Las grandes precipitaciones de
estos días nos recordaban las de otros años, cuando todos éramos más jóvenes y
el día de los difuntos hacia un frío que “pelaba”. Intentabas combatirlo yendo más aprisa o corriendo a los sitios, porque nadie
tenía coche y andar era una necesidad. Pero si te caías, parecía que con el frío
te dolía mucho más, y cualquier rasguño lo curábamos con saliva. Recordamos
aquellas mantas de agua acompañadas de truenos, que nos hacía dudar si quedarnos
en casa o andar el camino hasta la Escuela
Grande.
En aquellos días de temporal, al
salir de la escuela siempre
encontrábamos una buena diversión para
el mal tiempo; ponernos las botas de agua, negras y frías, y salir a chapotear
charcos. Qué ilusión nos producía que se hubiera acumulado el agua en cualquier
sitio para pasar corriendo, o ir a inspeccionar si las escorrentías del pueblo
arrastraban mucha agua. Aunque en estas inspecciones alguna vez cometíamos la
imprudencia de refugiarnos en los ojos de algún puente, porque lo veíamos hacer
a otros niños.
Después era normal volver a casa
con las botas llenas de agua, por haber calculado mal la profundidad de un
charco, o porque las batallas que organizábamos
nos empapaba todo el cuerpo. Tu madre te reñía y tenías que esperar
sentado a la copa.
La lluvia, que ablandaba el
terreno pedregoso que se había mantenido seco durante el verano, facilitaba
otra de nuestras diversiones, jugar al “foche”. Consistía en clavar un pincho,
pero preferíamos una lima, las cuadradas mejor. Una de las formas de jugarlo era
trazando un círculo en el terreno que dividíamos entre los participantes, y con
cada clavada de la lima íbamos restándole terreno al contrario. Perdías la vez cuando
no te clavaba, o porque se hubiera pactado
las veces que tiraba cada uno.
Nuestros padres, por aquellos
años, acudían a lo poco que ofrecía el pueblo de entretenimiento, el Cine o el
Casino. Para saber la película que proyectaban tenías que llegarte a ver la
cartelera que se ponía a la entrada, y donde una tira de papel en blanco que se
pegaba al cartel, “autorizada para todos
los públicos”, te indicaba que podías asistir.
La chiquillería ocupábamos el
“gallinero” de los bancos, más cerca de la pantalla y donde nos juntábamos con
otros amigos esperando a que se apagara la luz para acomodarnos en los
asientos. Después del Nodo aparecían los créditos de la película, y en las que
más participábamos, en el sentido de aplaudir o gritar cuando llegaban los
“buenos”, eran las de romanos y las de indios.
A media película se producía el
reglamentado descanso, que aprovechábamos para comprar alguna chuchería en los
puestos que se ponían a la entrada, o
hacer alguna necesidad por los
alrededores. Había también, que bien por la película o porque el cuerpo no
aguantaba, cuando se encendía la luz se veían en el suelo los regueros de aguas
menores que los más pequeños habían evacuado en la penumbra.
Al Casino, donde se han celebrado
todo tipo de acontecimientos: Bodas, fiestas, mítines, espectáculos o concursos;
cuando se instaló uno de los primeros televisores acudían más socios para ver
programas como Noches del Sábado; pero cuando más concurrido estaba era por las
retrasmisiones de los partidos de fútbol. Aunque la televisión en color tardaría años en llegar, la directiva optó
por ponerle una pantalla en color, lo que hacia que las personas
aparecieran con la cara de un color y el cuerpo de otro, dependiendo a la altura que quedaba la raya de colores. Aquel mal
apaño duró poco tiempo, y acabaron quitándolo.
En nuestra etapa del Club
Juvenil, donde los jóvenes contábamos con ese lugar de encuentro, el otoño, con
sus luces mortecinas y nuestros sentidos encaminados a futuras
responsabilidades, no impedían relatarlo en jocosas estrofas, como hacía
nuestro amigo Paco Gallardo en la revista del Club.
Ahora vienen las
tormentas
y el Paseo solitario
quedará como un
desierto
parecerá que está
muerto
todo será ordinario.
A finales de
Septiembre
vienen las lluvias
con prisa
y apetece lo caliente
y los domingos a
misa.
Los kioscos cerrados
ya se marchan los
helados
ahora vienen las
castañas
¡dame tres pesetas,
niña!
¿se enfriaran hasta
casa?
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