El pasado día 28 se celebró el día de Andalucía.
Acontecimiento que se viene repitiendo desde la promulgación del estatuto
de autonomía en 1980, ampliado en 2007 con el nombramiento de un musulmán como
padre de la Patria
Andaluza.
Tenemos la impresión que cada año se conmemora con
más pena que gloria. Si no fuera porque las instituciones asumen la
responsabilidad de recordarlo, sería un festivo como otro cualquiera, aprovechado
para ejercer nuestro libre albedrío.
Hasta la promulgación de la Constitución Española
de 1977, la división territorial de España se había constituido en provincias. División
auspiciada por Javier de Burgos, desde
su cargo como secretario de Fomento en 1833. Y si perdura desde hace más de 180
años, soportando monarquías, repúblicas y dictaduras, no es porque no haya
sufrido ataques desde los separatismos, es quizás por el arraigo que tiene
entre la población, al igual que los municipios. Con la aprobación de la Constitución , y por
el interés de sus redactores, se empezó a considerar fundamental “la identidad
histórica”.
Así como se tuvo en cuenta para la división por provincias,
la comunidad andaluza surgía de los antiguos reinos de Córdoba, Granada, Jaén y
Sevilla; junto a 16 comunidades más, con todo lo que supone multiplicar por 17:
Consejerías, Consejeros y competencias. No bastando con tales divisiones,
alguna comunidad ha querido introducir otra división más, las veguerías.
En este caldo de cultivo se han potenciado los
desequilibrios, las reivindicaciones de unos contra otros, el victimismo, y
todos confusos con “España como concepto discutido y discutible”.
Aunque hoy días, embelesados por el buenismo internacional
y alianzas varias, lo que desde un punto de vista objetivo puede tener sus
repercusiones, no se nos explica, o simplemente se nos oculta, para que tomemos
el camino más fácil, amoldarse al “laissez faire”. No oponerse a lo
políticamente correcto. De ahí, a considerar de lo más intrascendente que el
padre de la patria andaluza sea un musulmán, o que lo fuera un miembro del Ku
Klux Klan, qué más da.
Parte de este desconocimiento es gracias a nuestros
políticos, que derrochan mucha publicidad y comedia cuando sus intereses, que
no los nuestros, están en juego.
Al igual que Blas Infante, su familia no reconocía su
conversión al islam. Idéntico comportamiento oscurantista han tenido quienes lo
prepusieron para tal nombramiento. En esto han querido acercarse al proceder
del notario de Casares, que en su vida pública se cuidó de no divulgar su fe
mahometana.
Esto le permitía mantener su discurso en un contexto
ideológico europeo, y que el manifiesto de la Asamblea de Ronda, de
1918, avanzara en asuntos menos políticos: El himno, la bandera y el escudo.
Lean, si les parece, el trabajo de Gustavo Bueno aquí.
No creemos que nuestros próceres llegaran a preguntarse alguna vez, si en
un país musulmán hubieran permitido el nombramiento de un cristiano para
un puesto similar. Lo de vidas que costaría.
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