En Tharsis
no eran ajenos a estas incursiones cruzando el Chanza, ni tampoco otros pueblos
situados más lejos de la frontera. Incluso el municipio de Paymogo tiene
señalizado una “Ruta de los contrabandistas”, que tantas veces transitaron muchos
de nuestros vecinos. Donde el cruce del río les provocaba, en ciertas épocas
del año, mucho más temor que los propios “guardiñas”.
Una vez
llegada la mercancía de Portugal había que entregarla a quienes la habían
encargado, o venderlas, y en esta tarea destacaron sobre todo mujeres, aunque sus refajos no siempre ocultaron el contrabando
a la Guardia Civil.
Mujeres que compaginaron la distribución de
productos importados, con los que se producían aquí, y que las conocimos
por recoveras.
Eran
estas, personas dedicadas a la recova. Principalmente a la compra de huevos para su reventa. Personas que pasaron a ser reconocidas
más que por un nombre o apodo, por dedicarse a la recova. Se decía así, antes
que Juana: Juana la recovera, o María la recovera.
Esta
actividad empresarial, aunque pequeña, pensamos que tuvo su auge con la puesta
en servicio del ferrocarril. Si en un principio la clientela debió de estar
entre los propios vecinos, cuando pudieron llevar la mercancía a un mercado
mucho más amplio y mejor cotizado, como era la capital, les supuso más
dedicación y esfuerzo. Aprovecharon su desplazamiento para ofrecer a los
clientes los productos traídos de Portugal, mayormente café.
Recorrían
para ello los cortijos cercanos para
abastecerse de huevos frescos. Época aquella donde los habitantes de los
cortijos vivían prácticamente del campo. Dedicados a la agricultura y a la cría
de animales, que comerciaban con los
pueblos cercanos. También, y de esto tienen buenos recuerdos las personas
mayores, horneaban un pan riquísimo.
Nuestras
recoveras, después del acopio de huevos frescos en enormes canastos, que
cuidadosamente colocaban entre pajas, iniciaban el pesado transponte. Unas
veces entre fornidos brazos, otras sobre la cabeza que amortiguaban con un
elaborado rodete.
Por
muy cerca que se viviera de la estación, el recorrido habitual era bajar la
cuesta de la Escuela
Grande , atravesar la vía del tren que venia de Sierra
Bullones, la “regola” de “agua grao”, y
subiendo los escalones construidos de
traviesas, enfilar por Vista Hermosa hasta la estación.
Quienes
coincidíamos con las recoveras durante el trayecto veíamos su esfuerzo,
compartido a veces con sus maridos que le acompañaban para coger el tren.
Una
vez que nos acomodábamos en los asientos de madera de los coches, que se
colocaban al final del convoy, teníamos que hacer hueco a los canastos repletos
de huevos que sus portadoras cuidaban con mimo. Si hasta la estación llegaban
sanos y salvos entre pajas, ahora había que protegerlos de movimientos más
bruscos: el traqueteo y los arranques y paradas del tren.
Acabado
el trayecto en el Puntal de la
Cruz , pasajeros y mercancías salían a tropel para coger la
primera canoa que nos llevara a Huelva. Las recoveras sabían bien que “el
tiempo es oro”, y llegar antes a la
Plaza suponía finalizar pronto y con beneficios el negocio.
Aunque
este trasiego entre cortijos, estación, Huelva; no era previsible que corrieran
ningún peligro, si acaso el que pudieran sufrir durante el trayecto en el
ferrocarril, ocurrió una vez un percance que, aunque quienes lo vieron sin
participar en él lo cuentan con cierta sorna, nuestras recoveras se llevaron un
buen susto y perdieron su mercancía. Todo ocurrió por unos travesaños del
muelle de acceso a las canoas, quizás en
mal estado, o por un exceso de peso en
un momento dado entre portadoras y canastos, que cedió la madera y cayeron
varias al agua; perdiéndose parte de la mercancía en la marisma, y parte embadurnando el cuerpo y vestido de
las recoveras.
Pero
quedó en eso, en susto, y en regocijo general en el pueblo cuando al regreso se
comentó el incidente.
Y
al igual que para otros menesteres, el tiempo, la modernidad y el desarrollo,
acabó con estas emprendedoras amas de casa.
Continuará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario