empleada eran
trabajadores del campo; antes que
mineros, guardafrenos, o se dedicaran a poner traviesas para el tendido
del ferrocarril.
Esta
querencia por el campo ya lo detectaron las compañías, cuando algunos
trabajadores pedían ausentarse en la época de la cosecha para ayudar en la siega a familiares que
seguían trabajando la tierra.
En
un terreno pobre, y empobrecido aun más
por la actividad minera, pocas posibilidades había para, entre jornada y
jornada, dedicarse a lo que muchos sabían hacer: sembrar y cultivar.
Hubieron
de esperar años a que la tierra se recuperara de los humos sulfurosos que
desprendían las teleras, y que desde 1853 eran la forma habitual de beneficiar
las piritas de Tharsis y la
Zarza.
Ya
lo relata Checkland en su libro sobre la Compañía de Tharsis, que una de las aficiones de
los mineros eran la caza y cultivar la tierra en un trozo de terreno, un
huerto, que les había concedido la empresa.
Pero
cultivar la tierra en los alrededores de los poblados se hizo posible por una
serie de acontecimientos que desembocaron en la promulgación de un Real Decreto
de 29 de Febrero de 1888, por el que se fijaba un plazo de tres años para que
las compañías mineras dejaran de calcinar al aire libre. Aunque para RioTinto
este plazo se prolongó hasta 1907, la compañía de Tharsis se adaptó a él en
menos tiempo.
Esta
polémica para nada afectó al otro centro, Corrales, ya que su cometido era de
almacén para suministrar la exportación.
Los
prolegómenos que desembocaron en la prohibición de calcinar para que la tierra
se recuperara y nuestros antepasado pudieran dedicarse a cultivar, son
bastante conocidos, y provocaron el luctuoso suceso conocido por el
"año de los tiros" en RioTinto, el 4 de Febrero de 1888; pero si nos
acotamos a la Compañía
de Tharsis, a la que después se van a dirigir los mineros en demanda de los
huertos, dos acontecimientos de lo más importantes, desde nuestro punto de
vista, se han de tener en cuenta: 1º, el acuerdo del ayuntamiento de Alosno
pocos antes, prohibiendo las calcinaciones a las compañías instaladas en su
término, lo que afectaban a la Tharsis Sulphur y a la Mina de cobre del Alosno, o
mina del Lagunazo, de Ernesto Deligny. Acuerdo que fue revocado a los pocos
días por el gobernador de la provincia. Y 2º, el Juicio Civil celebrado en
Alosno en Septiembre de 1888 contra estas compañías, por la denuncia que
presenta Pedro Marín Blanco.
El
juicio lo preside Francisco Limón Rebollo, y la denuncia se fundamenta en los
daños que los humos sulfurosos de las citadas compañías provocan en su huerta
de Valdeoscuro y en la dehesa de las Silgadas. Se reclamaba una indemnización
de 980 reales. Son citados los directores: Alejandro Allan por Tharsis, cuyo
representante era el letrado José María Monsalves; y Ernesto Deligny por la
mina del Lagunazo, y que representaba Eduardo Díaz Gómez. Comienza el Juicio
sin la comparecencia del representante del Lagunazo, lo que interpretamos como
el último revés que recibiera Deligny para que el Lagunazo pasara a la Tharsis Sulphur ,
y la modélica planificación urbanística del Alosnito acabara en la ruina
que ahora conocemos. Otro revés sufrido por la mina de cobre del Alosno,
fue que el deseado ramal ferroviario Beja-Paymogo-Tharsis fuera rechazado por
el gobierno, lo que entraba en los cálculos del Lagunazo para abaratar el coste
del transporte.
El
juicio termina condenando a las dos empresas, lo que abre la puerta para que se
les plantearan otras denuncias por idénticos daños. La Tharsis Sulphur se
fue adaptando a la prohibición, y la tierra a verse libre de nubes sulfurosas
que provocaban la lluvia acida. Con esta recuperación aumentó el deseo de
cultivar un trozo de terreno.
No
menos trascendente para acabar con las calcinaciones fue lo sucedido en
RioTinto, con la descarga de fusilería del regimiento Pavía contra la población
allí concentrada, donde murieron un número de personas nunca aclarado por la
empresa ni por las autoridades.
Una
vez que la tierra se vio libre de teleras comenzó a recuperarse,
y los obreros a plantearse la necesidad de trabajarla ayudando así en sus economías.
Se
cursaron demandas a la
Dirección para trabajar un pequeño huerto en esa tierra que se estaba recuperando. Empezaba con esta decisión la proliferación de
los huertos que todos conocemos,
delimitados por toscos paredones y toscos cuchitriles donde recoger algunos
aperos. Huertos que servían igualmente donde criar gallinas o cerdos.
En
su construcción se utilizó mucho material que la empresa tenía en desuso:
maderos, chapas, hierros, tejas, raíles, barrenas. También en Talleres, o en la fragua, se
fabricaron herramientas y utensilios como aperos agrícolas.
Se
levantaron por todas partes: por los alrededores de la escuela Grande y bajo el
vacíe, o junto a la carretera del cementerio. Cercanos al puesto de trabajo, a
escasos metros de las viviendas, o en lugares de paso camino de casa; para que una vez salieras de la mina, echases
un rato cultivando o sembrando lo que dictaba la temporada. También había
huertos en los alrededores de la estación y del dique Pino, o subiendo al polvorín.
Y
como ese interés por cultivar la tierra no se perdía, en épocas más recientes
se fueron solicitando otros por el Matadero,
por el dique Grande, junto a la chimenea Gorda, o en la cañada de Santa
Bárbara. Así, el interés que comenzó para contribuir a las economías
domesticas, se seguía manteniendo en la jubilación hasta que el cuerpo
aguantara.
FIN
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